
Lástima que tengamos que marcharnos, me repito echando un último vistazo a la laguna. Pero debemos dejar Ualidia ya mismo si queremos visitar Essauira por la tarde. Mi guía de viajes destaca una antigua alcazaba construida hace siglos. Le propongo a Said visitarla antes de partir. De la magnífica construcción apenas quedan una muralla y una puerta que enmarca una vista espléndida. Una auténtica invitación para quedarse allí. Al fondo, el mar demuestra su fiereza sin descanso, separado por una barrera natural de rocas que se abren para dejar que desagüe la laguna en el océano. Y también, al contrario, según la caprichosa marea. Con la bajamar, se han formado unas preciosas islas de arena inmaculada y se intuyen unos graciosos recovecos ideales para aprender a nadar: aguas calmadas, poca profundidad y una orilla desierta donde dejar las pertenencias sin miedo a nada. ¡Lástima que…! Discuto conmigo mismo hasta deshacerme del autoimpuesto programa del viaje. Ndiru dirasa diel aum marra tenia? Said se sorprende y se entusiasma a partes de iguales con mi propuesta.

Cojo una bandolera de tela que tiene una cremallera donde guardar la llave del coche y los móviles. Guardamos aparte las toallas y los bañadores. Mi amigo se asusta cuando comprende que hay que cruzar andando hasta la otra orilla, pero voy yo delante demostrándole que el agua no pasa de la cintura. Tengo que animarlo insistentemente porque le preocupa la existencia de algún pozo en el que hundirse. ¡Ni con un mapa topográfico del terreno atravesaría del todo tranquilo! Caminamos un buen rato para alejarnos de los demás. Incluso descubrimos un antiguo palacio en ruinas al borde del agua. Prohibido fotografiar, me dice por gestos un policía que lo vigila. Sí, sí, ya las borro. ¿Para qué se cree entonces que he cogido el móvil? Daremos la clase en un paso de agua donde el fondo desciende suavemente pudiendo escoger la profundidad a gusto del nadador. Said hace todo lo que le indico como un alumno aplicado. Nos tumbamos boca abajo clavando las manos en la arena sumergida. Ejercicios de respiración primero, de pies y de brazos después. Las barcas de paseo con turistas marroquíes nos saludan cuando pasan por nuestro lado. Intento que se convenza de que flota igual que lo hago yo. Pero tiene miedo y me inunda con excusas descacharrantes sobre el peso de sus huesos. La clase continúa durante al menos una hora en la que consigue soltarse un poco. Lo vigilo de cerca para evitar incidentes. Said necesita descansar después del esfuerzo y aprovecho para nadar por mi cuenta. La corriente me arrastra sin que me dé cuenta y tengo que empeñarme a fondo para regresar a la orilla. De repente noto una corriente helada que me hace pensar que está subiendo la marea.

Yalla, Said! Le meto prisa a mi amigo sin querer confesarle lo que ocurre, ya no estoy seguro de que podamos caminar hasta la otra orilla. ¿Cómo va a pasar mi amigo si no sabe nadar? Me siento culpable por haberle metido en un aprieto innecesario. Me abronco por dentro y termino por pedirle de malos modos que se dé prisa. Smahlia. Cuando llegamos a la zona por la que antes habíamos cruzado, se confirman mis temores. Ha subido mucho la marea durante la clase de natación. Said se pone nervioso. Yo voy por delante, sujeto la bolsa sobre la cabeza y avanzo con sumo cuidado asegurando a gritos que no hay peligro. Meshi mushkil. A cada paso el agua me cubre un poco más: tobillos, rodillas, cintura, pecho. Miro atrás, Said apenas se ha movido. Yalla, meshi mushkil! No cubre, me digo justo antes de que me arrastre la corriente. Me echo la bolsa a la espalda y nado hasta la orilla. Me tranquiliza comprobar que Said se ha montado en una canoa que justo pasaba por allí. Vacío el agua de la bolsa y descubro que todo está empapado: el teléfono de mi amigo y también el mío. Intento colocarlos sobre el brazo para secarlos al sol, pero noto que ya están ardiendo. Ha debido de entrar agua y ha llegado a la electrónica. Veo cómo reman en la canoa y no puedo evitar echarme a reír por la promesa que hice por la mañana: dirasa favor, clases gratis de natación. Con los aparatos expuestos en el antebrazo calculo cuánto cuestan. Gratis, gratis no va a salir. Pero parece que cumpliré la otra promesa: vacaciones sin redes sociales.

Alberto! Tienes que hablarnos sobre el porque de tantas ruinas, kasbas, palacios, ciudades enteras, negocios…
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Fernando,
a mí también me fascinan esas ruinas y esas alcazabas, pero no sé si algún día llegaré a descubrir su origen.
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Hola Alberto
A mí también me pilló una vez una subida de marea. Pero fue en un acantilado y estaba solo; te puedo asegurar que se pasa realmente mal porque no sabes si nadando puedes llegar a algún sitio.
Y nadar nunca sale gratis… tienes que perder muchos miedos para conseguirlo. 🙂
Un abrazo
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Siempre me asombra la fuerza del agua. Aunque no salieras gratis, mereció la pena.
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¡que belleza de lugar y que aventura! Gracias por compartir. Abrazo.
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Fue un día fabuloso, me ha encanatdo recordarlo al escribir sobre aquella mañana.
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Me alegro que todo quedase en un susto y todo saliese bien…el mar puede ser muy traicionero
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Se que solo en una anécdota para contar a los amigos.
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Nos llevas de la mano por esos lugares que suenan a leyenda y a cuentos de «Las mil y una noche». ¡Cuánto te envidio, estimado amigo! Nos haces soñar…
Un abrazo.
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Mil y una gracias por tus palabras. A menudo me siento un privilegiado.
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Tela…
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…marinera.
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