
Me entretuve charlando después del acto con uno de esos merodeadores de la cultura que asisten a todo tipo de inauguraciones y coloquios, que no se pierden ni una sola de las mesas redondas a su alcance. Uno de mis semejantes. Ni siquiera me interesé por su nombre, apenas descubrí que era un compañero de estudios de Mahmud. Dejé que me engatusara con su charla halagadora sobre mis escritos y me olvidé de la hora. Incluso me acompañó hasta la estación de tren de Fes y en sus jardines dejé que siguiera dorándome la píldora hasta que detecté la carrera imparable del minutero en el reloj de la fachada. Entonces corrí con la certeza de llegar tarde, pero a tiempo. Son famosos los trenes marroquíes por su eterno retraso. Todos salen maatal. Todos menos este. Cogeré el siguiente, pensé. Pero eso significaba esperar hasta las dos de mañana.

Mi primer impulso fue vagabundear por las calles porque temía dormirme si me sentaba. Salí de la estación, pero la lluvia me hizo volver a entrar. El ángel exterminador. Lo tomé como una señal que me empujaba a la cafetería. Allí me esperaban unos solitarios divanes. Un café y algo de comer. Me debí de quedar dormido. Me sobresaltó la mano del camarero que me agitaba el hombro. Al despertarme, me aplastaba el agotamiento y tuve que hacer un esfuerzo enorme para que el sueño no me venciera de nuevo. Trasteé un buen rato con el teléfono, pero terminé aburriéndome. Ni siquiera un confuso mensaje de la bibliotecaria con la que había charlado por la tarde consiguió reanimarme: ¿Pero no sabes que hay cámaras, Mrteh? No tenía ni idea de a qué se refería. Solo podía maldecir esta maldita costumbre mía de quedarme siempre dormido. Al menos esa pregunta me dio una idea para las siguientes cinco horas. Leeré el libro que había tomado prestado: La curiosidad prohibida. Leyendo las mil y una noches, de Abdelfattah Kilito.

Al cogerlo, recordé que el zalamero que me había hecho perder el tren me había dicho un poco sin venir a cuento que no le gustaba leer libros de segunda mano: “Un libro de ocasión me parece impuro”. Comencé el relato y descubrí con desgana que en realidad era un ensayo. Alguien me lo debería haber advertido, pensé. Pero lo olvidé en cuanto solté la primera carcajada. Tiene gracia este Kilito. Y lo que ocurrió después es un misterio. Por un lado, sigo pensando que no me dormí y que incluso llegué a terminarme el libro, pero lo cierto es que el camarero terminó avisándome de que ya podía subir al tren. Caminé como un zombi por el andén y me acomodé en un compartimento vacío con la idea de descansar durante el viaje, pero el teléfono se había quedado sin batería y me había quedado por tanto sin alarma que sonara para bajarme en Kenitra. Debía permanecer despierto. Reiniciar la lectura era el único antídoto posible.
Al sacar el libro se desprendieron unas hojas arrancadas sin piedad de algún ejemplar de Las mil y una noches. ¿No era esa la traducción de Salvador Peña? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Quién se había atrevido a destrozar esa joya? Las leí por encima y descubrí que habían sido tachados los pasajes eróticos. Y al margen escrito en rojo: ¡Falso! ¿Qué clase de locura era esa? Las retiré confuso y comencé a leer, pero me fue imposible concentrarme. En el libro de Kilito también habían escrito en los márgenes. Con bolígrafo negro aparecía en apretada caligrafía árabe un discurso que rellenaba cada rincón, como queriendo hacer una crítica exacerbada. Algunas palabras subrayadas: peligro, lector, miedo. Y en una esquina otra mano le respondía: ¡No es verdad! Las noches tienen una virtud terapéutica. Y más adelante: Lee a Borges. Unas páginas después, el uno exponía en negro una dura crítica sobre Shariyar, el privilegiado oyente de Sherezade, y el otro respondía enfurecido en mayúsculas enrojecidas de ira: “SU LOCURA ASESINA ES FRUTO DE SU INSOMNIO CRÓNICO”. ¿Será cierto que Shariyar no duerme durante mil y un días? Lo compadecía mientras me forzaba a permanecer despierto leyendo el ensayo y a los dos inagotables comentaristas. Para tomar notas, saqué unos bolígrafos que guardo en una funda fabricada para alojar una pipa de kif. La noche avanzaba y dejábamos atrás las estaciones silenciosas, solo sobresaltadas por mi grito al descubrir las firmas en rojo y negro del comentarista con doble personalidad: Mrteh. ¡MRTEH!
¿De verdad fui yo?

«La curiosidad prohibida. Leyendo ‘Las mil y una noches’, de Abdelfattah Kilito está editado por Turner Libros con traducción de Marta Cerezales.
¡muy bueno Alberto! Creaste un suspenso genial. Abrazote.
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Muchas gracias Marta. Es por culpa de Kilito.
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Logras crear un clima y el entusiasmo por leer a Kilito, que vendría a ser como un kilo pequeñito. jajaja
Saludos desde Buenos Aires.
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¿Te puedes creer que no lo había pensado lo del kilo pequeño?
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Jajaja… Para eso estamos… un abrazo.
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Me ha encantado tu relato. En el apartado de libros de mi blog puse «Las mil y una noches» en la edición del «Circulo de amigos del bibliófilo», una edición preciosa que consta de seis libros en piel; es una auténtica joya que releo muchas veces; sus relatos son un prodigio de fantasía, verdad y lección de vida, hospitalidad y amor al otro. Es imprescindible en cualquier biblioteca y una manera de aproximarnos a otra cultura que tiene tanto que enseñarnos… tú también lo haces, gracias, Alberto.
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¿Pero cómo no te iban a gustar a ti «Las mil y una noches» con el exquisito gusto que gastas?
Precisamente esta semana ha habido una charla en la feria del libro de Casablanca sobre este libro con la presencia de dos de sus traductores (al español y al catalán) que me ha despertado las ganas de releerlo.
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Muchas gracias por el piropo, estimado amigo (me permito considerarte como tal).
Es que es una fuente inagotable, a la que se vuelve con gusto una y otra vez. ahora que lo dices, me encantaría leerlo en catalán y voy a ver si lo encuentro porque es mi otra lengua materna.
Un abrazo.
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Tuve la suerte de conocer a una de sus traductoras en la feria del libro de Casablanca y era fascinante oír cómo fue su experiencia.
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Debió serlo sin duda. Voy a buscar la traducción al catalán que para mi es un idioma muy dulce, quizás porque me retrotrae a mi infancia.
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Me gusta eso de que tengas un idioma de infancia.
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Qué bueno, Alberto.
Evocador ese periplo somnoliento con inesperado giro al final.
Un abrazo.
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Me alegro de que te haya gustado. El libro de Kilito ha sido la inspiración. Es un ensayo con mucha gracia y tanta trama como en una novela.
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Hola Alberto
Lo más surrealista que he leído de otro que leía es que tenía la total seguridad de que el asesino de la historia estaba en otro libro.
La falta de sueño y la lectura pueden producir los más extrañas visiones surrealistas.
Un abrazo
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¡Me gusta mucho esa historia del asesino!
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Buenos días, Alberto. Estoy en la cama con un gripazo, y hoy me he despertado a la hora de siempre, pero sin prisa, y , al darme cuenta de que es viernes, me he ido directa al correo a ver si ya estaba tu nuevo post. Genial poderte leer con calma. Y, pienso, que me das una profunda envidia, cuando veo que lees a tantos autores marroquies, a quienes me acercas. Te lo agradezco mucho porque de muchos de ellos no había oído hablar nunca, voy ampliando mi lista. En este caso, me seduce el título, pues la curiosidad de los marroquies es algo que me encanta en las personas, así que , no sé si se refiere a ello pero con esta entrada, ya me atrae.
Sobre tu relato, tú también escribes tus sueños? Yo tengo un cuaderno junto a mi cama, para tratar de plasmarlos en palabras, pero nunca hago nada con ellos. O no era un sueño y yo lo he interpretado así?
Que tengas feliz día.
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Me alegra mucha que te guste leer sobre autores marroquíes que desconoces. En realidad a mí también me encanta ir descubriéndolos poco a poco.
Nunca escrito mis sueños. Es más, creo firmemente que si tengo una idea y no permanece en mi cabeza durante una semana, entonces significa que no merecía la pena retenerla para utilizarla en un escrito.
¿Quién soy yo para modificar tu interpretación del relato?
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