La maleta tangerina de Antonio Lozano

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Un largo sueño en Tánger, de Antonio Lozano

Igual que un libro me lleva a otro, se encadenan los amigos en un dulce recorrido. La baraka de Malika consigue que Antonio Lozano me salude en nuestro primer encuentro como si nos conociéramos desde hace tiempo y acepta mi invitación para hablar de uno de sus libros: “Un largo sueño en Tánger”. La charla nos ausenta de uno de los diálogos del fabuloso 3 festival que se celebra en Granada. Unas palabras en árabe con un desconocido tetuaní hacen que el escritor frunza el ceño. Su comentario me coloca equidistante entre sentirme orgulloso y pedirle disculpas. –Llevas diez minutos en Marruecos y hablas el darija mejor que yo que me he criado en Tánger.­– El camarero rompe la tensión con su llegada y descubro una maleta junto a mi acompañante. Antonio, que intuye mi nerviosismo cuando llama entrevista a esta simple discusión de café, la ha traído para facilitar la charla. Su contenido me ayudará a que no me pierda.

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Sueños tangerinos

–Cierra los ojos, Mrteh. Quiero proponerte un juego. Te invito a reconocer los objetos que esconde el equipaje de la protagonista. A ver si sabes por qué son relevantes. No te costará pasar la prueba si de verdad has leído el libro. –Me olvido entonces de las preguntas que había preparado… –¡Tú eres el que dice que esto no es una entrevista! –Tienes razón. Adelante. –Para empezar, huele esto. –¡Qué fácil! Hierbabuena. Tánger huele a especias, a incienso y, sobre todo, a hierbabuena. La protagonista sueña con ella y es lo único que une a todos los personajes. Tanto los marroquíes como los españoles añaden unas ramitas al té. –Bien dicho. Agarra el segundo objeto. –¿De qué se trata? Parece un bote de comida. No sé por qué lo has traído. –Te equivocas. Tendré que ponerte un negativo. Abre la tapa y quizás te ayude. –Vaya aroma… y no se come. Ya lo sé. La criada marroquí mira las múltiples cremas que se echa la señora y se pregunta para qué necesitará tantos tarros. Este botecito marca la diferencia entre las dos mujeres. Condensa el abismo que las separa. –Has salido del agujero. Escucha ahora lo siguiente. –El señor llama a la criada con la campanita. La misma que ella no se atreve a mencionar en su casa. Demasiado humillante que se sepa que la familia española para la que trabaja desde hace veinte años la llama con ese odioso utensilio. –Exacto. Me enfado solo de recordarlo. Ahora siéntate aquí. –Me tengo que agachar para alcanzarlo, Antonio, como ella hace para limpiar el suelo y cargar la compra… –Y luego come en la cocina, la pobre Aicha, digo Amina, en una banqueta sin respaldo. Que reluzcan las sillas del salón para acomodar a las visitas, pero ella no tiene derecho a reposar la espalda. Y aún tiene que oír las regañinas a los hijos: “Siéntate bien, que te va a salir joroba.”

Antonio me entrega el último objeto, un vaso ancho de roca tallado. Pero se resbala de mis manos, cae al suelo y estalla en mil añicos que se esparcen por el empedrado como los rumores en la antigua medina. Me abronco en silencio por haber roto algo valioso. Apenas soy capaz de pronunciar una tímida disculpa. –Déjalo que caiga, Mrteh, ese vaso es la vergüenza de los españoles de Tánger, que obligaban a sus asustadas criadas musulmanas, temerosas por su fragilidad, a limpiar los restos del whisky. Un reflejo vergonzoso del gran Tánger, del que llamábamos nuestro. Antes de que nos lo quitaran y se llenara de moros. La esencia de la mediocridad de cuatro tangerinos nostálgicos, de los de toda la vida, que pasaron de huir de la miseria de Andalucía a frecuentar el salón de té Porte. Ese trozo de cristal representa a los extranjeros que se adueñaron de una ciudad que no les pertenecía, pero que nunca se molestaron en hablar árabe, ni en aprender el apellido de los que trabajaban para ellos. Ese vaso es el desprecio español a los marroquíes que usábamos solo como decoración. Así que deja que se caiga y se rompa definitivamente. –Antonio, ahora me parece que este libro es tu forma de rendir cuentas, de saldar la que tenías pendiente. Dime, ¿conoces tú acaso el nombre de familia de la mujer que trabajaba en vuestra casa? –¿De Aicha? Claro. ¿Quieres que te cuente un secreto? –No lo hagas si esperas que no lo esparza. Mejor dime cómo te sentiste al acabar la novela. Desde que comencé a escribir, supe que esta historia que tenía en mente saldría algún día. Me quedé muy a gusto cuando sucedió.

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أنت معلم, أنطونيو

«Un largo sueño en Tánger, escrito por Antonio Lozano, está editado por Almuzara.

8 respuestas a “La maleta tangerina de Antonio Lozano

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  1. Muy bueno, es lo que deberíamos hacer, dejar viejos y falsos prejuicios atrás, bastante daño provocamos con las conquistas y reconquistas, como si todo el derecho fuera nuestro y los demás pueblos nos debieran pleitesía. Cuando quizás les debamos más nosotros a ellos. Pero eso no se puede decir en voz alta, podría ofender a muchos.
    Un abrazo Alberto.

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      1. Cierto, a veces los pensamientos en voz alta son buenos, al menos a alguien da que pensar. La lastima es que no se pueda cambiar la historia, pero debiéramos aprender de ella y de sus errores, no volver a caer en lo mismo una y otra vez, pero lamentablemente no es así. Sólo hay que mirar al este a Siria o a el Libano.

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