Heinrich Schliemann, persiguiendo sueños homéricos

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El hombre de Troya

Leo la autobiografía de Schliemann agradecido de que me traslade desde el primer momento a otra época y lugar. El relato comienza siendo él un niño, como los de casi todos. Su padre era un apasionado de la historia de la Antigüedad, de los héroes homéricos y de la guerra de Troya y desgranaba aquellas proezas ante su atenta escucha. Despertó la curiosidad en la cabeza infantil que fantaseaba con tesoros escondidos en el jardín y que quedó fascinada por esos relatos. De adulto confesaría que su vida posterior quedó “condicionada por las impresiones de la primera infancia”. Entonces fue plantada la semilla que germinaría al descubrir un dibujo de Troya ardiendo. Lo encontró en un libro que le regalaron cuando apenas tenía siete años. Se trataba de la Historia Universal para niños del doctor Georg Ludwig Jerrer. La imagen de la ciudad en llamas, ilustrada con gran detalle, implicaba sin lugar a dudas para el pequeño que la existencia de Troya no era un mito, como afirmaba su padre, sino que debía de haber existido y que solo al haber sido observada, se había podido realizar un dibujo tan detallado de sus murallas. Y tan poderosos lucían aquellos muros que la única conclusión posible era que habían sido indestructibles y permanecían enterrados por el tiempo, a la espera de que alguien descubriera las ruinas de Troya. Aguardaban a que Heinrich Schliemann los desenterrara, como acordó con su padre al final de aquella conversación. Sigo su historia con el corazón palpitante, deslumbrado por el niño ilusionado.

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Que no se nos escapen de la memoria nuestros sueños infantiles
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Estas ruinas que me recuerdan a esas otras sobre las que leo

Pasaron más de cuarenta años desde aquella promesa hasta que comenzó a perseguir su sueño. Navegó por multitud de circunstancias que le alejaron de Homero. Quizás fue un recorrido necesario para poner a prueba su creencia en la existencia de la ciudad perdida. Éxitos, fracasos, fortuna entre la desgracia ajena, trabajo inagotable, un naufragio y mil otras dificultades. Cuando la vida le ofreció la oportunidad de dejarlo todo, no dudó en ir en busca de los lugares descritos en la Odisea y en la Ilíada. Y daba gracias a Dios porque su convicción permaneciera intacta “durante las mutaciones de su existencia azarosa”. Cuando estuvo frente a la colina de Hisarlik, antes de haber dado la primera palada, ya sabía que aquel era el lugar y se maravillaba de cómo encajaba en los pasajes homéricos que recitaba de memoria. Se enfrentó a problemas técnicos mayores de lo que había previsto. Nadie antes había emprendido una empresa semejante. Los obstáculos políticos fueron en cambio aún más complejos. Quizás se animaba a sí mismo recordando los doce trabajos de Heracles. Sin embargo, “las dificultades no hacían otra cosa que aumentar su deseo de alcanzar su meta”. Tenaz en las excavaciones y sistemático en la ordenación de los resultados de su trabajo científico. No dudó en solicitar la ayuda de Dörpfeld, un perspicaz experto en interpretar las edificaciones antiguas, que le aportó claridad para desentrañar el enigma de la laberíntica red de construcciones que se entrecruzaban. Su fe inagotable en Homero lo llevaron a hacer descubrimientos sin igual, que asombraron a todos, comenzando por él mismo, orgulloso de haber conseguido cumplir con lo que se prometió siendo un niño. Los picos y las palas hicieron todo el trabajo, ayudados por la arrolladora pasión de Heinrich Schliemann, siempre fiel a las palabras de Homero.

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Que el tiempo juegue a nuestro favor

Según he ido leyendo la historia de “El hombre de Troya” comenzaban a crecen ciertas dudas en mi interior. ¿Dónde están mis sueños infantiles? ¿Acaso yo también me prometí a mí mismo que encontraría una ciudad perdida que he olvidado, que he dejado de buscar? Me consuelo pensando que quizás cada uno siga un camino diferente y que no debo acomplejarme porque mi historia no sea tan atractiva como la de Schliemann. Me animo al pensar que lo que tengo entre manos es el trabajo más fascinante en el que jamás me he embarcado. Me pregunto si esta pasión durará toda una vida, como en su caso, o se enfriará tan pronto como se presente el primer obstáculo. Me gustaría pensar que seré fuerte, inquebrantable ante la adversidad, que lucharé con todas mis fuerzas ajeno a las trabas, como hizo Heracles, como hizo Schliemann. ¿Acaso necesitaré a un Dörpfeld a mi lado que me ayude a encontrar la salida del laberinto? Creo saber cuál es la Troya que pretendo desenterrar. Ya me parece escuchar los picos y las palas. ¿No los oyes tú también?

«El hombre de Troya», la autobiografía de Heinrich Schliemann está editado por Interfolio

18 respuestas a “Heinrich Schliemann, persiguiendo sueños homéricos

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  1. Los sueños son la meta,la imaginación el transporte y la realidad el punto de partida…
    Tú ya estás en ese punto…cumpliendo uno de tus sueños de la infancia.Ahora toca disfrutar y dejarte llevar…
    Besosssss

    Le gusta a 2 personas

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