Tan pronto como terminé la llamada con la persona de recursos humanos que me había dado los detalles del puesto vacante en Marruecos, me lancé a buscar información sobre esa ciudad de la nunca había oído hablar. ¿Kenitra? ¿Cómo era posible que ni me sonara? No sé muy bien cómo acabé viendo un vídeo que se llamaba Kenitra and cinema.
Rodado en la calle, esas calles que todavía no me eran familiares, ciudadanos de todo pelaje rememoraban sus vivencias en los cines de Kenitra. Los hay más de películas indias en el Atlas, siempre con esa algarabía propia de los barrios populares, y los que prefieren las películas americanas en los cines de centro, como el Palace, pero todos por igual guardan gratos recuerdos. Yo iba siempre con amigos a ver películas de acción, la primera vez debí de pagar ocho dírhams. No hay nada como una buena peli de Shah Ruh Khan. ¿Te canto Tujhe dekha toh yeh jaana Sanam? Recuerdo una vez que el gobernador decretó que el cine sería gratuito durante quince días y vino tanta gente que se rompió la puerta de entrada. El primer cine que tuvimos en Kenitra, el Itihad, tenía un ambiente estupendo. La gente veía películas mudas en blanco y negro por un dírham y un cuarto.

Pero lo que en realidad el vídeo venía a denunciar era la desaparición de los seis cines que había tenido la ciudad. El Atlas, abierto en los setenta, desapareció en los noventa. El céntrico Tanagra se ha convertido en un centro comercial. Del Fantasio, que llegó a proyectar partidos de la Liga de fútbol para intentar sobrevivir, tan solo quedan imágenes en papel. El Ariad, construido durante la época colonial, vio pasar a gentes elegantemente vestidas donde ahora apenas dormitan vagabundos. Y el prestigioso Palace, en la propia avenida Mohamed V, ha pasado a ser la escombrera de un edificio en construcción. Finalmente, el más popular de todos, el querido cine Itihad, no pudo resistir el ataque de la piratería y la proliferación de parabólicas, y ahora no es más que el recuerdo de sus deslumbrantes carteles de Farid El Atrache en el interior.
Supongo que, con semejante carta de presentación, di por sentado que el cine no tenía mayor relevancia en Marruecos, así que durante años apenas le dediqué interés al asunto. Además, las pocas películas marroquíes que se cruzaron a mi paso no brillaban por su calidad. Bien es cierto que me maravilló Los caballos de Dios, de Nabil Ayouch, pero no consiguió quitarme la idea de que no merecía la pena que le dedicara más tiempo al cine hecho en Marruecos. Aunque en el fondo me preguntaba si no habría una Viridiana marroquí escondida que no estaba sabiendo encontrar.

Tiempo más tarde, unos fabuladores en Fes me advirtieron de mi error. ¡Claro que hay películas que merecen la pena, Mrteh! Lo que pasa es que no has visto las buenas. Pues decidme vosotros cuáles son esas que debo ver. Y me llevé a casa un breve listado, deseando reparar mi falta y, al tiempo, preguntándome dónde podría verlas.

Durante el confinamiento, el Centre Cinématographique Marocain tuvo la idea de difundir gratuitamente una treintena de películas marroquíes. Cada film se podía ver en su web durante un par de días y, aunque intenté seguirles el ritmo, reconozco que enseguida perdí comba y solo vi algunas de ellas. Verlas en casa delante de un ordenador tampoco es que me motivara especialmente, pero en cualquier caso la conclusión a aquel súbito empacho fue comprender cuánto me quedaba por descubrir del cine marroquí.

Finalmente, en los últimos meses, he tenido tres golpes de suerte. Primero, la publicación de La septième porte, la historia de cine marroquí escrita por Ahmed Bouanani, que me está sirviendo de faro. Segundo, l’Uzine de Casablanca, proyectó en pantalla grande varias películas de Nour-Eddine Lakhmari (la famosísima Casanegra, Zéro y Burnout). Y, por último, la baraka definitiva. El Institut Français organizó en ramadán la proyección de un ciclo de cine pionero marroquí verdaderamente deslumbrante: Wechma, de Hamid Benani; Mirage, de Ahmed Bouanani; Une porte sur le ciel, de Farida Benlyazid, y, como guinda del pastel, De quelques évenements sans signification, de Mostafa Derkaoui, con el propio director para presentárnosla. Pero lo que ahí ocurrió te lo cuento mejor otro día. Hoy solo quería decirte que si aún no has visto una película marroquí que te emocione, será porque todavía no la has encontrado, pero ahí está esperándote.
