Aya, Mostafa y el dragón de Azmur (¿Aquí yace?)

¡Ay, no me digas que llega el final!, suelta Aya. ¿Acaso no quieres conocer cómo acaba la historia? Claro que quiero saber qué les ocurrió con Omar y el yin, es solo que…

Entonces, déjame que continúe. Resulta que el yin ya estaba relamiéndose y preguntándose por dónde empezaría a devorar a Omar. Todo iba a las mil maravillas. Omar estaba perdido y caminaba por la playa medio desierta hacia no sabía dónde. Era el momento perfecto para atacarlo, pero se distrajo un instante con sus andares. ¡Qué manera tan graciosa tiene de bracear este muchacho, sus antebrazos deben de estar tiernísimos!

¿Aquí yacen dragones?

Entonces Omar se encontró con un cuidador de caballos afanado en el baño semanal. ¡Qué animales tan hermosos! ¿Puedo tocarlos? Claro, joven, y cepillarlos si quieres. ¿Qué te trae por aquí? He salido temprano para pasearme al amanecer y ya regresaba a Azmur para no preocupar a mis padres. Pero ¡si estás yendo en sentido opuesto, chico! De eso nada, llevo un rato caminando por la arena hasta que encuentre el río y luego no tengo más que remontarlo. No tiene pérdida. Pero, joven, el Um Rabia lo dejaste atrás hace muchos quilómetros. ¿Cuántas horas llevas caminando? ¿No ves el sol ya en lo alto?

El yin lloraba de la risa. ¡Cómo puede ser tan inocente, su cerebro debe de ser un desayuno delicioso! Entonces lo vio comenzar a regresar, así que decidió entrar a la acción. Se transformó en roca hirviente y cayó a plomo al océano. Las aguas, asustadas por el repentino calor, intentaron huir en ebullición. La fiereza insólita del océano sorprendió lo justo a Omar, se dijo que sería eso lo que hacía el mar al mediodía.

Simplemente se alejó un poco de la orilla para que no le salpicara el agua hirviendo, pero comenzó a resultarle difícil avanzar por los resbaladizos guijarros. El yin lo veía desde el mar y se quedaba hipnotizado. ¡Vaya piernas tan fuertes se gasta el muchacho, sus muslos deben de estar riquísimos!

Tanto le costaba avanzar y tanto brillaba el sol, que le dio un golpe de calor y se desmayó. La ocasión perfecta para devorarlo, pero el yin se había quedado igualmente sin energías con tanto cabrear al océano.

Orientarse gracias al morabito

El cuidador de caballos, que lo había seguido con la mirada impresionado por sus andares, fue en su ayuda montado en su animal más preciado. Llegó rápidamente hasta Omar, lo subió a lomos del caballo y cruzó la playa hasta llegar a las dunas que tapaban el río. No reconoció el lugar, pero sí el morabito cercano, así que supo dar con el río justo dónde se sumergía.

Allí se encontró con unos pescadores en sus barcas, atónitos porque esa mañana no habían podido ir a faenar. Por si eso fuera poco, había corrido el rumor de que Omar había desaparecido y sus padres lo andaban buscando desesperados por la medina. El hombre les mostró al joven desmayado y los marineros se quedaron absortos un momento por su belleza antes de confirmar que se trataba de él.

Pero entonces apareció el yin, más enfurecido que nunca, transformado en dragón alado que escupía fuego por los tres agujeros de su enorme nariz. Los marineros se lanzaron al agua despavoridos y el hombre puso su caballo al galope para no ser alcanzado por el fuego que prendió algunos árboles. Se escondieron en el morabito justo antes de una nueva embestida.

Pescadores desorientados

Las aguas, enamoradas de cómo se cimbreaba Omar, quisieron ayudarle. Formaron una inmensa ola que alcanzó al dragón y lo dejó empapado y aturdido en la orilla. Los pescadores aprovecharon para echarle encima todas sus redes y alguien sacó no se sabe de dónde una enorme bola de narcótico que hicieron tragar al dragón. Los pescadores juntaron entonces sus barcas para entre todos llevarlo río arriba hasta el embarcadero de Azmur, donde los ayudaron a arrastrar al yin a la plaza. La medina entera decidió enterrar al dragón allí mismo para que nadie olvidara que un golpe de mala suerte puede llevarnos por delante en cualquier momento.

Como a los niños a partir de entonces les daba miedo jugar en la plaza, no fuera a resucitar el dragón, sus padres y hermanos mayores les hicieron dibujar dragones por las paredes para que se lo tomaran como un juego. De las paredes pasaron a las servilletas, de la mantelería a los vasos y de la vajilla a todas partes. Hace tanto tiempo de aquello que hay quien dice que no es más que una leyenda y muchos han olvidado por qué yacen dragones en Azmur.

¡Aquí yace el dragón!

Los oyentes le dan un pequeño aplauso a Mostafa, no se sabe muy bien si por el final feliz o por su destreza contando la historia. Pero a él solo le interesa una reacción. ¿Qué te ha parecido, Aya? Me ha encantado, Mostafa, es solo que…, dijo visiblemente entristecida. ¿Solo que qué? Solo que ahora que ha terminado la historia ¿con qué excusa voy a venir a verte?

Mostafa se echa a reír e incluso le regala una sonrisa burlona al imaginarse qué otras cosas podrían hacer juntos. Pero prefiere seguirle el juego. No te preocupes por eso, tengo muchas otras historias para contarte, le mintió Mostafa. Pero yo no quiero otras historias, quiero que me cuentes de nuevo está para ponerla por escrito, es una pena que se acabe perdiendo.

Mostafa y Aya siguieron viéndose a diario a partir del reencuentro. Cuando a Mostafa se le agotaba la imaginación, entonces Aya era la que contaba alguna historia y entre los dos reinventaban por qué en la medina de Azmur hay un yin cementado en forma de dragón. Y así estuvieron juntos hasta que llegó la que rompe todas las amistades.

El cuadro de la portada es obra de la pintora Victorina Andrés

5 comentarios sobre “Aya, Mostafa y el dragón de Azmur (¿Aquí yace?)

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  1. Una leyenda que recuerda a las mil y una noches.
    En algún rato de descanso sigo leyendo sus relatos.
    Me ha parecido gracioso tu mención a la pintora.
    Un abrazo.

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