Un bar de carretera

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Dalalu Al-Andalus, de Nabyla Maan

Aunque falta todavía un buen rato hasta que comience el concierto, prácticamente todas las sillas que hay frente al escenario están ya ocupadas. Y las pocas aparentemente vacías son el objetivo de los merodeadores que buscan dónde sentarse. Los vecinos de asiento se disculpan: Aamar, juia. Pero no me importa que no hayamos encontrado sitio. La escalinata que desciende desde la enorme puerta de la Kashba de los Udaya sirve de improvisadas gradas. Algunos colocan un trozo de cartón para no mancharse la ropa. Pero yo me tiro al suelo sin más e incluso me tumbo para observar el cielo, como buscando una señal en las estrellas que confirme lo que hoy ha sucedido. Mi amigo Said me habla de la cantante que anuncia el programa. Nunca he escuchado a Nabyla Maan, pero sus alabanzas despiertan mi curiosidad. Justo antes de que comiencen a sonar los instrumentos, llega un escandaloso vendedor de frutos de secos, coloca su enorme cesto frente a nosotros y se pone a vociferar: caucau, zaria, draa, hames! Comienza la música y todos aplauden, pero nosotros protestamos porque no conseguimos ver nada. Se me apodera la euforia sentida en las horas pasadas y comienzo yo también a gritar como un loco: caucau, banan, delah, matisha, kilo favor, zamaa! Los de alrededor protestan porque se me oye por encima del laúd, pero no puedo parar, como si estuviera poseído. Solo un policía que se ha acercado amenazante me ha hecho callar. Me he excusado sonriente: Ana farhan.

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Escalinatas que sirven de gradas

Un rato antes caminábamos junto a la orilla del río Buregreg.

Intento explicarle lo que ha sucedido durante la tarde. Hablo acelerado, se me amontonan las ideas y mezclo inglés y dariya. Mi amigo no parece comprenderme. ¿Cómo se dice maison d’édition en árabe? Tengo que conocer esa palabra cuanto antes. No creo que esté entendiendo los detalles de lo que le cuento, pero sonríe y sus ojos brillan igual que cuando salía del agua durante nuestras lecciones de natación. Mi cerebro, hervidero de ideas, proyectos y sensaciones, me ordena relatarle la angustia pasada hace media hora, cuando intentaba encontrarlo en el centro de Salé.

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Un secreto a orillas del Buregreg

Y antes hablaba con él por teléfono mientras conducía desde Sidi Buqnadel.

Finek? ¿A qué hora llegas? Genial. Te recojo en la estación. Bislama. Ya estoy en el coche y en la garganta me abrasan unas palabras que luchan por salir. Necesito soltarlas cuanto antes, como si se tratara de un espejismo que fuera a desaparecer si no lo cuento. Finek? La, la, kul shi mzien. Solo quiero contarte una cosa. He recibido un email. Pienso mientras hablo: siempre imaginé que sería una llamada. Había fantaseado diciendo: he recibido una llamada. La llamada. ¿No entiendes nada? Por teléfono es complicado explicarse. Asoman las hileras de viviendas de Salé, la avenida se llena de coches y la circulación se frena de golpe. Temo no llegar a tiempo. Finek? Ana fi tariq. Hay mucho tráfico. Será mejor alejarnos de la estación. Allí no habrá forma de aparcar. Finek? Nos vemos en la última parada del tranvía. Ya he llegado. ¿Tú dónde estás? ¿Hay dos líneas diferentes? No lo sabía. Finek? Tengo algo que contarte.

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Lugares de difícil estacionamiento

Y aún antes esperaba a que me limpiaran el coche.

Al recibir una gran noticia, los detalles circunstancias se graban en la memoria nítidamente. En mi caso, la cafetería de una gasolinera en Sidi Buqnadel. Vulgares sillas de plástico de colores en la terraza exterior, decoración sin personalidad idéntica a la de centenares de otros locales, ningún cliente en las horas vespertinas, una camarera aburrida apoyada en la barra, música para olvidar y un té con hierbabuena enfriándose en la mesa. Intento leer la novela que tengo en las manos, pero no logro concentrarme. Miro la hora calculando cuándo debería partir. Un aviso en el móvil: un mail recién llegado. Y no uno cualquiera. Lo firma Antonio y se deshace en halagos con mi novela: “El libro lo vemos y lo sentimos como libro a publicar. Hermoso, lleno de registros que emocionan.” Tantas veces he fantaseado con este momento, pero nunca creí que fuera así: grito medio sobresaltado, descruzo las piernas, le doy una patada involuntaria a la mesa, se vuelca el vasito de té, se moja el libro, golpeo una silla al girarme para coger una servilleta, releo el mensaje: libro a publicar, exclamo eufórico, se asusta la camarera, se asoma un cocinero, no dejo de gritar emocionado: ¡les ha gustado, les ha gustado!. Kul shi mzien asidi? Mzien bzef, ana farhan deba.

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Un té como otro cualquiera, dirás

Todas las entradas dedicadas a la escritura de mi primera novela se encuentran en la pestaña No es asunto tuyo dentro de la sección El escriba.

Tiempo rememorado: 30 de julio de 2018

28 respuestas a “Un bar de carretera

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  1. Me encanta tu manera de hablar de mi tierra …En los años 50, a lo largo de la avenida que lleva del rio Buregreg a los Udayas, existia «la acera de los peluqueros» que atendian a sus clientes en tiendas de piel de cabra. Practicaban sangrado en el cràneo afeitado de sus pacientes y de las tiendas se escapaban tufaradas de amoniaco y sangre calienta, un fuerte olor a aventura que encantaban la niña que era entonces.Perdon por la ausencia de tildes en los acentos tonicos, pero me teclado galo se niega en ponerlos.Enhorabuena, Alberto!

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    1. Me encantan esos recuerdos tuyos. No me extraña que te fascinara semejante espectáculo.
      Bienvenida a El zoco del escriba, me alegro muchísimo de que te guste.
      Un abrazo.

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