Entonces Adam ya correteaba

Será mejor que vengas a verlo tú mismo, concluye Abdelyabbar harto de que no le entienda lo que intenta contarme desde hace un buen rato. De nuevo me encuentro en este café de Uled Atia. Ese que no pasa de cochera mal iluminada y donde soy el único que olvida los nombres y quién era hermano de quien. Un puñado de caras familiares deslumbradas por mi desmemoria. Pero ¿cómo que no me reconoces? ¡Si te llevé en moto hasta la parada del autobús en ramadán!

Abdelyabbar, el verdadero regalo que me hizo Yamal cuando se marchó, insiste en aclararme no sé qué, ayudado por uno de esos rostros conocidos. ¿Te llamabas…? Nordin. Pero por mucho que doblen y retuercen la frase, no hay manera de saber de qué se trata. Utilizan palabras que simplemente son nuevas para mí. Repiten un nombre: Adam, Adam. Una posible salida: ¿Le enseño una foto? Y finalmente: Será mejor que vengas a verlo tú mismo.

Uled Atia

Caminamos bajo las estrellas por una callejuela arenosa del aduar. Llegamos a la casa de Nordin y cruzamos un pasillo hasta un salón sin divanes. El cuarto está recubierto de esteras y alfombras como para evitar hacerte daño si acaso tropezaras y cayeras al suelo. Me acomodan en un rincón y sirven té y pastas. Nordin se ausenta un momento antes de desvelar por fin el misterio.

Y eso que tanto me estaba costando entender de un simple vistazo se manifiesta evidente. Un río de aguas revueltas que se torna cristalino como por milagro y al instante puedo distinguir no solo el lecho fluvial sino las plantas y los peces que le dan vida. Ya no ve nada, me dice como si solo de eso se tratara mientras lo coloca con cuidado entre nosotros.

Padre e hijo

Nordin acaba de entrar en el salón llevando en brazos a Adam, su hijo de seis años, según me explicarían luego. El niño tiembla y se retuerce. Su padre lo sienta sobre sus piernas y lo acaricia suavemente mientras le susurra al oído. Solo entonces Adam parece calmarse levemente, aunque sus ojos sigan girando y girando sin descanso. Parecen buscar dónde aferrarse.

¿Qué le ocurre?, le pregunto a Abdelyabbar con la mirada. Mi amigo me aclara con gestos lo que antes no entendía en el café: ya solo balbucea y no puede caminar, ni siquiera se pone en pie. Su padre es ahora quien impide que se caiga y se dé de bruces en el suelo cuidadosamente alfombrado como para evitar que Adam se hiciera daño si se les escurriera.

Entonces traen esa carpeta verde que con tanto esmero guardan y me la entregan sin darme mayor explicación. Se trata de los informes médicos de Adam de algún médecin neurologue con clínica en la capital. Los reviso para hacerme una idea, pero buscando al tiempo cómo explicarles que no sabría qué hacer con todo aquello. Ni siquiera hablo bien francés.

Adam

¡Mira quién ha venido a verte, amu Alberto! A mi lado, Nordin habla con hijo. Desprende esa ternura propia de algunos hombres de campo. Quizás esa ternura es la que me hace revisar la carpeta verde de nuevo de cabo a rabo. Informes de distintos laboratorios, multitud de tomografías cerebrales, listados de síntomas y conclusiones que me ayudan a comprender que Adam sufre algún tipo de lesión cerebral, luego entenderé que degenerativa.

Nordin me enseña un vídeo, mili kan sahih, cuando se encontraba bien. En el teléfono Adam corretea sonriente con un primo tras unas gallinas. En el salón, sonríe, parece reconocer sus grititos de alegría. Nordin continúa contándome cómo es ahora la vida del pequeño: le cuesta dormir, ya no come solo y básicamente necesita ayuda para todo.

Lo primero fue el habla, me aclara, le costaba más que a los otros niños: baba, mimi y poco más. A mí me decía Dudín, Dudín. Adam sonríe e imita a un caballo al paso: tac, tac, tac. Me enseña más fotos, de hace un año, cuando Adam bebía té, disfrutaba con los animales y parecía que todo iría bien. Nordin me suplica con la mirada y me rechaza un billete al despedirnos. Entonces, ¿cómo puedo ayudarte? Escribe por favor sobre el mardi, escribe sobre este bendito. Quizás lo lea alguien que conozca una asociación en Europa que sepa de alguien que quizás nos ayude… Pero va a ser como lanzar una caña al mar, sin garantías de pesca alguna. Tú lanza la caña y grita a los cuatro vientos que mi hijo Adam necesita ayuda.

Así me ha pedido Nordin que escriba sobre Adam. Su hijo está sin tratamiento, pero me dice que ha oído que en Francia existen métodos para tratarlo.
Sueña con que alguna asociación le eche una mano.
Sirva yo de intermediario si alguien puede ayudar.

10 comentarios sobre “Entonces Adam ya correteaba

Agrega el tuyo

  1. Hola Alberto, acabo de conocer tu blog y me parece de lo más interesante. Me he topado con esta entrada y me ha entristecido mucho pero al mismo tiempo he pensado que se podría hacer algo al respecto. Hay una página llamada Islamicfundraising (islamicfundraising.com) que sirve para recaudar dinero para personas que lo necesitan, como Adam. Sería genial que pudieras crear una campaña y hacerles llegar el dinero recaudado, pues estoy segura que mucha gente participaría, yo la primera. Sé que esto supondría un gran esfuerzo para ti, ya que para crear la campaña hay que presentar documentos que acrediten lo que estás diciendo (como los informes de la enfermedad, etc.) pero espero que puedas echarle un vistazo. Gracias.

    Le gusta a 1 persona

Replica a Alberto Mrteh Cancelar la respuesta

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Blog de WordPress.com.

Subir ↑