Muhammad Zafzaf: Diálogo al final de la noche

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El rey de los genrios, de Muhammad Zafzaf

Si cruzaba por delante de la casa de Auicha, me arriesgaba a que me pillara y luego se tirara la semana entera sacándome de mis casillas con sus acusaciones. Aunque siguiera en el hammam, seguro que alguna de sus hermanas se había quedado haciendo guardia en la ventana, vigilando lo que pasaba en la calle. ¿Se pensaban esas idiotas que no me había enterado de que se lo contaban todo unas a otras? Pero conmigo no valían esos truquitos de mujer y di un rodeo por detrás de la mezquita para acercarme como un gato en la oscuridad hasta donde vivía Surur. Ya había tenido un duro entrenamiento de niño, mi madre siempre se las ingeniaba para acabar con la diversión, esa sí que era dura de roer. ¡Qué pocas veces me salí con la mía! Pobrecilla, no debería haberle dado tantos disgustos. Si me hubiera visto pasar por esos callejones, habría adivinado de inmediato lo que tramaba. Incluso habría sido capaz de hacerse la encontradiza o de haber visitado a la madre de Surur con cualquier excusa para evitar que la mujer se acostara temprano. Pero todavía había luz en el salón, su madre debía de seguir levantada. Y ni rastro de la señal de Surur en la ventana. Aún no había vía libre.

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Señales desde la ventana

La muchacha, que hacía tiempo que había olvidado a su padre muerto, se asomaba intranquila a la ventana. No encontraba lo que estaba buscando, solo una oscuridad impenetrable. Jugueteaba con un pañuelo para tener ocupadas las manos. Aunque se había propuesto disimular su impaciencia, no pudo evitar que se le escaparan unas palabras:

–¿No duerme, madre?

–No tengo sueño, si me acuesto ahora me pasaré horas en vela.

–Acuéstese mujer, ya verá cómo le entra el sueño.

Surur se levantó de nuevo y se acercó a la ventana. Esta vez ni siquiera miró, solo estaba inquieta. No sabía cómo conseguir que su madre se marchara a su habitación. Pensó: al final se va a cansar y terminará marchándose y me quedaré aquí con la llama ascendiendo. Se llevó la mano al cuello y comenzó a acariciarse igual que él hacía cada vez que se encontraban. Continuó inspeccionando su cuerpo, acariciando sus pechos. Como una centella, temió que su madre la estuviera mirando y adivinara lo que le pasaba, pero la mujer se había levantado y había dicho que se iba a la azotea. Surur se extrañó de esa salida nocturna. En cambio, la mujer no subió ningún escalón, sino que bajó hasta el portal siguiendo una corazonada.

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Calentones nocturnos

Me mataban unos terribles pinchazos en la pierna. Ya no podía estar de pie sin que sintiera como si me atravesaran unos clavos. Llevaba al menos dos horas esperando. ¡Y el maldito pañuelo en la ventana sin aparecer! ¿Cuánto más debía esperar? Ya no quedaba nadie despierto, hasta los pájaros debían de estar “soñando con el rastrojo”. Decidí meterme al portal con tal de no congelarme de frío. Pero la puerta no estaba abierta como otras veces. ¿Cómo iba a entrar entonces? Quizás lo había hecho a posta para ponerme a prueba. ¡Pues se iba a enterar de quién era yo! Pensé: subiré hasta su casa trepando por el árbol de la plaza. Hacía tiempo que me había imaginado haciéndolo y había llegado el día de ponerme a prueba. El dolor no me detendría, tenía que llegar a su habitación para conseguir mi premio. Si no era de una forma, sería de otra. Lo importante era la aventura.

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Soñando con el rastrojo

Surur se retiró la mano que escarbaba entre sus exuberantes muslos cuando apareció su madre por el cuarto de estar. La mujer la miró y pensó en echarle la bronca, luego recordó otras noches de espera en las que ella misma contaba los minutos hasta la llegada del amante. Meditó un instante si debía darle algún consejo para evitarle sufrimientos. Pensó: de algo le tendrá que servir lo que yo he pasado. Pero pronunció otras palabras:

–Me voy a acostar.

–Buenas noches, mamá.

–Buenas noches, Surur.

Hizo una pausa antes de desechar una última frase. La mujer se metió en su cuarto y apagó la luz. Surur, temerosa de que su amante se hubiera marchado, se precipitó sobre la ventana del cuarto para agitar un pañuelo blanco. Al asomarse, de entre la oscuridad, surgió el atlético cuerpo que estaba esperando y sintió cómo el suyo se estremecía sin remedio.

–Me estaba muriendo de frío ahí fuera.

–Yo no podía más con esta llama.

Esta historia está inspirada en los protagonistas de los dos primeros relatos de El rey de los genios, de Muhammad Zafzaf, una fabulosa antología editada por Huerga y Fierro con traducción de Fernando Ramos.

11 comentarios sobre “Muhammad Zafzaf: Diálogo al final de la noche

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  1. Hola Alberto

    Cualquier joven europeo que leyera esto, puede que no se lo creyera. En un botellón, puedes hacer casi cualquier cosa. Pero contarlo tan bien como tú, es ya harina de otro costal.

    Un abrazo

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