Fes desde Borj Nord, amanecer

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Paseo nocturno

Aún no ha sonado el despertador y ya tengo los ojos abiertos. La habitación del hotel permanece a oscuras. Busco el teléfono para saber la hora y decido levantarme. Me alegro de tener más tiempo del que había calculado. Me visto rápidamente y cojo el libro que estoy leyendo antes de cerrar la puerta. Cruzo la solitaria Bab Boujloud y giro a la izquierda para caminar por la Talaa Kebira. Nadie camina a mi lado y sonrío sintiéndome afortunado de disfrutar del paseo. Mis pisadas son golpes de azadón que cavan en mi cabeza para plantar ideas que germinarán más adelante. ¡Qué pena que Francesca no pueda ver esto! Nunca antes había visto vacío ese lugar. El frío hace que camine deprisa y enseguida me encuentro cruzando el aparcamiento que me saca de la medina. Ni siquiera encuentro al vigilante que estará seguramente dormido en un rincón ya que nadie sacará el coche a esas horas. Desde la curva que traza la calle puedo ver por primera vez las ruinas que permanecen solitarias sobre la loma esperando a mi llegada. Ayer mismo estuve allí viendo el atardecer rodeado de gente. Pienso en ellos cuando camino con la acera que acompaña a la despoblada carretera. La idea de esperar al amanecer se convierte entonces en una exquisita aventura. Me reconforta ser el único que ha madrugado para disfrutar del espectáculo. Me siento nadando contracorriente. Disfruto del esfuerzo. Siento que estoy trazando mi propio camino.

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Sobre la ciudad dormida

La claridad comienza a asomar por encima de los restos más bajos de la muralla que descienden por la ladera hasta chocar con las primeras casas. Una chilaba blanca aparece de las sombras sin apenas hacer ruido, caminando aún más deprisa que yo. Lleva algo en la mano que no acierto a saber de qué se trata. Se dirige hacia la alta muralla y desaparece. Me froto los ojos para asegurarme de que no lo he imaginado. No consigo volver a verlo. Se lo han tragado las tinieblas. Esta visión despierta recuerdos de Las mil y una noches. Miro a mi alrededor temeroso de encontrar a algún demonio encantado que quiera divertirse a mi costa, pero lo único que encuentro es oscuridad y silencio. Otro hombre aparece corriendo con paso decidido, me saluda al adelantarme por lo que estoy seguro de que es real. ¿O acaso también él es imaginario y le he dotado de habla para engañarme una segunda vez? Se dirige directo hacia la muralla y desaparece igual que el primero. Noto cómo se acelera mi corazón. Ahora siento nítidamente sus latidos. Mis piernas comienzan a temblar y me miento diciendo que es por el frío. En cualquier caso, la curiosidad es mayor que el temor y me asomo hacia la negrura que se traga a los hombres. Descubro la abertura que el tiempo ha creado y por la que los hombres cruzan la muralla para ahorrarse el largo rodeo hasta la siguiente puerta. Hay un pequeño camino entre la hierba que delata el tránsito de viandantes. Me río de mi propio miedo.

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Tumbas aún en silencio

Al cruzar el muro, descubro las antiguas tumbas meriníes. En la penumbra resultan románticas. A Bécquer le habrían encantado. Me giro y descubro unas escaleras que suben hasta la parte alta de la muralla. Me siento como un vigía de la ciudad dormida, apenas iluminada por alguna farola que descubre este o aquel rincón. Camino en silencio procurando no acercarme al borde. Ni siquiera quiero pensar en cuántos metros me elevo sobre la tierra. Termino mi recorrido sentándome en la parte más alta. Espero silencioso el despertar del sol. Estoy a gusto (mrteh). Ni siquiera necesito leer el libro que llevo conmigo. Los primeros en despertarse son los pájaros. De golpe, me doy cuenta del incesante trinar, cada vez más ruidoso. No me sorprendería que toda la ciudad se levantara al unísono exigiendo silencio. Aún no es hora de desayunar. Las aves, orgullosas, levantan el vuelo y ofrecen un espectáculo solo para mis ojos. Demuestran su destreza para juntarse y separarse sin chocarse, para componer bellas figuras. Me retan a que interprete su danza. Se alejan y vuelven para saludarme. Quizás estén esperando un aplauso. Se lo doy arriesgando parecer un loco y consigo que se coloquen junto a mí para poder ver juntos el amanecer. Los tonos rojizos ya decoran las cumbres de las lejanas montañas en el horizonte. No importa el frío, ni la humedad. Al girarme descubro que el sol ya ha desvelado el Borj Nord donde estuve ayer y el hotel sobre la loma. Un destello de un pasaje de una novela cruza mi mente y recuerdo que debe de tratarse del Hotel Les Mérinides. ¿Cómo no me di cuenta ayer cuando lo vi? Pero no es tiempo para pensar en eso. Comienza a asomar el sol. Mi cara se ilumina. Sonrío inevitablemente. Tengo todo un día por delante para disfrutar de Fes. Nunca sus calles me han resultado tan hermosas como ahora que las observo con la luz del amanecer. Tengo toda una vida por delante.

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Una vida por delante

 

15 respuestas a “Fes desde Borj Nord, amanecer

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    1. Me alegro mucho de que te haya gustado y recordado a otro autor que te guste. Es muy reconfortante.
      Nunca he leído nada de Saer, ¿que me recomendarías que leyera primero?

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      1. Uno de sus libros más famosos, «el limonero real», repite miles de veces la frase “Amanece. Y ya está con los ojos abiertos”, por eso me hizo acordar a tu texto. Ese es un libro breve, lindo y que se puede conseguir fácil en internet. Saludos!

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  1. Interesante y bien narrado, a pesar de las siguientes observaciones:

    En el primer párrafo aparece una «s» en lugar de la r que corresponde: «… Mis pisadas son golpes de azadón que cavan en mi cabeza para *plantas ideas que germinarán más adelante…»; en el segundo, además de haberte dejado sin tildar un «como»: «… Noto como se acelera mi corazón…», en la última frase has puesto una donde no corresponde, por el hecho de que río no tiene nada que ver con el verbo reír; en el tercero, en la siguiente frase «…De golpe me doy cuenta del incesante trinar, cada vez más ruidoso…», según las normas, debría aparecer una coma detrás de golpe.

    Saludos

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    1. Fran,
      mil gracias como siempre por los servicios gratuitos de correción ortográfica. No acabo de entender lo que dices sobre la tilde de más en «me río de mi propio miedo».
      Un abrazo.

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    1. Me alegro de que la entrada te haya recordado a otro momento dulce de tu vida. Supongo que todos recordamos algún amanecer o algún paseo nocturno siendo perseguido por perros con cadenas.
      Un abrazo y gracias por tu participación.

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