He perdido el tren de las 21:17, el que normalmente me lleva a casa. No me importa, sé que llega otro dentro de quince minutos. En la estación solo quedan algunos viajeros que esperan un tren de largo recorrido. Sus equipajes invaden el andén y tengo que sortearlos hasta alcanzar el último asiento libre. Me dedico a fantasear cómo serán sus vidas. Todavía me divierte bujludear. A mi izquierda, junto a unas maletas de ruedas, un par de chicas jóvenes ríen con la mirada pegada a sus teléfonos. ¿Charlarán sobre amoríos juveniles? Me miran de reojo y bajan la voz. Quizás han intuido mi juego. Cambio de postura disimulando, hasta quedarme mirando hacia mi derecha. Ahí gobierna el caos de una familia que viaja con la casa a cuestas. La mujer, sentada con un bebé en brazos, habla con su marido, que permanece de pie, como si vigilara el rebaño de enormes bolsones. ¿Qué los habrá llevado a Rabat con semejante cargamento?

Su acento me resulta extraño y me cuesta comprender lo que dicen. Me distraigo remarcando el contraste entre la delgadez del marido y la redondez de la mujer. La simpática voz de la megafonía anuncia el retraso de mi tren con su habitual jovialidad. Merci pour votre compréhension. El indicador luminoso parece obedecerla y ahora se lee: OUJDA 22:08. El hombre, ajeno a mis quejas a media voz, se marcha hacia la terminal y deja a su mujer al cargo de hijos y equipaje. El niño mayor, de unos ocho años, está más bien gordo, aunque no para de corretear y de saltar, como un juguete al que no se le acaba la cuerda. Su madre, sin prestarle demasiada atención, le grita pidiéndole que se calle de una vez mientras coloca al bebé en un carrito. Por fin se ha dormido, debe de estar pensando. Pero en cuanto vuelve a sentarse, el inquieto niño se tropieza y se choca con su hermano, que se despierta entre llantos.

Me levanto por instinto alargando los brazos, como si a la vez quisiera coger al bebe en brazos y ayudar al chico a levantarse, pero me quedo clavado sin hacer nada. La mujer en cambio no titubea. Le da un violento bofetón al mayor, que cae al suelo, y levanta al bebé. Grita al uno y calma al otro. El niño se queja del daño en la rodilla. Las jóvenes han dejado de comentar sus fotos. ¿Qué debería hacer yo? Siento que tengo que echar una mano al chaval, pero las inacabables protestas de la mujer me frenan. ¿Cuestionaré su autoridad si me pongo de parte del niño? Me quedo paralizado sin saber qué hacer. ¿Cuál es la diferencia entre prudente y cobarde? Las chicas hacen un comentario amable sobre lo movido que es el niño y la mujer se calma un momento. Vuelvo a sentarme, incómodo por no haber reaccionado. El niño ya está de nuevo correteando. La mujer se levanta, harta de sus carreras, y lo zarandea con brusquedad hasta hacerlo sentar a mi lado, en una esquinita de un asiento ocupado por una bolsa atada con cuerdas.

El niño me mira y siento que estoy contemplando el océano, fascinado ahora por la inmensidad de sus sentimientos. Le paso la mano por la cabeza. Me observa fijamente y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. Anta zuin. Me acaricia el brazo, al principio concentrado en lo que hace y después distraído, mirando a un revisor que deambula por el andén. Su madre nos mira con recelo. La saludo para evitar que proteste por lo que está haciendo su hijo, que no deja de pasarme su manita por el antebrazo. Entonces llega su padre y la mujer lo pone al corriente de lo ocurrido en su ausencia. De inmediato agarra al niño y le da unos terribles puñetazos en la cabeza mientras el pequeño intenta protegerse. Le cedo mi asiento al hombre para distraerlo, que suspira, desvelando inconscientemente su pesar. Hace un momento lo detestaba y ahora me da lástima. Como si me leyera el pensamiento, me confiesa que han estado en el hospital con el bebé y que el mayor… Busca las palabras adecuadas para explicar por qué es tan inquieto ese niño del andén. Lo ayudo: Hua zuin. El niño, que parece intuir que estamos hablando de él, llega corriendo y le da un emocionado abrazo a su padre. Me mira, como diciéndome que su padre es un tesoro. El hombre le acaricia la cabeza. Anta zuin.

Vaya, ha sido muy extraña tu experiencia. Es cierto lo que comentas aquí arriba, que en un lugar extranjero no sabes cuál es el limite o si es algo normal. Es increíble que las culturas sean tan diferentes que incluso llegan a cambiar nuestra percepción de las cosas.
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Así es, y siempre anda uno pensando si no meterá la pata al actuar.
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So well written that I had to read to the end. 😊
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Hola Alberto.
Eso es la vida misma.
Tu reacción es la de una persona de bien, querer ayudar al mas débil,sin quitar autoridad al progenitor.
Al final me quedo con el abrazo entre padre e hijo.
Lo dicho la vida misma.
Un abrazo.
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Yo también me quedo con el abrazo final, aunque en el momento no lo comprendí.
Gracias por tu comentario.
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Alberto, me encanta como consigas que me sienta dentro de la historia, casi me levanto también yo a ayudar al niño.
Por supuesto la situación es difícil, quizá un simple, ha sido sin querer, o algo así, aunque claro, la diferencia de cultura…
Hiciste lo mejor que se me sabías, correcto.
Por cierto, ¿que significa Hua zuin?
Un placer leerte
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Gracias, Pilar, por comprendes mi falta de reacción.
Hua zuin significa algo así como «él es estupendo».
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Hola Alberto
Es difícil sentirse bien cuando ves que pegan a un niño. Si en España ya es difícil reaccionar, supongo que será peor en un país como Marruecos.
Un abrazo
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El problema es que no sabes cuál es el límite de lo aceptable cuando te encuentras en un lugar extranjero.
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