Llevas años fantaseando con este viaje sin ser consciente. Si te remontas a cuando ibas a la escuela, quizás te recuerdes con El principito entre tus manos, ¿lo has olvidado? Había una imagen en las primeras páginas que a primera vista parecía un sombrero, pero que en realidad representaba algo muy diferente que solo unos ojos infantiles pueden descubrir. Y luego las dunas se escondieron en el fondo de tu memoria hasta que las volviste a encontrar en una película: El cielo protector. No eres capaz de decir cuándo la viste porque te parece que siempre ha formado parte de tu propia vida, pero recuerdas que estuviste semanas tatareando aquella música que acompañaba a los camellos. Y ese fue el deseo que fijaste en tu mente: un paseo por las dunas a lomos de uno de esos animales y luego posar tus pies descalzos y sentir la arena entre los dedos.

Pero justo antes de partir, de cada flanco te llegan mensajes pesimistas. ¿Marruecos? No dejarás de encontrarte españoles por todas partes. ¿Merzuga? Está lleno de turistas. ¿Paseo en camello? Solo los guiris hacen eso. Y los malos augurios te acompañan en el avión y permanecen contigo durante el viaje por la larguísima carretera hasta llegar a tu ansiado destino. Y como una maldición te empeñas en barnizar la aventura de negatividad: resoplas cada vez que te cruzas con otro extranjero y no te das cuenta de los ojos oscuros que te miraban ofreciéndote una charla amigable, protestas cuando el camarero tarda en servirte el té sin comprender que te está regalando un tiempo precioso para que experimentes su forma pausada de degustar la vida. Y buscas basura por el suelo, carteles en mal estado y defectos acá y allá. En el zoco sientes que te intentan timar, en el café que pretenden engañarte y te niegas a entablar conversación con los que pasan por tu lado. Incluso has asustado a un niñito que se te quedado mirando y solo pretendía tocar tus rizados cabellos rubios. Te has quedado sin su tierno beso en la mejilla.

Es tu última tarde en Merzuga, precisamente el día previsto para hacer el paseo a camello. Los animales ya están atados entre sí y un adolescente amazigh que viste una preciosa chilaba azul os ayuda para que subáis sobre las bestias. Tienes miedo de caerte. Comienzan a caminar, pero no terminas de relajarte. De hecho, te gustaría que el paseo acabara ya mismo. El sol está a punto de esconderse y te regala una última caricia antes de desaparecer. Consigue que liberes un poco de esa tensión que te impedía disfrutar la experiencia. Se levanta el viento, que arrastra la arena y se lleva definitivamente tus malos pensamientos. Los pasos del camello te acunan y te meces sometido a su compás. Te ha costado soltarte y ahora te arrepientes del tiempo perdido. Pero te prometes aprovechar lo que queda: Mañana madrugaré para ver el amanecer sobre las dunas. De regreso al riad, acompañados ya por las estrellas, la voz del almuédano de una mezquita lejana suena poderosa y un escalofrío te recorre la espalda como si te sacara de tu letargo.

A las cinco de la mañana suena la alarma, pero la apagas sin llegar a despertarte. Sigues en la cama, pero en cambio sueñas que te levantas para cumplir tu promesa, que te acercas hasta las primeras dunas, que observas cómo cambia su color según se aproxima el amanecer, que lees unas páginas de la novela que tenías en la mesilla, que descubres unas jaimas perdidas en el tiempo donde jamás pasaste la noche, que unos camellos salen a tu paso para saludarte, que te descalzas para sentir en tus pies el frescor del alba, que eres una nueva persona al saludar a unos niños que juegan al fútbol y que vuelves a acostarte hasta el desayuno. Y antes de dormirte, en tu sueño recuerdas que no era un sombrero lo que había dibujado en aquel libro de la infancia sino una serpiente que se había tragado un elefante. Al montar en el coche de vuelta al aeropuerto, lamentas no haberte levantado para visitar las dunas y te asalta el recuerdo tan real del sueño que tuviste. Y al meter las manos en los bolsillos tus dedos se topan con la arena que se coló allí por la mañana cuando saliste a caminar. Un paseo mágico que prefieres decir que lo soñaste, para que nadie cuestione que el desierto te ha transformado.

En Merzouga podeis conseguir alojamiento de calidad y para gozar las vacaciones en desierto.
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Espero que al menos me invites a un té cuando vaya por allí.
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Me han gustado mucho las fotografías hacen que te sumergas más en la historia.
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Me alegro mucho, aunque si por mí fuera, escribiría relatos y artículos sin fotografías.
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Qué lindo relato, Alberto! Dan ganas de conocer ese desierto que describes. Solo he estado en el de Atacama y -aunque allí no hay camellos- coincido en que el desierto es un entorno mágico.
Me gusta también como describes la transformación desde el prejuicio a la apertura y de ahí al disfrute total de la experiencia. Te felicito por tu pluma!
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Muchísimas gracias por tus palabras. Estoy seguro de que el desierto de Atacama también genera emociones transformadoras.
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Vuelvo a leerlo…echo tanto de menos estar ahí. El desierto no es sólo ir y verlo, es sentirlo. Y éso, nunca te deja. Al ver ponerse el sol tras las dunas por primera vez, agradecí haber estado allí, por lo menos, una vez en mi vida. Me ha encantado releerte.
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Me sorprende y me encantas que releas mi artículo sobre Merzouga para rememorar tus propios recuerdos. Comparto además contigo esa emoción al ver el atardecer sentado en las dunas.
Gracias por tu visita.
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Este relato es una maravilla, Alberto.
Una pequeña joyita con las que te descubro como escritor. Enhorabuena.
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Muchas gracias por tu entusiasmo. ¿Vas a visitar pronto el desierto?
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Que bonito que los sueños se puedan realizar, da igual sea pronto o muy tarde. El desierto embriaga y fascina, a mí me parece que estoy en medio del mar, pero con otro color y otra textura. Tengo que volver a tumbarme en la arena ocre, ver puestas de sol tomando un té.
Suerte la tuya por vivir cerca de él. Un beso. Mauri
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El desierto está todo lo cerca que uno sueñe. ¡Feliz año!
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Hola Alberto abuso de tu espacio de comentarios, si te molesta pido disculpas –j re
Hola, te hago llegar la invitación de 2019, por si tienes interés en participar o conoces a alguien que desee intervenir.
Saludos Juan re crivello
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Hola Alberto
Es paradójico, pero el desierto te transforma; algo que no es nada se convierte en todo.
Yo no he estado nunca en uno de ellos; pero después de leer este relato es como si hubiera ido.
Un abrazo
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No dejes de ir en cuanto tengas la oportunidad.
Gracias por tu fidelidad.
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Es una buena idea,buscamos fecha y preparo maleta.
Un abrazo.
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¡Bienvenida!
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Sólo me sale decir: Voy! Maravilloso relato. He tratado de leerlo como si no huebiese ido al desierto, y , ciertamente, El principito, dejó huella….
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Me hace gracia cómo lees, intentando desprenderte de tu experiencia. Me parece muy difícil hacerlo.
Gracias por tu fidelidad.
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Hola, llevo intentando poner me gusta en varios artículos y en varios sesiones pero no puedo, se abre la mascara y se sierra en seguida. Quizás el problema es mio, pero compruébalo por si acaso.
¡También me gusta tu nueva entrada!
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Hola,
te agradezco mucho que intentes expresar que algo del blog te gusta.
Creo que WordPress funciona así y no puedes darle al Like sin estar suscrito antes al blog… Así que se me ocurren dos soluciones:
1. Suscríbete para expresar todo lo que te gusta.
2. No te suscribas, pero deja un comentario aunque sea breve diciendo: «Mrteh, eso de tal o cual, me ha hecho gracia o me ha recordado a una vez que…»
Un fuerte abrazo.
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Alberto, que relato tan bonito entre mágico y real, el deseo de vivirlo todo hace que las cosas pasen con rapidez.
! Ver amanecer en el desierto!
Debe ser una experiencia para no olvidar.
Un abrazo.
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Me alegra mucho que te haya gustado. ¿Te apetece que vayamos juntos al desierto a ver amanecer?
Gracias por tu fidelidad (maternal).
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