La baraka de Abdelá Taia

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Mi Marruecos, de Abdelá Taia

¿Qué es la baraka? Había buscado el significado de esa palabra exótica que aparecía aquí y allá, pero nunca había llegado a aclararlo con certeza: ¿una bendición?, ¿simple suerte? Ahora recuerdo con nitidez cuándo encontré la respuesta definitiva. Ocurrió mientras leía en un autobús Mi Marruecos de Abdelá Taia. Sus recuerdos de infancia se sucedían deliciosamente alternando peleas infantiles con visitas al hammam. El agradable sol invernal se colaba por la enorme cristalera y retiré la cortina para dejar que me calentara el ánimo. Taia relataba sus experiencias buscando a Bowles y a Chukri y sentí que compartíamos referentes literarios. Y entonces, sin previo aviso, apareció el capítulo que ahora rememoro, el titulado: “La baraka de Starobinski”. Un Taia aún universitario consiguió tener una reunión con su escritor adorado, en su despacho, y su única obsesión era conseguir rozarle la ropa para que se le pegara algo de su baraka. Igual que los estudiantes con buenas notas se dejan toquetear por los que suspendieron con la esperanza de así tener más suerte la próxima vez. Descubro por fin que la baraka es un don que se transmite si se intenta atrapar con admiración sincera. Hay que creer en el rito y en aquel autobús me convertí en creyente de la baraka.

Mucho tiempo después, empecé a escribir, y más tarde, a intentar que se publicara mi novelita sobre el hammam. Tras una docena de rechazos, quizás una veintena ¿llegaré al centenar?, recordé aquel relato de Abdelá Taia y comprendí que debía tomar prestadas trazas de la baraka de los escritores que se cruzaran en mi camino. Primer objetivo: Leila Slimani. Da una charla en la Biblioteca Nacional de Rabat. La sala está llena y la cola para que nos firme su Canción dulce es enorme. La espera me pone nervioso y noto cómo se me acelera el corazón. Intento calmar la respiración mientras ensayo mi frase. ¿Cómo se dice en dariya necesito tocarte el hombro para que se me pegue tu baraka? Menos mal que he traído una copia de su novela para facilitar el acercamiento. Mi turno: Salam, hatta ana ketib, ualakin jasna lbaraka dielek. Mumken tac? No conozco el verbo que me hace falta y con un gesto le pido tocarle la manga. Mrhaba Alberto. Conseguido.

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La baraka de Slimani

Quizás por ese primer regalo, la siguiente oportunidad se vuelve aún más provechosa. En Marrakech, hacen un homenaje a Juan Goytisolo en un encuentro lleno de amigos que le lloran. Lamento llegar tarde para charlar con el recién fallecido, pero me siento un privilegiado por escuchar aquellos emocionados testimonios. De repente, un nombre familiar: Embarek. Con una búsqueda rápida descubro que traduce a Chukri. Esa mujer tiene que estar llenita de baraka. Tengo que conseguir hablar con ella. En el siguiente descanso, se forman grupitos y la asalto sin miramientos. No me hace falta mentir: vivo en Marruecos por culpa de (gracias a) Chukri. Charlamos un momento, pero no me atrevo a rozarla. Por la tarde, un golpe de suerte: se sienta a mi lado. Y ahí le confieso que necesito su baraka. Se ríe. Le hace gracia mi ocurrencia (que no es mía en realidad) y me regala la de Sidi Juan y la de Chukri. Dos por uno.

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La amistad de Antonio

Una vez empezado, no puedo parar: una mano sobre Binebine, la manga pellizcada de Houdaifa, un abrazo con Antonio, un café con Kilito. ¿Aún vive Mrabet en Tánger? ¿A cuántos más debo tocar para conseguir que me publiquen? Quizás falta el fundamental, el que provocó este pasatiempo absurdo: Abdelá Taia. Su nombre aparece entre los invitados del Tres Festival de Granada. Decido asistir. Salas abarrotadas. En la charla matutina lo descubro sentado en solitario. ¿Debería ponerme a su lado? Así se rozarían nuestros codos. Alguien se me adelanta y lamento mi indecisión. Otra ocasión perdida por pensar demasiado. En las pausas, los conferenciantes se apiñan y no hay quién se acerque a saludar. Se protegen de los curiosos. Termina la jornada y salen en racimos compactos. Esperan en la calle a un transporte que se retrasa. Ahora o nunca. Me lanzo ignorando el temblor de las piernas y el latido al galope del corazón. Salam, salam. En cuanto comienzo a hablar, los nervios se evaporan y comienzan las risas cómplices. Él mismo insiste en que nos hagamos una foto y se apoya en mi hombro. Me está regalando su baraka, como si me leyera el pensamiento, como diciendo: mucha suerte con tu novela. Shukran bzef!

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La baraka de Taia

Mi Marruecos, de Abdelá Taia ha sido reeditado recientemente por Cabaret Voltaire con traducción de Lydia Vázquez.

13 respuestas a “La baraka de Abdelá Taia

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  1. Pues ahora entiendo un poco más a mi amigo Hassan, quien siempre se despide de mí con un «good luck», que me resulta curioso. Y ahora veo que me da su «baraka» ….. 😉 Gracias por describir esas pequeñas cositas que nos acercan al Marruecos de verdad.

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  2. Esta misma semana y llevo ya aquí en Marruecos 8 años, pregunté por el significado de « baraka » una vez más y de nuevo no conseguí entenderlo del todo.
    Gracias por arrojar un poco más de luz sobre el tema.

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