Déjate pisar (El hammam de los hombres)

Cuando Laura me contó cómo era el hammam de las mujeres, disimulé mi sorpresa. Su relato estaba lleno de sensualidad y, en sus labios, la estancia parecía transformarse en un templo de sororidad donde unas se ayudaban a otras estableciendo un código exclusivamente femenino. Los hombres podemos descubrirlo tan solo a través de sus palabras. Después me preguntó si se asemejaba a lo que suelo encontrarme en los baños de los hombres. Sin pensarlo mucho le dije que en lo esencial eran idénticos: el trato es agradable, nos echamos una mano al llenar los cubos y a veces el vecino te pide que le frotes la espalda. Claro que Laura hablaba de sensualidad y en los nuestros predomina más bien el pudor. Confieso que en ocasiones se me ha escapado una risotada al ver a algún hombre hecho y derecho taparse su zona íntima igual que un niño. Pero hubo una vez que me reí más que nunca. Estaba en Fes acompañado por unos amigos españoles, Dani y Gerardo, a los que había convencido para que me acompañaran al hammam.

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Todavía resuenan nuestras risas

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Rebuscando chascarrillos

Al entrar, solo a mí me sorprende la arquitectura de las salas calientes, diferentes a todas las que he visto antes. Mis amigos caminan detrás de mí entre cuchicheos. Lo comentan todo: mira a ese, cuidado que esto resbala, pero ¿qué hay que hacer? Nos instalamos al fondo en un espacio que parece que han reservado para nosotros. Saludo a los presentes y con los ojos pido disculpas por nuestro vocerío. Al poco entra Adil, el ksel, que tras el saludo me pide que me tumbe. Mis amigos miran y yo les explico. No es la primera vez que me atiende Adil, pero en esta ocasión parece que se esfuerza especialmente. ¿Querrá impresionar a mis amigos? Sus estiramientos hoy parecen auténticas acrobacias gimnásticas. Me cuesta incluso seguir sus indicaciones. Entre el calor y las vueltas de campana, ya no puedo seguir aclarando a Dani y a Gerardo, que no dejan de cuchichear: ¡Ay, madre!, lo va a matar, a mí eso que no me lo haga. Mientras me refriega, todo son carcajadas y chascarrillos que se propagan infinitamente al rebotar con las húmedas paredes y que despiertan la atención de los demás clientes.

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Centro de sus miradas

Las risas se apagan cuando Adil llama al siguiente. Pregunta tal y como lo hace un marroquí, cogiendo a Dani del brazo y asegurándole que ha llegado su hora. Me siento junto a Gerardo para disfrutar del espectáculo y no me ahorro ni media carcajada. Primero, porque Dani le entiende todo al revés y no hay indicación que el ksel no tenga que repetir tres o cuatro veces hasta que finalmente el propio limpiador le aclara la posición haciéndola él mismo. Y, segundo, porque no deja de repetir Non forcé, non forcé y le saca completamente de sus casillas que el cuerpo de Dani sea rígido como una tabla y no pueda ni retorcerle, ni estirarle y tenga que conformarse tan solo con pisarle la espalda un rato más de lo acostumbrado. Nunca había visto un espectáculo de flamenco en vivo, me suelta Gerardo justo entonces. Adil sigue exigiéndole a nuestro amigo que se relaje mientras Dani, que no se pondría nervioso ni aunque se acabara el mundo, se encoge de hombros y lo mira como justificando que su espalda no es la de un muñeco de plastilina. Non forcé Dani, non forcé. Un amigo tangerino siempre me dice que no permita que nadie me hable en inglés o francés porque eso hace que el precio suba. Non forcé. Su servicio nos va a costar un ojo de la cara, pero que a gusto pagaremos estas risas.

Gerardo, aunque reacio al principio, finalmente también se anima y resulta tan divertido como ir al cine. El ksel intenta mil y una veces que se agarre los pies con las manos formando con su cuerpo una especie de rosquilla para introducirse por el hueco y levantarlo mientras hace flexiones con el pobre Gerardo colgado igual que un jamón. Debe de ser uno de los ejercicios estrella de Adil y quiere presumir de su vitalidad, pero mi amigo no consigue mantener la postura y el ksel le pide una y otra vez que no se suelte. Nadie nos quita ojo.

Laura me preguntó si el hammam de las mujeres se parecía al de los hombres y le dije que en lo esencial era idéntico, pero luego me he dicho que no podrían ser más diferentes.

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Un té después del flamenco

 

 

20 respuestas a “Déjate pisar (El hammam de los hombres)

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  1. Esa sensación al salir a la calle después de un hammam, por mucho que se quiera describir, no será la adecuada igual que pretender llevar un paisaje en una foto, si tenéis la oportunidad, adelante no os cortéis.

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  2. Siempre depende de lo que uno quiera contar en forma de respuesta de contraste y de la experiencia de cada uno. Recuerdo que una mujer me habló de los hammam como si le dieran asco por las cosas que se veían ahí, si bien tampoco relató una experiencia concreta. Donde unos se sumergen en sensualidad otros solo traspasan la frontera que hace que los ascensores sean tolerables. Estoy seguro de que, a pesar de toda la rudeza que pueda haber en las friegas de los hammames masculinos, puedes enfocar alguna de tus experiencias de un modo más agradable, aunque siempre vaya a haber una lógica distancia con la experiencia de Laura por el contexto marroquí.

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  3. Acabo de leer el relato, en el avión , mientras hemos tenido un contratiempo y he pensado que leyéndote la espera sería más fácil. Así que imagínate el contexto dentro del avión y yo conteniendo las carcajadas, mientras veía a unos hombres apurados entre tantos calores, deseando que la experiencia terminara cuanto antes, además, aguantándose la toalla o lo que sea para no salirse de las normas…. Realmente, nada sensual….más bien un vodevil…
    Muy buena respuesta a mi pregunta, me ha quedado clarísimo. Menos mal que vamos solas!
    Todo mi comentario, acompáñalo de unas sonoras carcajadas.Y mañana, se lo leo a mi amigo Emilià para reírnos a gusto.

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  4. Uno de mis peores momentos en Marruecos lo viví en un hammam de Tánger…¡verdaderos mareos me dieron viendo aquello! Respeto que te encanten los hammams, pero no lo comparto para nada, jaja.

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