¿Dónde escondiste Mimoun, señor Chirbes?

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«Mimoun», de Rafael Chirbes

Maribel fue la primera que me recomendó el maldito libro. Recuerdo bien aquella conversación incómoda. Yo le explicaba que me considero un autor marroquí, pero ella me aseguró que me reservaba un hueco en una estantería donde abundaban escritores que habían pisado Marruecos por pura casualidad. El Makbara de Sidi Juan parecía gritarme: “Mira dónde me han enterrado”. Sacó Mimoun sin venir a cuento y me soltó a bocajarro que debía leerlo. Le agradecí su ofrecimiento de utilizar su propio carné del Cervantes de Fes. Me pareció que al momento un estudiante, que luego supe que se llamaba Mahmud, cogía el libro y me sentí aliviado por si la bibliotecaria insistía en que me lo llevara. En una feria en Granada, unas semanas más tarde, Pepe me soltó: ¿Has leído ya el Mimoun de Chirbes? Me sorprendió su pregunta porque surgía de la nada como cuerpos desnudos de la vaporosa sala del hammam. Despertó definitivamente mi interés. Eres igual que el protagonista, me aseguró sin mayor explicación. Y al día siguiente en una librería de Málaga, la misma novela asomaba mal colocada en un estante multicolor. No pude resistirme.

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Primera prueba: Café Zanzibar de Fes

Lo devoré en el barco cruzando el estrecho. Me enfadaron las palabras de Pepe. ¿Acaso soy un alcohólico sin rumbo? Pero me atrapó la tela de araña que rodea al protagonista. Decidí que quería descubrir aquel escenario de pesadilla. Mimoun, Mimoun, busqué incansable en los mapas. No existe, apenas hay un Ouled Mimoun que no encaja en la descripción: una medina antigua con una mellah propensa a encuentros nocturnos. ¿Habrá cambiado el nombre del lugar? Quizás sea pura ficción. De todos modos, en mi siguiente visita a Fes quedé con Mahmud. ¿En el Zanzibar?, fingió sorprenderse cuando lo llamé. ¿Por qué se reirá? Claro, sin duda es, por ejemplo, un lugar histórico. El español de Mahmud me confunde: habitualmente perfecto y de repente me parece que tropieza, por ejemplo, a propósito. Le muestro mis notas sobre Mimoun y me confirma que existe una Plaza del Atlas en Fes y que algún taxista podrá informarme allí mismo. Sfro tiene mellah, me dice al despedirse.

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Segunda prueba: Café Atlas en Fes y taxis hacia el sur.

El calor me asfixia, al menos cuarenta grados. Mi coche protesta amenazante. Reconozco el lugar: una plaza llena de taxis que se dirigen a los pueblos dispersos por las montañas del sur. Además, un puñado de jacarandas que esperan la primavera para adornar un jardín que hoy apesta a miseria. Sus sombras las ocupan borrachos y vagabundos. Continúo el paseo: niños que esnifan pegamento, mujeres dispuestas a venderse y finalmente el Café Atlas de la esquina confirma mi pálpito. Pero me miran de reojo, como si estuviera fuera de lugar. Un taxista vocifera incansable: ¡Sfro, Sfro! Acepto la invitación. Como el protagonista, observo el monte Bu Iblan, asfixiado por el olor de mis sudorosos acompañantes.

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Tercera prueba: Venta de alcohol en la Avenida de los Plátanos

Busco alojamiento, Dar Attamani cerró hace siglos y el hotel no tiene habitaciones libres. Agotado por la caminata en sandalias bajo el sofoco vespertino, decido comer en un restaurante. Me parece cerrado, pero un cliente se cuela por su portezuela entreabierta. Lo imito. El oscuro local flota entre nubes de humo. Atontados por el alcohol, tardan en descubrirme, pero terminan formando una ruidosa algarabía. Un étranger! Ahmed, eyi henaia deba deba! Calmándolos, el camarero se acerca a mi mesa llena de libros y cuadernos. Solicito la carta, calla, señala la calle, titubea. Il y a un autre restaurant. No doy crédito, un trabajador que ahuyenta clientes. Pido una Coca Cola, insiste en que hay mejores restaurantes. Kein shi mushkil? La, la. Un chaval sale al hanut cercano para comprarme la bebida. Los demás acumulan botellines de cervezas como si compitieran. La puerta no descansa, salen hombres dando voces, entran mujeres camufladas con caftanes. Las paredes de mosaicos a base de espejitos facilitan una visión confusa. Algunos se asoman para observarme desde una sala interior, el dueño no me quita ojo. El local me repugna, pero me fascina su similitud con el ambiente del libro que me llevó allí. ¿Y si me tomo una cerveza? Un hombre me habla con dificultad camino del baño. No encuentra las palabras, finalmente escupe: je t’attendais. Me asusta su mirada perturbada. Al regresar encuentro que han recogido mis cosas. Sujetan la puerta invitándome a salir con una sonrisa congelada. Sus miradas echan fuego. Me tiemblan las rodillas y escondo las manos para disimular mi nerviosismo. He pagado tres pasajes para completar el taxi de regreso a Fes. Las ramas de los plátanos de la avenida se agitaban amenazantes cuando me giro por última vez.

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Cuarta prueba: Amenazante oscuridad

Mimoun, la excelente primera novela de Rafael Chirbes está publicada por Anagrama.

12 comentarios sobre “¿Dónde escondiste Mimoun, señor Chirbes?

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    1. Solo por el hecho de que se haya puesto en contacto conmigo para descubrirme la existencia de la Fundación Rafael Chirbes, ya ha merecido la pena. Muchísimas gracias por sus palabras.
      Supongo que se nota que el «Mimoun» me ha entusiasmado.

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  1. ¡Qué maravilla!
    «Es más fácil atrapar a un conejo que a un lector.» Gabriel García Márquez. Te felicito querido amigo Albrto Mrteh por tu precioso estilo que me atrapa y me fascina. Gracias por mencionarme en tu fascinante narración.

    Le gusta a 1 persona

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