Aprende de los grandes

Desde que comencé a escribir hace unos meses, me paro en cualquier sitio a tomar notas en una libreta.  Me acerco lo más posible a lo que haya llamado mi atención para extraer la esencia de lo que veo y puedo acabar apoyado sobre el lomo de un burro que carga sandías. En cambio, cuando trabajo en la versión definitiva para la novela que estoy preparando o para una entrada de este blog, prefiero estar sentado en una cafetería. A pesar del ruido me resulta sencillo concentrarme, pero a la vez me divierte que me distraiga alguien o algo sorprendente, por eso prefiero los locales populares ya que más barullo implica mayor estimulación. En mi última visita a Tánger di un paseo por el Boulevard Pasteur hasta el Café Paris, que en su época dorada era el lugar de encuentro de escritores. Me siento en uno de sus butacones marrones pensando en Choukri, en Genet y en Bowles.

Café Paris
Parisinos
Rostros, amores, maldiciones
Rostros, amores, maldiciones

Es el último sábado antes de Ramadán y aún no he cumplido con mi plan semanal de escritura, así que estoy dispuesto a trabajar hasta completarlo, pero antes telefoneo a una amiga para tratar un asunto personal. Hablo en español sobre mi intimidad sin pudor pensando que nadie me entendería, pero el vecino de mesa me saluda cuando cuelgo, evidenciando que ha escuchado la conversación. Dice ser un andaluz de Chefchaouen y tener sesenta y ocho años. Apunté su nombre, pero con tan mala letra que ahora no consigo descifrarlo. Al preguntarle si le gusta leer, responde orgulloso que era profesor de literatura árabe. De inmediato dejo de lado el portátil para concentrarme en él. Le hablo de lo importante que es Mohamed Choukri para mí, que creo haber decidido vivir en Marruecos tras leer el primer capítulo de su El pan a secas. Presume de haber sido amigo suyo, de haber salido con él de fiesta y de haberse bebido juntos la vida a tragos. Comienza a examinarme y me pregunta qué es lo que me atrae de sus novelas. Le digo que están pegadas a la realidad de la calle y que transmiten autenticidad. Se muestra satisfecho con la respuesta y yo respiro aliviado como un niño ante su profesor el día de evaluación.

La memoria del Café Paris.jpg
La memoria del Café Paris

Por fin callo porque escucharle es como leer un libro de aforismos. Dice que la buena literatura es la que te ayuda a descubrir cosas, emociones. Suspira y medita un instante antes de añadir: que te cambie, que ayude a reconstruirte, esa es la literatura. Esa. Su forma rotunda pero pausada de hablar no transmite prepotencia, sino sabiduría. Muchos otros hombres en el café nos interrumpen para saludarle y les repite mi pregunta acerca de si conoce a Choukri, como si fuera una obviedad, como si un niño quisiera saber si el águila puede volar. Ante mi entusiasmo por la charla quiere saber si todavía me impresionan las cosas y tras responder afirmativamente concluye que eso significa que todavía tengo ganas de vivir. Me pregunta si me gusta escribir y le digo que quiero ser novelista, me corrijo y matizo que ya lo soy pero que los demás aún lo saben. Me mira fijamente y me da un consejo que casi suena como una orden: aprende de los grandes, sobre todo ahora que empiezas. Menciono a Dostoyevski y se muestra complacido.

La charla se corta de nuevo porque suena su teléfono y le enfada esa costumbre marroquí de llamar con un número oculto. Lo cojo yo y al otro lado hay una mujer que se irrita por no responder quien esperaba. -Muéstrate tú y luego me muestro yo, me dice. La llamada le ha hecho recordar una vieja historia de su adolescencia: estaba en el hospital de Tetuán, en el jardín, con C. G., eso fue en el año sesenta y tres. Éramos inocentes. Ella dice mi nombre. ¿Qué?, le digo. Muéstrame el tuyo y yo te muestro el mío. Tendríamos trece o catorce años. ¿Pero qué dices, Cuca? Yo le digo que no, ¿y si nos viera tu padre? Estamos aquí solos, me dice. Tú la primera, y así fue. Se bajó las bragas. ¡Y a eso le llaman el coño! Permanece unos instantes callado hasta concluir que apenas eran cosas de infancia. Vuelve a sonar el teléfono sin mostrar el número, lo agarra y le grita sin descolgar: ¡tú me llamas, muéstrate primero quién eres! Vuelve a recordar su historia en los jardines y concluye tajante. – Me impresionó.

Se levanta para pagar agradeciendo amablemente la charla y deseándome suerte con la escritura. Quizás para suavizar la despedida me informa de sus hábitos como si de una promesa se tratase. –Estaré por aquí. A estas horas.

Alberto Apellidez, Café Paris, 2012
Alberto Apellidez, Café Paris, 2012

13 respuestas a “Aprende de los grandes

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  1. Me gusta como escribes, pese a ello, he de hacerte las siguientes observaciones:

    En el primer párrafo, en la tercera línea te has dejado sin poner una coma tras «En cambio»; en el segundo «… Apunté su nombre pero con tan mala letra…» has elidido la que ha de ir ubicada entre nombre y pero; en el tercero, a pesar de que aparece otro pero, está bien presentado por hallarse entre dos adjetivaciones, pero has elidido la que ha de ir entre prepotencia y sino.

    Saludos

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  2. Escuché en la radio esta descripción de los libros «los libros no sirven para nada, cuesta mucho leerlos y se olvidan pronto» la frase me dejó marcado, pudiera ser que tuvieran razón, pero, y el tiempo que te han mantenido con la atención suspendida y las veces que te han salvado de perecer en este marasmo de existencia. Desde la península ibérica necesitamos que alguien nos hable de nuestro vecino ahora que se nos ha ido el gran Juan Goytisolo. Quieres ser tú. Desde Zaragoza un abrazo.

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  3. Andoni,
    bienvenido a El zoco del escriba. Es un placer leerte también por aquí, además de por tu fantástico La caricia del gato blanco.
    Me encanta tu comentario. Yo a veces digo que Henry Miller es mi mayor influencia y no me refiero a cuando escribo, sino a cuando vivo.

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  4. Viajar, descubrir, vivir y observar para poder pararse a escribir, para tener algo que contar. Mantener la capacidad de sorpresa. Beber de las fuentes de letras, ideas y emociones de los grandes (y de los no tan grandes en fama, pero no por pasar desapercibidos, peores).
    Me parecen unas enseñanzas básicas, tanto para la escritura como para cualquier otro ámbito de la vida.
    Gracias por pasarte por La caricia del gato negro, Alberto. Y un placer descubrir tu zoco. Será enriquecedor leerte y ser leído aquí o allí.

    Un abrazo.

    Andoni.

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  5. Os agradezco los comentarios profundamente. No pensé que llegaría tan pronto el momento en el que mis lectores escribieran mejor que yo…
    Respecto al encuentro con el andaluz de Chefchaouen, creo que me lo envió el propio Chukri para regalarme parte de su baraka, incha Allah!

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  6. Hay lectores que dicen que los libros siempre hay que terminarlos, te gusten o no. Yo soy de las que piensa que si no te está aportando nada, estás perdiendo el tiempo. Y que te aporte algo es eso mismo que le dijiste al escritor, me he reconocido en tus palabras sencillas y al mismo tiempo tan verdaderas. La utenticidad y la sencillez es posiblemente lo mejor que cada uno puede aportar, en un libro, en una conversación con un amigo, y en la vida en general. Respecto al encuentro con ese señor, profesor y amigo de este escritor al no conocía e investigaré, me parece muy…bueno..a veces esas casualidades no son más que evidencias de que seguirmos por el buen camino. Mucha suerte Alberto.

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  7. Es como estar en el café Gijón y encontrarte con algún compinche de los escritores que otrora lo visitaban. Es cierto que los grandes del XIX son quienes lograron culminar la novela, Dostoievski probablemente es el que más desarrolla los sentimientos de los personajes, otros como Dickens aprovecharon para hacer denuncia social, con resultados en la mejora de las leyes de su tiempo. Buscaba la reacción de sus lectores, ya escribía los capítulos siguientes en función de las encuestas que hacía a través de la revista a sus lectores (eran novelas por entregas).

    En España, como grandes novelistas tenemos a Cervantes, Galdós y Clarín, y algo más tardío y en la línea de a contar con humor las peculiaridades locales (gallegas en este caso), Torrente Ballester.

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