Aya, Mostafa y el dragón de Azmur (Un río subterráneo)

¿No se nos está haciendo tarde ya? Mejor será terminar la historia mañana…, dice Mostafa con intención de posponer el desenlace y así quizás ganar tiempo. De ninguna manera, salta Aya nerviosa. Llevo más de un año preguntándome por qué Azmur está llena de dragones, en el suelo de la plaza, en los murales de las casas, en los tapices de los artesanos, en telares, cojines y caftanes y nadie me lo explica. Allá donde voy veo que aquí yacen dragones y yo no me muevo hasta que sepa a qué diablos se debe.

Mostafa se ríe al descubrir el genio que se gasta su amada e incluso siente la tentación de soltarse un chascarrillo malintencionado, pero se lo reserva para cuando se encuentren a solas. Bueno, está bien, ya va siendo hora de desvelarte el misterio. Para los recién llegados, os recuerdo que el yin lleva un siglo narcotizado en el fondo del mar, que el agua de la playa se ha venido a dormir a la medina formando una niebla tan espesa y que Omar ha madrugado para escaparse de casa.

Aquí yacen dragones

Omar se levantó el primero de la casa, salió a la calle y llegó hasta la puerta de la medina palpando las paredes para no perderse. Nunca la había cruzado y no sabía muy bien dónde ir, pero siguió sin más el camino confiando en que le llevaría a un buen lugar. Según avanzaba, la niebla iba disipándose hasta que al fin vio la playa de Huzia con el cielo despejado. Le maravilló ver el mar, que se encontraba más bajo que nunca debido a la espantada marina. Cogió unos cuantos cantos y se puso a lanzarlos al agua para verlos brincar. Con tan mala fortuna de que el primero le dio al yin en toda la cabeza, que asomaba sobre la superficie por la bajamar. El golpe le hizo estornudar con tan fuerza que todo el narcótico salió disparado por uno de sus tres agujeros de la nariz.

De inmediato se despertó, se deshizo fácilmente de las cuerdas que lo sujetaban ya desgastadas por el paso de los años y, al ver a Omar, se enamoró perdidamente de él y decidió comérselo de pies a cabeza en cuanto lo hubiera asado. Ya se iba a lanzar sobre él cuando vio que charlaba con un pescador. El yin vio los brazos fornidos del marinero y con qué destreza arrastraba sus redes y temió verse arrastrado al fondo del mar durante otro siglo, así que se limitó a vigilarlo en la distancia haciéndose pasar por gaviota.

Un siglo después

Amable pescador, estoy cansado de tanto caminar y me gustaría regresar a Azmur, pero no conozco el camino y temo extraviarme. No hay problema, joven, lo tienes bien fácil. Camina por la orilla de la playa hasta que te topes con el río y, una vez allí, no tienes más que remontarlo para llegar a la medina. Qué hombre tan práctico, se dijo Omar, tras darle las gracias.

Omar comenzó a andar como le había indicado sin darse cuenta de las dos miradas que no le quitaban ojo: la del yin, que no veía el momento de darle caza, y la del marinero, que admiraba sus gráciles andares. El yin lo malinterpretó y pensó que lo andaba custodiando. Temía precipitarse en su ataque, pero también que se le escapara la oportunidad, ya que por la orilla del río se encontraría fácilmente con otras personas.

Una barrera natural

Entonces se le ocurrió una idea Se transformó en bestia marina, se sumergió en el agua y comenzó a golpear la arena en la desembocadura con tal fuerza que formó unas dunas enormes que hacían de barrera a las aguas. Estas, cansadas de navegar durante días, decidieron atajar, y se sumergieron para convertirse en río subterráneo para llegar finalmente al océano. Cuando Omar llegó al Um Rabia, no lo reconoció ya que no era más que un minúsculo hilito de agua que cruzó de un salto. El resto de la inmensa corriente circulaba bajo sus pies. Omar siguió pues caminando y caminando, alejándose sin saberlo de su destino. Se cruzó con algunos recolectores de algas, lo que evitó que el yin lo atacara, pero el sol iba subiendo y Omar no tenía ni agua ni comida. Ni siquiera sabía el terrible peligro que corría porque en ese momento… ¡Ay, no me digas que llega ya el final!, suelta Aya asustada. ¿Acaso no quieres conocer cómo acaba la historia?

Una salvación momentánea

3 comentarios sobre “Aya, Mostafa y el dragón de Azmur (Un río subterráneo)

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