El hombre de Armed

El hombre de Armed parece, a primera vista, un simple estafador. Pulula en torno a la caseta de la gendarmería donde acaban de bloquearnos el paso. Mientras tanto, me crispan las formas histéricas de un uniformado que grita sin cesar. Carece de paciencia y rebosa contagioso mal humor. Señala un cartel al que se aferra para justificar su comportamiento: desde aquí es obligatorio ir acompañado de un guía de montaña. Locales y extranjeros protestamos al unísono: Conozco de memoria el sendero hasta la cumbre, ma andnash lflus, solo vamos hasta Sidi Shamharush… Pero de nada sirven nuestras quejas. El hombre de Armed se acerca con picardía hasta que acabamos regateando la tarifa por acompañar a un grupo recién formado entre desconocidos. No vacila al recolectar el dinero y los documentos de identidad para apuntarnos en un listado milagroso que nos protege del peligro. El remedio ahuyenta más que la enfermedad.

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Amistades efímeras

El hombre de Armed no está listo cuando debemos reemprender la marcha. Sale corriendo hacia su casa a preparar la mochila para la montaña. Nuestros postizos compañeros de expedición llevan prisa, pretenden hacer cumbre y descender en el día, y dormir esta misma noche en Marrakech, así que comenzamos a caminar y dejamos atrás a nuestro imprescindible guía. El mundo al revés. Estos nuevos amigos tienen cuerpo de atletas e imponen un ritmo endiablado que me hace sudar como en una competición. Me olvido del paisaje y permanezco en silencio intentando desentrañar la jugarreta del hombre de Armed. Habrá madrugado para timar a los primeros senderistas dispuestos a pagar por subir al Tubkal. Y en cuanto se ha visto con el dinero, escudándose en lo de la mochila, ha corrido hacia su casa fantaseando con una buena siesta tirado en el diván. Miro hacia atrás deseando no llevar razón, pero por el sendero no atisbo a ningún guía apurado por su retraso. ¿Cómo se llamaba? Ma naarafsh. Ni su nombre conocemos.

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Desde la cumbre

El hombre de Armed es un auténtico maleducado. Ni siquiera nos saluda al alcanzarnos. Eh tú ¿es obligatorio robarnos de forma tan descarada? Hed shi li kein. Y sale pendiente arriba dejándome con la palabra en la boca. Nuestros compañeros han sido más listos y se han llevado su carte de séjour. Tiene prisa por recuperar la documentación. A pesar de la belleza que nos rodea, no consigo evitar que me domine el enfado. Por mero contraste, unos jóvenes músicos, que canturrean al son de banyo y darbuqa, resultan balsámicos. Hacen que me olvide del maldito buscavidas. Cuando reaparece, lo abrazo de improviso antes de soltarle un discurso: Me alegro de haberte conocido. Gracias a ti, aprecio mejor a los demás. Tú los haces buenos. El hombre de Armed no comprende mi ironía. Niega haber hecho nada malo y argumenta usando excusas absurdas. Ya sabes lo que has hecho. Ma andi ma ngulek. El hombre de Armed sabe cambiar de actitud cuando se ha pasado de la raya. Promete cuidarnos hasta llegar a la cumbre.

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Banyo y darbuqa
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El hombre de Armed

El hombre de Armed es amable y nos trae té mientras descansamos antes de ni siquiera desearlo. Durante la tarde ociosa aprende algunas frases en español que le resultarán de utilidad: ¿Necesitan un guía de montaña? A cambio me enseña palabras hermosas en tamazight: titrit. ¿Cómo se dice shafara? Demuestra tener sentido del humor al recibir mis golpes con una sonrisa. Es amigo de sus amigos y bromea con los cocineros del refugio mientras sirve las mesas. El hombre de Armed se limita a seguir el sendero, no es uno de esos guías que sabe ajustar su ritmo al nuestro. Pero me parece adivinar que es consciente de sus limitaciones cuando intenta compensar sus carencias mostrándome Armed desde la cumbre. Tu madre está preparando un tayín de carne. Huele desde aquí.

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Tubkal al amanecer
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El rey de los genios, de Muhammad Zafzaf

Anoche mismo, el hombre de Armed no podía creer que existiera un relato ambientado en Sidi Shamharush y teme que esté basado en hechos reales. Comprende mi curiosidad por aquel lugar perdido en las montañas y, al descender, me premia con un paseo en torno a la piedra encalada del rey de los genios y me relata con calma lo que sucede allí por las noches. Responde a mis preguntas y me enseña a comprender lo que ven mis ojos. El hombre de Armed ya no me miente y se disculpa por lo del día anterior. Quiere saber de qué trata el relato de Muhammad Zafzaf, e incluso pretende que se lo traduzca. Quizás esa idea sea el mayor regalo que me ha hecho el hombre de Armed.

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