
Es un recuerdo lejano, apenas localizo cuándo ocurrió. Es posible que sucediera antes de vivir en Kenitra, pues creo recordar que solo balbuceaba algunas palabras sueltas de dariya. Asistía a mi primera boda marroquí, la del primo de un conocido. En realidad, me había sorprendido la invitación, pero la había aceptado por mera curiosidad. Viajamos de noche hasta un aduar al que no he sabido regresar. En la casa familiar se agolpaba todo el pueblo, que esperaba nuestra llegada. Quizás por extranjero, me plantaron un ramo de flores y me pusieron a liderar la comitiva del novio.

Comienza el ajetreo, los músicos animan a los invitados a dar palmas y a bailar. Los muchachos compiten por demostrar su talento para seguir el frenético ritmo shaabi. Los gritos no cesan y me dificultan entender lo que me susurran al oído. ¿Alcohol escondido? ¿Bailarinas? Me llevan de un rincón a otro para saludar. Gauri, iek? Todos quieren mostrarme su simpatía y asegurarse de que me divierto. La multitud se dispersa por las habitaciones que rodean el patio para el banquete. Miro a mi alrededor más bien incómodo. ¿Qué es lo que no encaja? A mi amigo le preocupa que no coma: Kul, kul! Por fin le pregunto: ¿Dónde están las mujeres, Mohamed? No he visto a ninguna desde que llegamos. Las mujeres están bien, no te preocupes por ellas. Kul!
Más tarde, de regreso al patio me doy cuenta de que hay una cortina que lo divide de punta a punta. ¿Cómo no lo he visto cuando entramos? Me prometo estar más atento. De hecho, ahora que me fijo, descubro que en la cortina hay unos pequeños agujeros por los que asoman unos ojos infantiles que observan curiosos. Comienza de nuevo la música atronadora y aprovecho el súbito barullo para asomarme tras la misteriosa cortina.

Al otro lado descubro un puñado de mujeres sentadas sobre un montón de mantas con la cabeza gacha. Han llegado hasta allí en silencio a través de un pasillo hecho de telas. Están calladas, como si tuvieran miedo de ser descubiertas. Una niña comienza a dar palmas, entusiasmada por la música que traspasa todos los velos, pero la abroncan con una cantinela bien aprendida: “Que tu voz no se oiga más allá del umbral, que los desconocidos nunca sepan si en casa hay mujeres, que no puedan imaginar el sonido que emite su garganta”. La niña se calla de golpe, asustada al notar por primera vez las cadenas que aprisionan sus tobillos. Parece descubrirlas en este preciso instante.
Un hombre corpulento de rostro severo se adentra tras la cortina y comienza con las amenazas: Este año es el último. Algunas niñas lloran porque no quieren abandonar la escuela. El hombre rasga parte de la tela que separa el patio y se la entrega a una niña, junto con un imperdible. Ni un solo cabello, ni un solo mechón debe quedar al descubierto. Cuando la niña termina de colocarse el velo, entonces desaparece como por arte de magia. ¿Qué poder de invisibilidad tiene esa tela? Primero, una, después otro, y así hasta que van desvaneciéndose todas delante de mis propios ojos.
Al final solo queda una mujer con el pelo alborotado que tiñe de henna las plantas de los pies de su hija. El hombre la mira irritado porque se niega a ponerle el velo. La mujer, incómoda, solo se tranquiliza cuando el hombre se marcha. Entonces continúa hablando a su hija con dulces palabras. La niña mira divertida el dibujo que se va formando. Me acerco para descubrir lo que está pintando. Se trata de una enorme bandada de pájaros que sobrevuela a lo largo del pie y de la pierna de la niña. La mujer se para un instante y pinta con sumo cuidado un pájaro que avanza en sentido contrario, que toma otro camino. La mujer le explica: Este es el pájaro a contracorriente que quizás consiga que la bandada cambie de rumbo. La niña le pregunta a su madre por qué le tiemblan las manos. “Me tiemblan por miedo a ser castigada. No quiero hacerme la valiente, lo hago para sobrevivir, aunque desde luego ha merecido la pena luchar porque no enfrentarse es morirse. Se puede aguantar el sufrimiento para una misma, pero no para quien se quiere. Ahora solo queremos la libertad absoluta.”

Me alejo discretamente rememorando lo que acabo de escuchar y pensando que esas palabras me obligan a posicionarme sobre la tela en medio del patio.
«Siempre han hablado por nosotras», de Najat El Hachmi, con traducción del catalán de Ana Ciurans Ferrándiz, ha sido publicado por Ediciones Destino.
La imagen de portada de este artículo ha sido amablemente cedida por la Fundación Tres Culturas. ¡Gracias!
Hola Alberto.
Un comentario para pensar.
Y pasan los años , todo sigue casi igual
Otra generación , pero que cortito son los pasos que se dan.
Es como una rueda cuando te quieres dar cuenta estás otra vez en el punto de partida.
Un abrazo.
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Hola Alberto.
Un comentario para pensar.
Y pasan los años , todo sigue casi igual
Otra generación , pero que cortito son los pasos que se dan.
Es como una rueda cuando te quieres dar cuenta estás otra vez en el punto de partida.
Un abrazo.
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Sí, ya veo que el confinamiento te ha hecho pensar mucho en regresar al punto de partida. Esperemos que sí que avancemos.
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Hola Alberto
En Europa, hay algo llamado ‘lo políticamente correcto’ que no se diferencia tanto en el fondo… aunque sí en la forma.
Un abrazo
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Sí, yo también he pensado en los efectos perjudiciales que tiene lo políticamente correcto.
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Para mí esa cortina es la separación entre la realidad y la apariencia, un tema de un interés ciertamente notable
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Me alegro de que haya despertado tu imaginación.
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Alberto, me has puesto los pelos de punta, ¡Qué triste y al tiempo qué valentía esa mujer! Gracias por compartir y hacerme pensar.
Creo que todos, muchas veces en nuestra vida nos dejamos arrastrar por miedo y en ocasiones nos vestimos de valor y volamos a contracorriente. Aunque claro, no es lo mismo cuando el miedo tiene detrás una historia de poder y sumisión.
Un abrazo
María Pilar Sanz Meapasionanloslunes.es
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La historia que arrastran estas mujeres es compleja. Me ha gustado ponerme en su piel. ¡Feliz lectura!
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Me apetece mucho leer ese libro. Enganchan tus entradas.
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Te lo recomiendo. Intuyo que te gustará. ¡Feliz lectura!
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Antesdeayer acabé de leer el libro de Najat El Hachmi, por lo que ya esperaba que hablaras de él cuando he leído el encabezamiento de «La cortina en medio del patio».
Me ha encantado tu versión de lo que significa esa tela.
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Pues me alegra que ya con el título supieras por donde van los tiros.
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