Magia negra en Sidi Ali (Parte II: La fuente)

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Gallinas con cabeza

Levanto la cabeza. La bruja ya ha pasado. Los corderos que la acompañaban han dejado de balar. Un trabajador se afana en retirar las velas de la negruzca pared para hacer hueco a las nuevas ofrendas. Los gritos femeninos suplicando la baraka de Aisha invaden el recinto. El árbol que todos veneran es una higuera. Ya no podré volver a ver ninguna sin recordar esta rigidez en mis piernas. Mi amigo ha notado mi nerviosismo y me dice que no debo temer nada mientras me encuentre con él. Me llama la atención que las personas salgan del recinto con hogazas bajo el brazo. El resto de los objetos los han dejado rodeando el tronco. Mi guía asegura que esos panes traen buena suerte. ¿No estarán malditos y los utilizarán más adelante para aprovecharse de alguien con excesiva confianza? No me responde. Me indica que salgamos, pero lo impide una vaca envuelta en una sábana blanca que llega por el estrecho pasillo. La acompaña otra bruja que se hace seguir de un par de músicos que aporrean sin descanso sus tambores. Imad se enfada porque en los cánticos mezclan a Allah con los hechizos. Kul shi haram. Corderos adornados con pañuelos, animales que avanzan a rastras hasta la sala del sacrificio. El suelo ajedrezado está teñido de sangre. El encargado de matarlos se acerca a una de las mujeres con el cuchillo que aún gotea y lo limpia en la frente y en las muñecas de la mujer. Se oye el regurgitar del animal mientras ella clama que siga manchándola con la sangre del animal. Zid il baraka. Siento que me voy a desmayar.

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La fuente escondida

Nos alejamos por el pasillo que forman las tiendas. El estruendo de los músicos se pierde entre la multitud que avanza curiosa. El aire deja de estar contaminado por el incienso. Ya no noto las miradas inquisidoras. Mi cuerpo se agita como si necesitara eliminar la tensión. Imad propone ir al mausoleo de Sidi Ali. Esto sí es musulmán. Al estar todo entremezclado me resulta complicado establecer el límite. Entra a rezar. A su regreso me explica que Sidi Ali era un musulmán con baraka que aún puede expulsar los yines que se adentran en las personas. Me callo que suena similar a la higuera de Aisha. No voy a enfadar al único que me echará una mano si algo ocurriera. Me señala la fuente a la que se llega descendiendo por un pasillo cubierto por toldos de plástico. Yo preferiría marcharme ya. He tenido más de lo que quería. Mi amigo se burla de mi temor y me anima a seguir. Comienza a andar despacio y me indica con un leve gesto de cabeza dónde mirar. Nada de fotos. Cuernos de cabra, culebras con las bocas abiertas, murciélagos disecados. La sucesión de tenderetes se prolonga hasta la fuente de agua. Unas ancianas controlan la entrada a dos habitáculos protegidas por telas negras. Uno para hombres, el otro para mujeres. Salmodian incansables. Los presentes me observan fijamente, quieren saber qué hago allí. Finjo esperar a un amigo. Las mujeres vestidas con chilabas de terciopelo llevan toallas en la mano. Un sonoro cacareo enmudece de golpe. El suelo está encharcado, enrojecido por los rituales. Un cojo se acerca lentamente y me dice al oído que no me fíe de nadie allí. Me gustaría salir disparado y aterrizar de inmediato en la terraza de un café.

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¿Preparados para el arroz?

Subo rápidamente las escaleras sin ánimo para comprender qué hacen en aquella fuente. No quiero más males de ojos, ni brujerías. Mi corazón cabalga descontrolado. Durante el ascenso, los latidos se aceleran por la continua presencia de camaleones petrificados, de preparados para brujería y de profundas miradas que amenazan con no dejarme escapar de aquella oscura cueva. El serpenteante pasillo custodiado por las tiendas es la única salida. Mi amigo me apremia para que subamos deprisa. Unas mujeres han comenzado a preguntar quién soy yo, qué hago allí. Shnnu briti nta? Finjo no comprenderlas. Un tumulto de chilabas bloquea nuestra huida. En el suelo se exhiben cristales y hierros ennegrecidos. Imad me señala el interior de una concurrida caseta. Un pequeño fuego arde en un brasero de barro. Una mujer abierta de piernas recoge el humo en sus entrañas. Cierro los ojos y me agarro a mi amigo. Dejo de mirar.

En la calle principal, aún incómodo, un niñito se acerca y nos ofrece unos panes. Ninguno de los dos creemos en la magia negra, pero hemos pasado de largo. No pienso comer nada en todo el día.

23 respuestas a “Magia negra en Sidi Ali (Parte II: La fuente)

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  1. Angustioso relato, he leido también la primera parte. Me dan tan mal rollo que hasta leyéndolo me da miedo que me alcance el poder de la Magia Negra!
    Lo has descrito tan claro que me parece que ya no me hace falta ir a vivirlo para experimentarlo, … con tu atrevimiento y tu experiencia, me vale!
    El único sitio de Marruecos de los que describes al que para nada me apetece acercarme…. incluso, me da miedo…
    Enhorabuena por el efecto conseguido!

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  2. Hola, Alberto.
    Leo seguidas las dos partes del relato. Me pierdo el suspense del «continuará» pero a cambio disfruto con el «in crescendo» de la tensión del texto completo.

    Me llega mucho, porque viví una inquietud parecida en la montaña de Sorte, en Venezuela, donde se llevaban a cabo ritos de sanación y hechizos en nombre del cacique Guaicaipuro y de María Lionza.
    Recuerdo la misma zozobra para las fotos (por cierto, movidas si reflejan las ceremonias, pero perfectamente nítidas antes o después del ritual)

    Me ha gustado lo que cuentas y cómo lo cuentas. Aprecio esa coherencia entre el tema y el estilo (fondo/forma; continente/contenido…) Esas frases cortas me parecen perfectas para la agilidad y el vértigo de tu historia.
    Siento esa sensación literaria pocas veces: la «Marcha triunfal» de Rubén Darío, «Círculos viciosos» de Krahe y Sabina…
    ¡Enhorabuena!

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    1. Ante todo gracias por tu comentario.
      Escribí los dos textos de una tacada y, de hecho, decidí a posteriori partirlo en dos. Así que tiene sentido leerlos de golpe.
      Yo ya he tenido suficiente brujería por un buen tiempo. En la cámara quedan un montón de fotos movidas…
      Estoy meditando lo que dices de las frases cortas porque lo he hecho de manera semiinconsciente. Supongo que el bosque no me deja ver el bosque.
      Me enorgullece leer tus palabras. Muchas gracias.

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      1. No medites sobre la longitud de tus frases. Claro que no lo pensaste, porque para el escritor es intuitivo, fluye.
        ¿Te imaginas a Lorca contando sílabas?
        Déjanos eso a los profesores, para clase. Tú escribe.

        Hola, David.

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        1. La verdad es que lo más divertido es dejarse llevar y no darle demasiadas vueltas.
          Muchas gracias de nuevo.

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        2. Hi Mrs Tabernero,

          Aprovecho para agradecerle la bronca que me echó en 1994 sobre que todo tiene un límite, sinceramente me ha servido de mucho en la vida así que enhorabuena.

          Un abrazo fuerte y nos vemos.

          P.D. Bien sabe usted que Don Miguel llevaba la fama, pero a quienes nosotros temíamos era a usted, jaja! 🙂

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    1. Siendo sincero, si llego a saber cómo era, no me habría acercado. Aún me dura el mal rollo al recordarlo.
      Bienvenida al zoco. Muchas gracias por comentar.

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