(Des)ayuno de Ramadán

Ha llegado el mes de Ramadán y como cada año mi agenda se llena de invitaciones de amigos para encontrarnos. Quieren que participe en el desayuno que preparan cuando el sol se pone, cuando no se distingue un hilo negro de uno blanco según indica la tradición. Por experiencia sé que, en estas citas, todos y cada uno me preguntarán si he comido durante el día, así que he tomado la determinación de no probar bocado en tales días, mitad por complacerlos al cumplir con sus tradiciones y mitad por evitar que la conversación verse exclusivamente sobre mi falta de fe. Ayuno para ser aceptado por el grupo, igual que cuando de niño fingía que me gustaba el fútbol.

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No tengo hambre, no tengo hambre

Esta tarde soy el invitado de Bnaissa y al despertar he tenido la primera trampa, ya que si no hubiera estado muy despierto, me habría acordado de que iba a ayunar cuando ya tuviera una taza de café en los labios. He conseguido salvar el obstáculo y pronto he pensado que esto del Ramadán no era para tanto. Es importante tener la mente ocupada en otra cosa, distraída con la faena del trabajo. Esta es una de las pocas circunstancias para la que estar de año sabático no es una ventaja. Mientras limpiaba la cocina, he sentido la tentación de picar algo, ¿quién iba a saber que lo habría hecho? Pero me he acordado de cómo los niños que ayunan enseñan la lengua para demostrarlo y he temido que mi anfitrión fuera capaz de pedirme que le enseñara la mía para certificar que digo la verdad. Alejarse de la tentación es la mejor forma de evitar caer en ella, así que me he dirigido al bar del hotel Jacaranda, que está abierto por las mañanas incluso en Ramadán. Las últimas semanas me he aficionado a trabajar allí. Es muy raro estar sentado en una café durante horas sin beber nada y que te felicite el camarero por ayunar, por no consumir y por no dejar propina, ya que el diez por ciento de cero dírhames sigue siendo cero.

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No tengo sed, no tengo sed

En la piscina del hotel estaban los alumnos de un colegio privado que pasaban allí la mañana. Me era imposible ignorarlos porque no dejaban de entrar y de salir dando gritos. Ya desde el principio me habían caído antipáticos, pero no he sentido verdaderas ganas de ahogarlos hasta que se han puesto a comer justo a mi lado. Con el estómago vacío y todavía con seis horas de ayuno por delante, los he visto saborear sus hamburguesas con enormes pedazos de carne chorreante, queso fundido que se descolgaba cuando mordían, encarnado tomate cuyas pepitas se quedaban alrededor de sus bocas, pepinillo cortado en rodajas, cebolla frita, sabroso kétchup y dulzona mostaza. Mi tripa rugía tan fuerte que he dejado de oír cómo bebían sus fríos refrescos sorbiendo por las pajitas. En la bandeja tenían una montaña de patatas fritas, doradas en aceite, con resplandecientes granos de sal que brillaban como los diamantes de algún tesoro. Al terminar lo que les habían servido, el camarero les ha preguntado si querían más, ya que habían preparado en exceso. Said, que trabaja en el hotel desde hace algunas semanas, me observaba al pasar y me recordaba que el hambre está en la cabeza y que debía dejar de mirar fijamente la comida. La única forma de olvidarla ha sido ir al baño a lavarme la cara. Estaba desierto, así que nadie puede saber si accidentalmente se han colado unas frescas gotas de agua en mi sedienta boca.

Pasadas las cinco de la tarde, cuando apenas faltaban un par de horas para que sonara la llamada a la oración que romperá el ayuno, ha comenzado la parte más difícil. La falta de agua ha hecho que me doliera la cabeza y cuanto más pensaba en resistir, menos fuerzas encontraba para no beber de alguna botella tirada por el coche. He decidido dar un paseo por la playa para distraerme, pero la arena me parecía un enorme plato de cuscús. Solo quería dormirme hasta que llegara la hora.

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Bsmillah

Pasadas las siete de la tarde, me he cubierto con la chilaba que me regaló Bnaissa y que utilizo solo en ocasiones como esta y he hecho el ejercicio de recomposición de mi rostro para aparentar haber superado la prueba sin dificultad. Mi anfitrión está muy contento de verme así vestido e informa a toda su familia de mi ayuno. La mesa ya está puesta, más espléndida aún que el año anterior. Hablo con sus hermanos hasta que se oye la llamada desde un minarete cercano. Como manda la costumbre comenzamos comiendo un dátil. Bsmillah.

12 respuestas a “(Des)ayuno de Ramadán

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  1. Hola Alberto,
    Acabo de terminar de leer tu tema sobre el ayuno de ramadán, primero quiero te corregir una pequeña cosa sobre cuando comenzamos a ayunar y cuando lo terminamos: Terminamos cuando oímos la llamada y lo comenzamos cuando se distingue el hilo negro del hilo blanco.
    Segundo, estoy completamente de acuerdo contigo sobre todo lo que has hecho a hora. Para conocer bien una comunidad, hay que participar a todas actividades sociales, rituales, religiosos, fiestas, etc.
    Cuando visité Pamplona con mi amigo español, éramos a la iglesia, visitábamos todos los lugares incluso la caja donde ponía unos euros dentro, mientras estoy musulmán . Mi amigo estaba muy contento, para mi estaba muy cómodo y este viaje ha sido maravilloso.

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  2. El alma dicta lo que uno mismo debe o quiere hacer siempre y cuando creas en el acto y seas consecuente con él . Unas veces repetimos lo que hacen los demás ya sea por sus cre encías o por creen que deben hacerlo. Pues bien bajo mi punto de vista y no es una cítrica sino un consejo, me parece una insensatez pasar ese mal día que tu pasaste, pudiéndolo haber evitado ya que por lo que dices, lo hiciste por imitación y no por creencia. Con todos mis respetos hacia el Ramadán..Si hay algo oculto en ese relato que nos has contado, te agradecería que lo explicaras. Puede que ni siquiera lo haya entendido…

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    1. María,
      bienvenida al zoco. Me ha hehco mucha gracia tu comentario por lo que dices de que quizás haya algo oculto.
      Suelo ayunar en estas ocasiones porque así la charla no gira exclusivamente acerca de mí. Me facilita la integración.
      Yo siempre he sido de intentar caer simpático, aunque me tenga que morir de hambre…

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