Visité Fes por primera vez a los pocos meses de vivir en Marruecos. Yo tenía unas ganas enormes de adentrarme en sus calles. Había leído un libro de Paul Bowles (La hora de la araña), que me había ayudado a idealizar su antigua medina. Esperaba escuchar el sonido de sus aguas subterréaneas que guían en la noche al protagonista, pero no las encontré por ninguna parte. Aquel primer paseo fue decepcionante, a pesar incluso de estar acompañado por un chaval que vivía allí. A él no le gustaba el bullicio que alberga y me mostró apenas el comienzo de la Talaa Kebira, una de las dos callejuelas principales que dan entrada a la medina. Yo hubiera estado más tiempo visitándola, pero él insistió en que el resto era tan solo más de lo mismo. ¿Quién podía saberlo mejor que él? No le insistí en continuar. Apenas habíamos estado un par de horas en su interior y no me había impresionado, no había probado lo suficiente del plato para saber si me gustaba su sabor. Al salir del laberinto de calles, que me dejó indiferente en aquella ocasión, propuso que cogiéramos el coche para subir hasta una carretera que circunvala la zona amurallada y, al elevarnos, llegamos hasta un mirador que atesora un espléndido panorama sobre la ciudad. Pero el sol del mediodía golpeaba con fuerza y lo único que me apetecía era buscar una sombra para protegerme. Las montañas que asomaban en el horizonte me distraían y me hacían soñar con caminatas por sus laderas. Aquí, más cerca, tenía una joya cuya belleza no era capaz de admirar. Era como ver un mapa colgado de una pared de algún país en el que nunca he estado y por el que no tengo ninguna pretensión de visitar. Apenas un puñado de montañas, ríos, ciudades y nombres desconocidos, insípidos, irrelevantes. No entendía lo que tenía frente a mí. Un plano de una ciudad sobre la que no tenía ninguna referencia. La homogeneidad de los tonos ocres de sus casas hacía que se apagara mi interés por la ciudad. Revisando las imágenes de ese día me parece recordar que mi única preocupación fue conseguir permanecer con los ojos abiertos cuando me disparaba con la cámara. La luz solar resultaba deslumbrante. Las fotos de ese día desvelan lo que pasaba por mi cabeza. Se podría leer mi mente echándoles un vistazo. Un hotel sobre una colina, los restos de una fortaleza y solo una de la medina. No comprendo mi insistencia en fotografiar los árboles de la ladera, no parecen tener nada especial, hasta que descubro los hombres descansando a la sombra, ocultándose de la insistente mirada del sol. Quizás me sentí orgulloso de descubrirlos. Quizás lo que quería era hablar con las gentes de la medina.
He vuelto a Fes en muchas ocasiones, hasta convertirse en mi lugar favorito de Marruecos. Cuanto más he caminado por sus callejuelas, más he disfrutado de la vista desde el exterior. Ha dejado de ser un mapa mudo y al volver a subir al mirador, he buscado esos nuevos sitios que he conocido. He observado los barrios que aún tengo por descubrir. Me gusta tener algo pendiente. Es noviembre y he reservado el final de la tarde para caminar desde la Talaa Kebira hasta los restos de la fortaleza que se encuentran sobre la colina, el conocido Borj Nord. No he sido el único. Según avanzaba hacia la carretera, se han ido uniendo a mi paso otras gentes que han tenido la misma idea que yo. Parejas agarradas suavemente de la mano, niños llenos de energía que me han adelantado mientras oía a sus padres que les llamaban la atención, algún anciano engalanado con su chilaba que me ha mirado al pasar a su lado. Las deterioradas escaleras nos guían hasta la cumbre en la que resisten los restos de la antigua fortaleza. Los niños trepan con descaro y los adultos observan la ciudad en silencio. La luz del atardecer alarga nuestras sombras hasta donde se esconden las parejas, que se susurran palabras que los demás no debemos oír. La pendiente de la ciudad hace que sus calles ya estén en penumbra. Me decepciona que los últimos rayos del sol no acaricien también sus fachadas. Me he imaginado el astro saliente por el extremo opuesto y he decidido que veré el amanecer en Fes desde ese lugar. Mañana mismo. Lo he programado mentalmente para el día siguiente. Al imaginármelo, es como si ya lo hubiera vivido. Compro mi inmortalidad hasta que salga el sol.
La siguiente entrada será la continuación de esta historia: Amanecer
Además de lo bien que escribes es admirable lo bien que comunicas las emociones. Adoro Marruecos, la próxima semana volveré , pero si no lo hiciera leyéndote seguro que me iría para allá. Un saludo
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Me ha encantado leer palabras tan halagadoras. Disfruta de tu viaje por Marruecos. ¿Es muy atrevido preguntarte a dónde vas?
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Compro mi inmortalidad hasta que salga el sol. Me encanta esta frase
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Gracias, hermana.
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Ya he vivido el ascenso por esas escaleras deteriodadas… y la puesta del sol sobre la ciudad, el esfuerzo merecia la pena.
Ahora espero tu relato sobre el amanecer.Tambien me gusta esa ciudad.
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Muchas gracias. Vuelve cuando quieras
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Qué bonito paseo por Fes!!!
Parecía que caminaba a tu lado…..Graciasss
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Me parecía estar contigo, me apunto la idea de visitar Fes en mi próxima visita a Marruecos.
Choukran khouia.
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¡Pero si yo te recuerdo conmigo visitándolo!
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Gracias por llevarme de la mano durante este ameno paseo por la ciudad que tanto te gusta.
Salam Aleikum
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Gracias siempre a ti por tus comentarios
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