
La que se ha convertido en mi actividad favorita consiste en sentarme a ver pasar a la gente desde algún café, sobre todo en los sitios y a las horas con mayor trasiego. He pasado horas dedicadas a este pasatiempo en las terrazas de las teterías. Me maravilla la diversidad de la gente que circula, la mezcla de vestimentas europeas con ropas tradicionales, a veces incluso en la misma persona. Cuando estoy leyendo un libro y el tránsito es intenso, me cuesta concentrarme en la lectura y termino dejándola a un lado y entonces me dedico a verles pasar, disimulando a duras penas con el teléfono en la mano, como si lo que pudiera leer en un periódico pudiera ser más interesante que la realidad que tengo delante de los ojos.

En cada ciudad tengo un sitio favorito para este divertimento, el Café Tarik de Kenitra, el Zoco Chico de Tanger (en cualquiera de sus locales) o el café junto a la entrada del santuario de Moulay Idriss. Todos estos lugares tienen el inconveniente de que al estar a pie de calle y ser un extranjero como soy, a menudo me convierto yo en el observado porque llamo la atención de los que pretendía mirar sin ser visto. Afortunadamente he descubierto el local ideal que me permite ver sin ser el centro de sus miradas. Justo al pasar Bab Boujloud en Fes, en la esquina donde se separa la Talaa Kebira de la Seghira hay un local llamado Restaurant La Kasbah que dispone de terraza en el piso superior y desde allí hay una vista que permite disfrutar secretamente del espectáculo de la gente que sube y baja.
Una joven vestida con chilaba color mostaza que mueve descaradamente sus caderas para provocar a los chicos que están sentados en el café, que giran la cabeza a su paso. Unos americanos que chatean en silencio frente a la bebida ya fría retransmitiendo en las redes su apasionante aventura marroquí. Un chaval con el pelo engominado que corre entre la multitud huyendo de su último golpe. Un hombre desdentado y mal afeitado que no consigue que su burro tire del carro, pero que no quiere golpearle porque sabe lo doloroso que es recibir palos.

Esta noche no soy el único que practica este juego. Una pareja de extranjeros charla sin descanso en castellano, aunque por el acento diría que él es francés y ella italiana. También ellos se divierten imaginando las vidas de los demás. Él le ha puesto un nombre, dice que suben a lo alto para bujludear, pronuncia la jota igual que en rouge. Así llama a desglosar las preocupaciones, los miedos y los sueños de los que pasan por Bab Boujloud cuando entran en la medina, basándose solamente en el aspecto exterior. Él se intenta superar a sí mismo con descripciones cada vez más barrocas, hasta que ella le advierte. “Ten cuidado J-P, al intentar descubrir la naturaleza de los demás, es la tuya la que desvelas”.
Hace tiempo que nadie conseguía que estuviera largo tiempo callado.
Tu forma de escribir facilita la lectura y vivir la historia _in situ_
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No podría decir nada que me gustara más que eso.
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Me siento muy identificada con todo lo que relatas… a mi también me encanta sentarme a mirar lo que pasa a mi alrededor, sobretodo si estoy recorriendo mundo… jeje y también consigo estar mucho tiempo callada ( mas de lo que es habitual en mi) jejeje.
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Me encanta leerlo porque es como cuando hablas!! Escribes igual!!!
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Que envidia me das. Sigue disfrutando y compartiendo con nosotros tus aventuras y experiencias
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Muy bonita y vívida descripción… ¡Qué sigas escribiendolas!
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Dan ganas de coger un avión y sentarse en una de esas terrazas, gracias por compartir con nosotros la experiencia.
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Invitada estás.
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Muy recomendable hacer una parada en el camino, tomarse un té en una de esas terrazas y disfrutar con los cinco sentidos de un ambiente maravilloso.
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Y escuchar el mushkila del camarero de turno…
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Estupenda descripción de la realidad cotidiana de un lugar precioso: Moulay Idriss. Enhorabuena juya!
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Choukran khouia!
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