
Despierto en un lugar extraño. La niebla lo inunda todo y no soy capaz de reconocer dónde me encuentro. En mis manos sujeto con fuerza un libro. He debido de quedarme dormido mientras lo leía. No estoy seguro de haberlo terminado ya. Tiemblo de frío. Intento encontrar algo a mi alrededor con lo que arroparme. Sin éxito. Estoy encajonado entre unos tablones de madera combados. Esta no es mi cama, ni mi habitación. Lo digo en voz alta para convencerme de no estar durmiendo. Miro el reloj, pero las manecillas giran locas al compás del movimiento de la muñeca. Me sobresalta una voz. —Deben de ser las nueve o las doce del mediodía. —Mis ojos se acostumbran a la oscuridad hasta que por fin distingo a B., mi amigo marroquí del que no tengo noticias desde hace más de un año. Recuerdo nuestra despedida cerca de Lille. Ahora rema con fuerza. Estamos en una pequeña barca y él se encarga de dirigirla.

Si tienes frío, puedo encender una hoguera. Usaré estos papeles que tienes en la mano. —¡Pero si es un libro! —¿Y no sirve para quitar el frío? —No. Solo para calentar el alma. —Como el güisqui y la sirviza. No te preocupes, tengo aquí madera. La última puerta que queda por arder. Pronto será ceniza que se lleve el viento. Lo importante es que transcurra una noche más sin morir de frío. Dime, ¿cómo se llama tu libro? —Los Chivos, es de Dris Chraibi, un escritor marroquí. —No sabía que hubiera escritores en Marruecos. ¿De qué va? —De cómo malvivían los inmigrantes magrebíes en Francia. —Seguro que no cuenta la verdad. ¿Dice tu libro que pasamos todo el tiempo sin hacer nada, que la vida se convierte en una continua espera? —No solo eso, sino que muestra cómo estáis condenados a vagabundear, a robar, a matar. —Alberto, yo no estoy ni un ladrón, ni un asesino. Solo espero y ando sin rumbo. No consigo encender esta maldita hoguera. ¿Por qué no me dejas arrancar unas hojas? Serán buen combustible. —Sigamos remando y hablando, así nos olvidaremos del frío.
—¿Dónde estamos? —Eso no importa. “No quiero pensar”. No tengo trabajo, no tengo flus, no tengo dónde voy. Estamos a mitad de camino, pero da igual cuál sea nuestro destino o nuestro puerto de partida. Dijiste que querías conocer cómo era mi vida, a qué dedicaba mis días. Ya ves que no hago gran cosa. Dormir, dormir, dormir, comer, comer, comer. Remo sin rumbo. Estoy fuera del tiempo y del espacio. No soy más que un desecho de la civilización. Tengo carencias “de aire, de vida, de espacio, de tiempo, de sol y de amor”. ¿También dice eso tu libro? —Eso exactamente. Y que ya no tenéis ni apellido, ni tarjeta del paro, ni solicitud de residencia. —Ya lo ves. Yo he perdido hasta mi nombre, ahora me llamas B. para no meterme en líos. —¿Y lo ha escrito hace poco el libro del marroquí ese? —Se editó en el cincuenta y cinco. —Pues pueden volver a publicarlo cambiando la fecha como si fuera nuevo. No necesitarás cambiar ni una coma.


—No consigo encender el fuego, déjame al menos que arranque las tapas o las primeras hojas. Seguro que no son todas importantes, Alberto. —Pero si allí detrás tienes una montaña de papeles, ¿por qué no los utilizas para arrancar la hoguera? —No, eso será lo último en arder. —No es más que publicidad. Un cartel de la Côte d’Azur, un desplegable arrugado del museo de Matisse en Le Cateau-Cambrésis, panfletos que anuncian las ansiadas Igualdad, Libertad y Fraternidad, un póster de la Tour Eiffel. Nada de esto es importante. Será mejor que lo utilicemos para encender el fuego. —Yo no puedo, Alberto, me los dieron en Marruecos. Así me convencieron para viajar hasta Europa. Pensaba en ese espejismo del norte cuando estaba agarrado a los hierros junto a las ruedas. Sentía a la vez frío, calor y miedo. Creía que me caería antes de cruzar la frontera. Recordarlos me ayudaban a mantenerme sujeto y a no soltarme. Si ahora arden, perderé toda mi esperanza. Aún no he encontrado esa Europa que me prometieron, pero mientras esos carteles se encuentren en mi poder, tengo motivos para seguir buscándola. Vamos, déjame que queme tu libro para calentarnos. Es buen combustible.
Los Chivos, de Dris Chraibi está editado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.
Me ha gustado mucho, estimado amigo. Un fuerte y gran abrazo.
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Las dos primeras novelas de Dris Chraibi son soberbias. Cincuenta años después siguen de plena actualidad.
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Las buscaré!
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Comienza por la primera: El pasado simple. Feliz lectura.
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Me gustò mucho Alberto sigue adelante ademàs en ese tema tan actual.. Un abrazo
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Gracias por tus cálidas palabras.
Limoni, no te comas las comas!
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Me encanta, Alberto!
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Muchas gracias. Esta entrada es bastante especial para mí por el tema que trato.
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Este me ha gustado mucho. Adelante.
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Que alegría verte por aquí. Me encanta tu forma de animarme.
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Cruda e injusta realidad!!!
Se me encoge el estómago..
Buen relato Alberto!!
Besosssss
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Todos somos fuertes. Todos salimos adelante.
Si solamente nos echárabamos una mano de vez en cuando…
Gracias por pasarte por aquí Ros
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Me ha encantado Alberto. El relato consigue engancharte y encogerte el estómago por un momento.
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Un simple charla con alguien en esa situación provoca esa angustia.
Muchas gracias Dani por pasarte por aquí.
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Original este relato en cuanto a la forma. El tema triste y real.
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La forma está provocada por la propia de la novela, que no es lineal en el tiempo y da saltos que descolocan al lector.
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Ameno. Me ha gustado el modo de presentarlo y se entiende perfectamente, a pesar de no ser la forma habitual.
Salam Aleikum
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Gracias. A veces temo que solo sea yo el que me entiendo a mí mismo.
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En esta ocasión la ambiguedad brilla por su ausencia.
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Soy partidario de decir claramente lo que se piensa respecto a ciertos temas.
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ACOJONANTE (con perdón de la palabreja, me ha encantado)
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Por mí estás totalmente perdonada.
Gracias por pasarte por aquí.
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Me recuerda mucho a Rayuela.
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Gracias por el comentario. He de confesar que lo tengo pendiente…
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Me ha gustado la historia, ¡y reconozco alguna foto!
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Disculpa hermano por no acreditarte. La foto de portada es tuya.
Con un texto tan oscuro, me pareció que lo mejor era poner esa imagen luminosa para contrastar.
Un abrazo.
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