Todas las estrellas de Afella–Iguir

En cuanto nos alejamos de Sidi Ifni, el calor aumenta y la brisa marina se vuelve un agradable recuerdo lejano. El termómetro del coche nos asusta con su ascenso vertiginoso según nos alejarnos de Tiznit y nos adentramos en dirección a Tifraut. Tras una breve parada, el motor parece no querer arrancar y el fugaz sobresalto hace mella en nuestros ánimos. Said decide descansar un rato en el asiento del copiloto mientras yo visito el pueblo solitario. Todos se encierran para protegerse del calor asfixiante. Resulta insoportable. La guía de viajes propone una solución a cuarenta quilómetros: El oasis de Afella–Iguir. Estoy deseando que mi amigo se despierte para contárselo.

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Oasis de Afella – Iguir

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Aún asfixiados

Serpentea la carretera mientras se eleva hasta sorprendernos la sobrecogedora vista de un cañón pardusco. Las graciosas formaciones rocosas nos invitan a jugar al veo, veo. ¿Qué ves? El gorro de Napoleón, una jaima con camellos, un gallo. Una palmera nos saluda al pasar una curva y, como si fuera un sueño, el calor afloja milagrosamente y nos encontramos dentro de un refrescante vergel llenos de adelfas en flor protegidas por las paredes de piedra que se elevan para ocultar la alhaja. Paramos en Ait Mansour y decidimos dar un paseo antes de instalarnos, atrapados por la belleza que nos rodea. Majestuosas datileras, mujeres con coloridas almalafas y un generoso riachuelo que riega aquel jardín salvaje. Nuestra charla mezcla recuerdos y planes de futuro mientras paseamos alegres.

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¿Qué ves?
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Sed de aventuras

En Figuil, una estrecha hilera de irregulares escaleras me recuerda una promesa: subamos a la cumbre de la montaña. Me adelanto ilusionado por llegar a lo más alto, pero enseguida jadeo y me sobrepasa Said saltando los escalones de dos en dos. Paramos en las últimas casas para que recobre el aliento. Ya sé que no lo lograré, pero en broma juro que no pararé hasta la meta. Mi amigo se une a la empresa con plena convención. Sus ganas de aventura son inagotables. La montaña forma unos escaloncitos que invitan a seguir subiendo, aunque de inmediato comienzo a notar como se me acelera el pulso. Escalamos hasta darnos por satisfechos con la vista espectacular del oasis encajado entre las gargantas de Ait Mansour. Apenas queda media hora para que se esconda el sol tras la montaña. Nos sentamos a esperarlo mientras fantaseamos con hacer un viaje similar el año siguiente: Ujda, Dajla, el Kilimanjaro. Todo es posible.

Oscurece según descendemos y ahora nos percatamos del peligro de estas rocas que se parten al pisarlas. Iguil, donde quedó el coche, parece lejísimos al caminar en la penumbra. Y la noche nos sorprende con una mala noticia: el alojamiento ha cerrado. De golpe siento que la oscuridad me atrapa. Las paredes rocosas que se antojaban protectoras, ahora resultan peligrosas. Los habitantes de los aduares se encierran temerosos en sus casas. Nadie a quien solicitar ayuda. Seguimos adelante hasta que nos tragan las gargantas. Las palmeras se ladean amenazándonos con su caída. Una tímida luz en una casita. ¡Nuestra salvación! Smahlia, smahlia. Tan solo conseguimos una disculpa por la negativa. Y el consejo de cruzar el palmeral encañonado hasta llegar a Tiwadou.

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Vergel protector / amenazador

Nuestra última esperanza, el Auberge Sahnoun, resulta ser un caserón a oscuras. Golpeo la puerta desesperado. Nadie responde ¿Dónde dormiremos? Una rápida decisión alumbrados por los faros: el teléfono que aparece en la guía. Llama tú, que estoy nervioso. Said habla con calma cuando descuelgan. Me sorprende que pacientemente pregunte por la salud durante más de medio minuto. El responsable está en Rabat. El alojamiento, cerrado. Maldita sea ¿Qué haremos? El coche parece la única solución. Tumbaremos los asientos. Mientras los reclino, veo que Said habla en el portalón con una mujer. Ha conseguido que el dueño se apiade. Pasaremos allí la noche. Incluso es capaz de regatear el precio. Jamás dejará de asombrarme. La situación se torna favorable y cenamos en una preciosa casa de adobe ensortijada de objetos amazigh. Curioseo entre los libros de fotos de una mesa apartada y lamento no charlar con Mohamed Sahnoun, que ahora se me antoja un apasionante coleccionista de arte. En cuanto cenamos, el cansancio nos vence definitivamente. Las habitaciones todavía abrasan y decidimos dormir en la azotea. Un colchoncito de espuma y un turbante para cubrirme. Me duermo al instante, pero giro y giro rebuscando la postura y la luna se despide despertándome para maravillarme con un cielo plagado de estrellas que titilan zalameras. Parecen decirme: ¿no es fabulosa la vida? Estoy deseando que mi amigo se despierte para contárselo.

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Todas las estrellas

Todas estas fotos fueron hechas gracias al móvil de Said Yachou porque el mío se ahogó en la laguna de Ualidia, así que gracias, amigo.

30 respuestas a “Todas las estrellas de Afella–Iguir

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  1. Me parece que este texto justifica por sí solo tu premio Blogosfera.
    Las descripciones, el relato, las sensaciones… Todo equilibrado e interesante.

    ¡Y qué fotos! Creo que es mi entrada favorita (seguida de El regreso a casa de Meriam)

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    1. Muchísimas gracias por tus palabras. Me alegro muchísimo de que te haya gustado. Este relato es uno de esos que tengo en mi cabeza durante meses y el día que lo escribo sale prácticamente del tirón.
      Ese día fue tan divertido y emocionante que supongo que algo de eso se ha colado en el relato.

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  2. Deberías escribir un cuento.. Divino relato. Después de escuchar mi voz en el Desierto, sé que todo camino es perfecto, divino, justo y necesario. Las puertas se abren, donde tienen que abrirse. Abrazos y gracias x el alma en tus relatos.

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  3. ¡Qué lugares, clima, costumbres y vidas tan diferentes a lo que conozco, Alberto! ¡Y un oasis en medio de esa aridez! La curiosidad surge enseguida, ¿de qué actividades vive la gente ahí? Por cierto, tu relato es perfecto. ¡Gracias!
    ¡Un abrazo!

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    1. Esa zona es tierra de arganes del que se hace el aceite de argán, muy apreciado en la gastonomía y como producto cosmético, pero no estoy seguro de que sea el motor económico. Muchas veces en Marruecos me pregunto: ¿pero de qué viven?

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        1. Te encantarán los arganes, pero no son plantas. Son unos árboles enormes llenos de cabras que se comen sus frutos.

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        2. El concepto plantas incluye hierbas, arbustos y árboles, Alberto. Por lo tanto, los arganes también lo son
          No buscaré en Google; esperaré a cuando publiques fotos de los que encuentres.
          ¡Buen domingo!

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  4. Me encantan tus relatos, uno los vive o en mi caso me transportan a mi viaje del año pasado. Con tus relatos voy conociendo las costumbres y aprendiendo un poquito de dariya para relacionarme en mi regreso. Ame Marruecos cuando lo conoci y con tus relatos aun mas.

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    1. Me alegro de que tú también seas una enamorada de Marruecos y por supuesto de que te guste pasear por mi zoco. Espero que disfrutes de tu próxima visita.
      Muchas gracias.

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