Los flamencos de Merja Zerga

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¡Atrápalo!

Moulay Bousselham se encuentra a mitad de camino entre Rabat y Tánger. Había visto el desvío en la autopista muchas veces antes de visitarlo por primera vez. Creía que no era más que un pueblo de pescadores que se abarrotaba de marroquíes durante las vacaciones estivales. Nadie me había hablado de aquel lugar y quizás jamás lo habría conocido si Faisal no me lo hubiera descrito con entusiasmo. Me descubrió la laguna de Merja Zerga que se encuentra besando el Atlántico. Memoricé el nombre como si se tratara de una alhaja. Ya estaba convencido de que haríamos una excursión hasta allí algún día, pero dejaba que siguiera describiendo las inmensas bandadas de aves. Fingí un interés especial por ver los flamencos que prometía encontraríamos en abundancia. El avistamiento de los pájaros rosados se convirtió en la excusa para visitar Moulay Bousselham un domingo de septiembre de mi primer año en Marruecos.

Al llegar me invadió la sensación de que no me satisfaría: apenas un aparcamiento vacío frente a una hilera de restaurantes. Era imposible no fijarse en una absurda escultura en forma de fresa que decoraba la rotonda junto a la playa. La recuerdo con desagrado. Quizás estaba en realidad sobre una camioneta. No encontraba la Naturaleza en estado puro que me habían vendido. Temí que la visita no trajera nada interesante. En las laderas que descienden hacia el mar había dos morabitos blancos. Quise saber a qué santones estaban dedicados, pero mi amigo Faisal no supo contestarme. Me pareció que en realidad no quiso hacerlo. Recorríamos las callejuelas alfombradas con firme en mal estado. Yo iba atento para no tropezarme por los desconchados escalones que bajaban hasta la orilla. Allí esperaban algunas barcas. Escogimos la de un sonriente barquero renegrido por el sol veraniego. Me recordó que debía echarme crema protectora antes de que fuera demasiado tarde. ¡Qué torpeza la mía al intentar subir sin mojarme el calzado! Una mano terminó ayudándome. Arrancó el motor cuyo estrépito nos acompañó durante el resto del paseo. Me parece volver a oírlo.

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Subasta al mejor postor

La barca se aleja del mar y se adentra en las aguas dulces. Nos deslizamos por el acuífero dejando atrás las casas que se despliegan por la ladera. En la playa se subasta la pesca del día. Trazamos unas sinuosas curvas para evitar las zonas de baja profundidad. El sol y el viento me hacen temer que terminaré enrojecido al final de la jornada, pero también me ayudan a olvidar las preocupaciones. Me limito a observar el pueblo que asoma sobre el precipicio, donde quedaron aparcados los problemas sobre una explanada desértica. Nuestra barca no pertenece a este mundo, sino que navegamos aislados en el tiempo. Solo lo esencial importa. La luz, la brisa y el agua. Nos cruzamos con otras embarcaciones y me alegra descubrir que son turistas locales. La ausencia de extranjeros me ayuda a confiar en que me distancio de las rutas trazadas. Nuestro guía me invita a manejar el timón, supongo que en una zona donde no hay riesgo de encallar. La sensación es fabulosa. Fantaseo con un mundo salvaje en el que el hombre se enfrenta a la Naturaleza cuerpo a cuerpo.

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Pescadores quemados por el sol

Nos adentramos cada vez más en la albufera y hacemos paradas en los islotes dispersos que mágicamente aparecen a nuestro paso. Cada uno atesora un secreto que se nos ofrece quizás como premio a silenciar el motor por unos instantes. Una charla calmada con una pareja de pescadores que muestran orgullosos lo obtenido durante la mañana. Me sobrecogen sus rostros agrietados y sus manos inundadas de callos por el trabajo diario. Una bandada blanquecina se levanta al unísono y presume de su grácil vuelo. En la isla de los cangrejos, el guía me invita a descender para coger alguno con mis propias manos. ¿Lo he conseguido yo mismo o me ha ayudado para hacerme una foto en la que luzco temeroso? Damos media vuelta y regresamos hacia el embarcado improvisado al final de la escalinata. Pronto estaremos en el coche, pero por el momento el viento me acaricia el rostro y me hace sonreír.

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Aislado del tiempo

He vuelto a Moulay Bousselham en otras ocasiones con amigos y familiares. Siempre hemos dado un paseo en barca y hemos comido el pescado que escogimos en la lonja, marisco recién atrapado y descomunales ensaladas de fruta. Nunca he visto las bandadas de flamencos. Quizás sea tan solo la excusa para regresar allí.

8 comentarios sobre “Los flamencos de Merja Zerga

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  1. Fue una delicia ese paseo en barca, la impaciencia por atrapar algún cangrejo, que se nos resistieron, todavía recuerdo la fuente de frutas.fue un día que tardare en olvidar. Marruecos, espero volver.

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  2. Recuerdo ese paseo en barca como si fuese ayer, placentero, relajante durante su recorrido…y bullicioso en la orilla con los pescadores.
    De premio marisco y una gran FUENTE DE FRESAS Y NARANJAS.
    Mmmmmhhh

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    1. Yo también lo recuerdo con mucho cariño. Supongo que la primera vez es la que más impacta y me he concentrado en ella.
      Eso y que las FOTAZAS que tenemos juntos permanecerán solo para nuestros ojos. ¡Volved cuando queráis!

      Le gusta a 1 persona

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