Tras los pasos de Bowles en Fes

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Un hombre en una azotea…

No quiero ni mirar el reloj, ya sé que llegaré tarde a mi cita, así que tendré que inventarme alguna excusa más tarde. Aunque la explicación sea bien simple: Antes, mientras esperaba a que me atendieran en la recepción, me he imaginado en la azotea y ya no he podido quitarme esa idea de la cabeza. Retrepo los escalones tan rápido que, cuando finalmente llego a la última planta del fondoq, necesito detenerme un instante para recuperar el aliento. ¿Qué tendrá este lugar para atraparme de semejante forma? Será por sus vistas, supongo. Al estar tan cerca de Bab Buylud, desde aquí puedo echar un vistazo a la medina justo antes de adentrarme en ella.

He descubierto que no soy el único que ha quedado enamorado del panorama. Hace algún tiempo me encontré aquí mismo a una española, Susana se llamaba, que también se encaramaba a estos altos para dedicarse a la contemplación. Tuvimos una breve charla en la que mencioné que mi primera incursión en Fes había sido con Paul Bowles, de la mano de La casa de la araña. A la mujer le sorprendió que mencionara precisamente esa novela, ya que no es su obra más conocida, e incluso me felicitó, aunque me pareció que al final le decepcionó que no recordara con nitidez el desenlace de la historia. Me miró fijamente como preguntándose qué clase de persona olvidaba algo así.

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El recorrido de los personajes

Ese día no contesté, pero si lo hiciera ahora, le confesaría no solo que se me había borrado aquella última escena, sino que después he comprendido que mi desconocimiento de la medina era tal que a duras penas había podido seguir el recorrido de los personajes. Por no mencionar lo poco que sabía de la Historia de Marruecos, y que me había impedido valorar el telón de fondo. Y seguramente le reconocería que lo único que se había quedado grabado en mi memoria había sido el arranque de la novela: un extranjero que camina a oscuras por las callejuelas y que cree poder orientarse incluso con los ojos cerrados. En la penumbra nocturna, el protagonista se dice que el sonido de sus pasos y el del agua que circula por las entrañas de la medina le bastan para reconocer exactamente dónde se encuentra.

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La casa de la araña, de Paul Bowles

Así que esta novela de Bowles, la que más a menudo recomiendo, en realidad la conservo entre brumas y tan solo guardo una vaga idea de manantiales caprichosos que luego he echado en falta durante mis caminatas por la medina. En la visita de hoy, rodeado de fabuladores, de nuevo sale a colación La casa de la araña. Pero esta vez mis recuerdos no alcanzan a satisfacer su inacabable curiosidad. Me siento como un impostor que habla sin saber, así que es todo un alivio descubrir una copia en inglés en una librería de la zona alta de la Talaa Seguira. Me acomodo en un cafetín para comenzarla de inmediato y de nuevo me deslumbra el americano prepotente que cree conocer la medina incluso caminando a ciegas. Pero ahora me parece que en realidad está poniendo en duda mi amor por la ciudad y que me está retando a mí directamente.

Por la noche me he despertado varias veces, igual que un niño antes de su excursión de fin de curso. Me alegro de que nadie me pregunte a qué voy a dedicar la mañana porque me sentiría ridículo al confesar que pretendo hacer un mapa de los sonidos de la medina. Pero, tan pronto como comienzo, me doy cuenta de la enorme diferencia entre la novela y lo que me encuentro. Allí, de noche y con calles desiertas; aquí, un sol radiante y este bullicio irrefrenable. Decido caminar para alejarle del barullo de los restaurantes y puestos del zoco, pero el mercado no acaba nunca. ¿No será absurdo mi propósito?

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Los restos de los ríos subterráneos

Continúo calle abajo intentando obviar el vocerío hasta que me sitúo justo delante de una fuente decorada con preciosa cerámica tradicional. Un joven se acerca para lavarse las manos. Me apoyo en la pared, cierro los ojos y comienzo a trazar el mapa: el súbito torrente cuando abre el grifo, las rítmicas cinceladas de los artesanos del almacabra y unos niños que canturrean el alifato. Le pregunto a un vendedor cómo se entra en esa madrasa y me invita a cruzar una puerta minúscula. Me siento en un banquito infantil y hablo un momento con los alumnos. La estrechez de estas calles invita a la charla. Y no quiero resistirme.

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Alifon, baon, taon

8 respuestas a “Tras los pasos de Bowles en Fes

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