
Ya han pasado ocho meses desde que hice la promesa. Aunque estoy cumpliendo con mis visitas a los baños, no tengo la sensación de estar escribiendo ningún libro. Y tampoco estoy seguro de saber hacerlo. No quiero que sea un manual de instrucciones, pero tendré que enumerar los utensilios que utilizan en el hammam. No pretendo ser un cronista del pueblo, pero no podré evitar sentirme fascinado por sus ocurrencias. Me gustaría recrear el ambiente que se forma en las salas calientes, pero no está permitido hacer fotografías, así que tendré que memorizarlo y esforzarme por expresarlo solo con palabras. No ha de convertirse en un diario personal, pero ¿quién es capaz de no pensar en sus propios problemas cuando el calor te acuna? Espero al menos atar mi mente lo suficiente para que las confesiones no sean demasiado íntimas.
Las notas, algunas ininteligibles, se amontonan en un cuaderno que compré tiempo atrás. Debió de ser en 2004 y ha permanecido vacío en mi poder desde entonces hasta que comencé a mancharlo en enero. Acudo a los baños cada semana y escribo sobre lo que veo. Planeaba ir volcando esas hojas en el ordenador, adornándolas, uniéndolas con gracia y dándoles algún sentido. Me gusta la idea de escribir, pero no está siendo mi prioridad. Primero pensé que debía dejar algunas semanas antes de comenzar, pero la verdad es que la cantidad de páginas sin revisar no ha hecho sino aumentar. Es una actividad que ha sido relegada a los fines de semana, pero la mayoría de ellos los ocupo con otras actividades: viajes, invitaciones de amigos o asuntos de la fábrica. Así me encuentro a mediados de agosto con un cuaderno lleno de notas, revisado solo hasta primeros de marzo.

Me he propuesto ir a Francia una semana para estar solo y dedicarlo a escribir. Saint-Jean de Luz es la primera parada. Viajo sin hacer reservas, lo que reconozco que es un grave error cuando en la recepción de un hotel afirman estar completos hasta dentro de diez días. Me dicen que de ninguna manera dormiré en el pueblo esa noche. Deambulo de regreso al coche cabizbajo, buscando un plan alternativo. En el minúsculo hotel La Devinière, barroco pero con encanto, disponen de una habitación que acaba de quedarse libre. Es más caro de lo que pensaba gastarme, pero identifico el golpe de suerte como una señal para quedarme y escribir allí lo máximo posible. Siento que comienza con buen pie mi plan para ponerme al día.
¿Qué querrá saber el lector?, ¿sentirá curiosidad por lo mismo que yo?, ¿habrá estado alguna vez en un hammam o por el contrario nunca habrá visitado ninguno?, ¿lo asociará con el encanto oriental o le resultará un lugar de salubridad cuestionable?, ¿serán de su interés los niños que deambulan de acá para allá sin saber quién es su padre ya que con todos hablan?, ¿qué pensarán cuando sepan que un hombre les raspará la espalda con un guante? La persona que me lea, ¿será hombre o mujer?, ¿acaso más joven que yo?, ¿habrá dormido bien la noche anterior?, ¿estará concentrado en la lectura o pendiente del reloj porque tiene una cita? Supongo que es absurdo pensar en todo esto ahora que aún reviso mis notas, pero al ver que me intranquiliza, decido que escribiré como si mi hermano Tomás fuera el único lector. La idea me relaja y quizás haya sido una decisión tomada para toda la vida.

Es quince de agosto y después de cenar todos acuden presurosos a la playa porque han organizado un espectáculo popular. Por megafonía dan instrucciones acerca de cómo deben encender las linternas de papel que llevan en sus manos para que el aire caliente las eleve hasta el cielo todas a una. Algunos despistados, quizás impacientes, las dejan escapar antes del aviso y vuelan solitarias. Otros no consiguen que se levanten de la arena, se ha debido de romper el papel mientras el niño jugueteaba con la linterna. El resto forma una vida láctea multicolor de luces que se alejan de nosotros. Parecen nuestros sueños que han echado a volar. Al día siguiente en el hotel pienso si la belleza del espectáculo afectará a lo que escribo. Quizás no debiera alejarme tanto para preparar este libro. El florido jardín tampoco ayuda a recordar cuerpos enjabonados sometidos al calor. Pasadas un par de horas de trabajo, me doy cuenta de que no he traído el cargador del portátil y que no podré escribir durante el resto de la semana. Por el momento no se eleva mi linterna del suelo.
Todas las entradas dedicadas a la escritura de mi primera novela se encuentran en la pestaña No es asunto tuyo dentro de la sección El escriba.
Tiempo rememorado: agosto de 2016
Gracias por tus relatos.
Yo estuve en un hammam acompañada por la madre de un amigo, y aunque no entendía nada me deje llevar y fue una experiencia inolvidable
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Es que hiciste lo mejor que se puede hacer en un sitio donde no entiendes nada: dejarse llevar.
Me alegro de que lo disfrutaras.
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Bueno por aquí estoy, viene a tomar el café y levantar el vuelo en el Zico.
Me encanta eso de «vértigo ante la hoja en blanco»
Seguiré por aquí… descubriéndote a través de tus letras.
Un abrazo Alberto
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El placer es mío por tu visita.
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He caído a este blog por casualidad, y me ha encantado la forma en como narras lo que iba aconteciendo. Eres una de esas personas capaces de transportar al lector al momento que estabas viviendo. ¡Saludos Alberto!
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Cuánto me ha gustado tu mensaje, aubescrit!
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🙂
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Me está encantando leer el blog. Gracias por dejarnos leer estas vivencias. Enhorabuena por la escritura
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Muchas gracias Susana.
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Tan interesante como bien narrado. Me he quedado con ganas de saber más.
Saludos
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Muchas gracias fran. Más vendrá.
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Chulísima la parte final con el tema de las linternas de luz, recuerdo que nos contaste cómo era cuando nos encontramos en Paris unos días después.
Me viene a la cabeza (sin saber ni cómo ni por qué) un objetivo pendiente que hemos comentado varias veces: ascender el Uhuru Peak (Kilimanjaro), ¿se elevará esa linterna de luz en algún momento?
Enhorabuena por el post.
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Me pregunto, hermano, si algún día escribiré sobre algo que no te haya contado antes.
Gracias por los ánimos.
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