Mohamed Mrabet en el manicomio Ijuan

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El limón, de Mohamed Mrabet

Cuando comprendí que me había convertido en una nueva persona y que necesitaba un nombre diferente, quise destacar lo a gusto que me sentía en Marruecos, pero la transcripción de ese sentimiento, marteh, no me convencía. Sin embargo, con algún baile de letras, en una biblioteca ordenada alfabéticamente por el apellido del autor, un libro de Alberto Mrteh caería justo al lado de los de Mohamed Mrabet, un escritor al que admiro desde hace tiempo. Como penitencia por tener a tan ilustre vecino, cargo con un seudónimo que nadie pronuncia correctamente. Antes de que mi Meshi shughlek llegue a las estanterías, la vida me ha regalado con algo inesperado. La segunda novela de Mrabet, El limón, escrita hace cincuenta años, acaba de ser publicada en español por Cabaret Voltaire. Y mi nombre figura dentro de ese libro, detrás de traducido por.

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The lemon, de Mohamed Mrabet (Té y charla)

Con esta excusa, lo contacté hace meses para conocerlo. Pero el primer encuentro con Mrabet fue decepcionante. Me citó en el mítico Café de Paris, donde compartimos té y charla. Yo soñaba con anécdotas del Tánger legendario, con historias de Paul y Jane Bowles y con su ayuda para resolver las dudas que me surgían al traducir su novela. Sin embargo, con mis preguntas sobre el pasado, provoqué que Mrabet recordara experiencias violentas (Le he hecho la cara atrás) y a los personajes desagradables (Es un trozo de mierda). Me incomodó el rencor que arrastraba. Pero me divirtió su forma única de hablar en español (Llevo años no fumo) y su memoria prodigiosa, que le permitía ensortijar sus recuerdos con múltiples nombres y fechas.

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Ordenados alfabéticamente

A pesar de aquello, decidí quedar con él en otras ocasiones y ahora tomo un café con Mrabet cada vez que paso por Tánger. Ya me he acostumbrado a sus, digamos, ataques de sinceridad y he comprobado que su humor mejora si su familia está cerca: sonríe cuando lo abraza su sobrina en casa de su hermano Abdellah, se muestra orgulloso de que su hija Aisha haya heredado su don para contar historias y sus ojos brillan al recordar aquel hogar lleno de gente de su infancia (Estábamos treinta y cinco personas). Pero ya no nos vemos en lugares legendarios, sino en el café que frecuenta cerca de donde vive, en el barrio de Suani, un concurrido local donde todos lo llaman por su nombre.

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Actores secundarios del Manicomio Ijuan

Hoy hemos quedado a las cinco. Llego antes de la hora, como cuando voy al teatro. El camarero me pregunta si vengo a ver al de siempre. ¿Mrabet? Claro, ponme un té con shiba, que ya hace frío. Las miradas de los clientes, fijas en el partido de la televisión, se giran en cuanto lo ven llegar. Su entrada parece la recepción de un ministro, todos se levantan y le dan la mano. Alguno incluso le besa la cabeza. ¿No ensayarán este espectáculo por las noches? Se sienta, pide su eterno lipton con leche y comenzamos a hablar. Aunque ronda la edad de mi padre, lo he adoptado como abuelo, así que cuando se enfada y comienzan los insultos, le hablo del mar y entonces se le ilumina la cara y algún espontáneo nos interrumpe para alabar sus virtudes atléticas. ¿Qué si sabe nadar? Pero si es el mejor nadador de la playa de Ashqar. Y cada vez que intento dirigir la conversación hacia sus relatos, aparece algún personaje secundario y recita sus dos líneas: ¿Mrabet? El mejor futbolista de Tánger. ¿Ah sí? ¿En qué posición jugaba? ¡En todas! ¡Portero, defensa y delantero a la vez! Parecen obviar que sea pintor y escritor.

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Mrabet marteh

Si quiero saber de dónde saca la inspiración, entra en escena alguno del coro apuntándome alguna profesión de Mrabet que desconocía: ¡Pescador! ¡Torero! ¡Boxeador! ¡Y valiente! Mrabet ríe con ganas antes del último acto: se levanta Mimun, el malo de la película, y lo reta a muerte. Los dos se ponen en guardia, se caen algunas sillas y el café se transforma en un ring. Gritan y aplauden cuando Mimun reconoce su derrota. Un pobre diablo se burla de Mimun: Hedda? ¡Hasta luego!, como indicando que es el cabecilla del Manicomio Ijuan, el café donde me cito con Mrabet cuando paso por Tánger. Finalmente, se despide de mí antes de dar la mano a otros clientes y se encamina hacia la puerta. Cuando cruza la terraza, alguien le grita: ¡Mrabet! Entonces, se gira y hace un gesto teatral idéntico a un actor que da por terminada la actuación. Ganas me dan de aplaudir pidiendo un bis.

El limón, escrito Mohamed Mrabet y traducido por Alberto Mrteh, está publicado por Cabaret Voltaire.

11 respuestas a “Mohamed Mrabet en el manicomio Ijuan

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  1. Pero qué terrible envidia me das, envidia por tomarte un café con Mrabet, y por poder escribirlo. Sobre tu apellido, me sabía la mitad de la historia,…. así que vecino en las bibliotecas de Mrabet…. toda una obra de ingeniería mental. Enhorabuena por la tradución. En mi próximo viaje me lo llevo para que me lo dediques. Un abrazo, me encanta leerte.

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    1. Muchas gracias Laura por tu comentarios. Lo de la ingeniería mental me ha encantado. Yo es que le doy mucha importancia a quién tengo a mi lado.
      Espero que te guste la novela y que te la llegue a firmar Mrabet!!!

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  2. ¡Bravo Alberto! Me alegro de por fin poder leer un libro en que ponga tu nombre, aunque sea como traductor, pronto llegará el de escritor.
    Y me alegro de por fin conocer el origen de tu apellido que tampoco yo se repetir. Disfruta de esos encuentros con tu «cuasitocallo»

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    1. Creo que la explicación de mi apellido no la había contado hasta ahora. Supongo que este era el momento adecuado.
      Me alegra mucho tu emoción al ver un libro con mi nombre.

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