La eterna sonrisa de Jumaa

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Oficina

Ya lo había intuido antes, pero ahora que paso tanto tiempo en las cafeterías, he confirmado que estar en una de sus terrazas es una actividad en la que relajarse es mucho más complicado de lo que parece. Cuando no viene un hombre intentando vender frutos secos, lo hace un chaval de menos de cinco años que te muestra los paquetes de pañuelos, con cara triste intentando dar lástima. ¡Así no hay quién consiga apreciar el sabor del té a la hierbabuena! Los que pasan vendiendo todo tipo de artículos de plástico tienen su gracia, un día traen juguetes de playa que suenan al apretarlos y al siguiente son artículos de oficina de la peor calidad. ¡Me servirán para darles un poco de color a la novela que tengo entre manos! Pero cuando pasa un tullido pidiendo una moneda o un ciego tropezándose con las sillas, el asunto ya es menos divertido. Los más molestos son sin duda los limpiadores de zapatos, se sientan delante de uno en su banquito ridículo y antes de que te des cuenta, ya están cepillándotelos. Si les dices que no, se molestan porque ya se han encargado ellos de haber empezado el trabajo y se quejan argumentando que es demasiado tarde para negarse. Aún no me he atrevido a darles un puntapié como he visto hacer a los locales. Tras la negativa se alejan dando sonoros golpes sobre la caja de herramientas buscando al siguiente cliente. Es un sonido característico, casi siempre los oyes antes de verlos. Ante semejante panorama, no es extraño que uno de ellos, el que tiene la cara medio quemada, me llamara la atención incluso antes de hablar con él por primera vez. Su amabilidad destacaba entre los demás, sobre todo cuando pedía disculpas por interrumpir. Me fue simpático y le dije que no sin pensarlo, como un acto reflejo adquirido por la multitud de personas que llegan ofreciendo algo. Me arrepentí de inmediato y me prometí que la próxima vez le dejaría mi calzado.

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9 to 5

La siguiente ocasión que lo encontré fue de nuevo en el café La Rose. Yo estaba con unos amigos que se marchaban ese día de viaje y cuando llegó, le entregué mis zapatos. Uno de mis acompañantes me dijo que era de mala educación mostrarle el pie y tenerlo agachado frotando. En verdad la imagen es de extraña sumisión, como si el trabajador estuviera a disposición de su señor. Cuando me los devolvió, alargué el momento del pago para hablar brevemente con él. Le costaba entender mi pronunciación. Tras mucho esfuerzo conseguí saber que se llamaba Jumaa, su nombre significa viernes. Perfectamente novelesco. Antes de establecer una conversación más extensa con él, lo vi una vez más. Yo escribía dentro del mismo café y me saludó desde fuera. Tienen prohibida la entrada, pero yo le pedí que se acercara. Me descalcé y él salió a la calle. Cuando volvió, le di un dírham por su trabajo, lo que era una cantidad ridícula, solo una broma para ver su enfado. Cogió la moneda, sonrió y se marchó. Tuve que llamarle para que volviera y entregarle un billete doblado mientras le estrechaba la mano.

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Viernes y Mrteh

Me acostumbré a ir al mismo local los días sucesivos, en parte para encontrármelo. Desde entonces le observo cada vez que pasa y me saluda desde la calle amablemente, siempre sonriendo, tanto si le doy trabajo como si no. Un día por fin me decido a salir a la terraza para hablar con él mientras cepilla los zapatos. Descubro que es de Siria y nos cuesta entendernos porque no hablamos el mismo árabe. Yo le pregunto por su vida, él frota con fuerza. Llegó a Marruecos con su familia hace cinco meses. Antes era peluquero. Me explica con gestos que en su país no se puede vivir. Dice tener cuatro hijos, dos de ellos muertos (es la primera vez que oigo el plural del metz y se me queda grabado a fuego en ese preciso instante). No retira su sonrisa ni siquiera en ese momento. Su sonrisa es su medio de vida y un escudo que oculta los horrores vistos dejados atrás y que se atisban en sus ojos negros, que desvelan una pizca de melancolía. Parece creer que dando lástima no conseguirá salir adelante. Nos damos un abrazo cuando termina y le pido permiso para hacernos una foto de recuerdo. Se marcha sonriente, aguantando a la indiferencia general.

13 respuestas a “La eterna sonrisa de Jumaa

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