Marrakech para invidentes, Mahi Binebine

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Historias de Marrakech, de Mahi Binebine

Mahi sale corriendo por la calle Riad Zittoun Lakdim dejando el portalón de madera entreabierto. Su hermano Aziz comenzaba a hablar del abuelo para burlarse de él. Conoce su estrategia, primero deja caer una idea vaga, inocente, sin espinas. Es el anzuelo que pretende que muerda y, una vez note la tensión en el sedal, se asegurará de atrapar a la presa dando un fuerte estirón. Lanza la caña de manera distinta cada vez para evitar ser descubierto. Pero la historia termina siempre con la ceguera del abuelo, ya muerto y enterrado en el cementerio de Bab Doukala. Asegura entonces que una maldición pesa sobre la familia. Un antiguo conjuro que arranca los ojos a los varones que llevan su apellido al llegar a los trece años. Mahi, deseoso de escabullir del fatal destino le recuerda que su padre aún puede ver pasada la edad fatídica. Y el mal de ojo entonces lleva al hechizo para deshacerlo, que obliga a adentrarse en la calle del Perdón y a bañarse en el hammam de los jorobados. El pequeño detesta esos lugares. Le dan miedo y gimotea cuando su hermano Aziz le habla de ellos. Cuanto mayor es el temblor de su mandíbula, más escabrosos son los detalles. Termina siempre llorando y esa tarde, antes de que asomaran las lágrimas, ha salido corriendo por la calle que encarrila hasta la Plaza Jemaa El Fna. Parece huir de algún yin que se esconde en la lumbre que prepararon los obreros en un brasero cerámico.

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Realidad / Ficción en Jemaa El Fna

Najib charla con sus amigos en la terraza del café de France. Su hijo llega jadeando y no tarda en detectar que algo le preocupa. El niño intenta ocultar sus miedos y se dedica a saludar a sus compañeros de mesa. El padre solo necesita un toque de aldaba para que abra la puerta. –Aziz kidhaq aalia.– El niño grita que no quiere quedarse ciego dentro de cuatro años y pone al abuelo como prueba de su destino. Los hombres ríen ante los temores infantiles. Mouahsin interviene primero para calmarlo. –Tu hermano se burla de ti, no existe tal maldición. Te aseguro que tu abuelo, delante de mi padre, se arrancó él mismo los ojos. Dijo que no quería ver nada de este mundo, que le bastaba con que le recitaran los poemas de Ben Brahim. Esa era toda la belleza que necesitaba. Siffedine, tirando de la manga de su chilaba, le corrige. Se los sacó para poder pedir limosna. Las cabezas cubiertas con tarbush ladean a izquierda y a derecha. Ninguno está de acuerdo con la versión del anterior. Azzedine clama que solo él conoce la verdad y que se quedó ciego durante una pelea contra el terrible Antar Ibn Cheddad y que él mismo se la oyó contar en la halqa a Sidi Moussa. Nadie aprueba la nueva historia. El uno dice que perdió la vista por culpa de la paliza que su padre le dio al detectar rastros de grosellas en los labios. El otro asegura que fue el castigo sentenciado por el pachá El Glaoui por una falta que todos han olvidado.

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Mil versiones de la misma historia

Según termina un relato, comienza de inmediato otro aún más increíble que explica por qué el abuelo de Mahi se quedó ciego. El niño se muestra atento. La fascinación le impide darse cuenta de que el mismo hombre ya ha contado tres versiones diferentes. La maldición de un santón, Tameslouth, por robar unos higos. El ataque de las cigüeñas a las que tiraba piedras en Dar Bellorj. El alivio que le regaló su hermano para que no viera a la mujer con la que le había tocado casarse por una promesa familiar. Su padre le observa enternecido por su inocencia y le acaricia por instinto. Mahi apoya la barbilla sobre los brazos entrecruzados que reposan en la mesa. Finge dar crédito a todos por igual. Ha detectado finalmente los codazos cómplices y las sonrisas poco disimuladas. Los viejos vacían sus alforjas de mentiras y fantasías. El niño se vuelve hacia su padre. –¿Cuál de todas esas historias es la verdad? No pueden serlo todas a la vez. –No lo sé, hijo. Yo he oído que en realidad no estaba ciego, sino que podía ponerse y quitarse los ojos cuando quería. Al entrar en el harén de Ba Ahmad, se premiaba con la visión de aquellas mujeres en esplendor e hipotecaba el resto del tiempo en tinieblas.– Mahi ríe ante la versión de su padre. Es la que más le gusta y decide guardarla como respuesta a su hermano en su próximo ataque. Sus ojos por fin se han secado.

El libro que ha inspirado esta entrada, «Historia de Marrakech» está escrito por Mahi Binebine con fotografías de Luis Asín y editado por Abada.

11 comentarios sobre “Marrakech para invidentes, Mahi Binebine

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    1. Simo dielna, leo tu comentario con un cuchillo en la mano esperando a que, por ejemplo, comentas un error en la concordancia de género y número.
      ¡Bienvenido a El zoco del escriba!

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  1. Creo que ya te conté que el viernes es uno de mis días favoritos de la semana y cuando abro el correo y veo el email con tu blog sin querer se me planta una sonrisa en la cara. No suelo abrirlo inmediatamente sino que espero el momento para disfrutarlo como un «premio» cuando tengo un rato libre en el trabajo. Pero hoy he tenido mucho lío y me sentía intranquila, no veía el momento de parar para leer! Ha merecido la pena, la historia de hoy es muy bonita. Gracias de nuevo.

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    1. Me gusta mucho lo que dices sobre estar intranquila y esperar a que llegue el momento adecuado.
      Me enorgullecen tus palabras. No sé si las merezco, pero te las agradezco profundamente.

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