Hoy, dos de agosto, nos ponemos en marcha Muhsin y yo hacia el sur para subir a la cumbre del Tuqbal, el pico más alto de Marruecos. Conduzco yo mientras él charlotea sin parar desde que arranco el coche. Escuchamos un recopilatorio de Khaled. Muhsin me traduce algunas frases y repetimos varias veces esa canción que suena desgarradora. Al rato, mi amigo se duerme y bajo el volumen para que no se despierte. El sol resplandece, no hay ni una nube, pero en mi cabeza comienzan a lloverme recuerdos de mi primer día en Marruecos, momentos casi olvidados en Imlil, hacia donde ahora nos dirigimos. Me pierdo en aquellas imágenes.

El verdor de los valles, que contrasta con los montes parduscos, donde se esconden pueblos camaleónicos construidos a base de piedras del entorno; hombres tumbados a la sombra, en los andenes de la carretera, a la espera de quién sabe qué; alfombras secándose al sol de las azoteas, burros que cargan mochilas de excursionistas, mujeres medio sepultadas por la hierba que transportan, la compra sin regateo de mi querido turbante azul, un agradable paseo hasta una cascada cercana y nuestro primer té con hierbabuena junto a una refrescante cascada.

No puedo evitar sonreír al revivirlo y me propongo visitar hoy mismo la casa de nuestro anfitrión, Lahcen. ¿Qué habrá sido de él y de su familia? Según nos acercamos a nuestro destino van aumentando las ganas de pasar a saludarlos. ¿Seré capaz de encontrar aquella casita rural cuyo nombre no recuerdo? Al llegar a Imlil, me invade una agradable sensación de familiaridad. Lo primero es encontrar un sitio para pasar la noche. Como hacemos siempre, yo me quedó leyendo en un café mientras mi amigo sale a buscar alojamiento.
Tras instalarnos, le propongo dar un paseo para intentar localizar la casa donde pasé mi primera noche marroquí. Me guía la intuición, sé que debemos subir por la carretera serpenteante y en algún punto desviarnos a la izquierda por un camino minúsculo. Subimos alegres por aprovechar la ocasión para conocer mejor el pueblo. ¿Es por esa rampa? No creo, no me suena esa pendiente. Seguimos adelante. ¡Mírala! Aquí es, estoy seguro, recuerdo este olor de las higueras y el rumor de las acequias. Pero, al continuar, nos atrapan las enredaderas y el lugar ya no se parece a mis recuerdos. Quizás haya llovido mucho desde entonces. Continuamos mientras mis piernas se llenan de arañazos al avanzar entre la maleza. Muhsin coge frutas de los árboles y me recuerda, con la boca llena, cuánto prefiere el campo a la ciudad.

Avanzamos por un resbaladizo sendero mientras devoramos un par de manzanas. Entonces aparece de la nada un anciano con chilaba azul que nos echa el alto. Con la fruta aún en la mano, no hay manera de disimular lo que hemos hecho. Pero el hombre solo quiere saber adónde vamos y le explico que busco la casa de Lahcen. Se ríe, parece que medio pueblo se llama así. Intento describir la casa y, de repente, del fondo de la mente surge el nombre que antes buscaba. El hombre asiente y nos invita a seguirlo hasta indicarnos el lugar. No lo reconozco. ¿Será porque hemos llegado por detrás de la casa? Un letrero confirma que estamos delante de Dar Adous. Pero ha cambiado tanto…. Ahora me asalta otro temor. ¿Cómo voy a visitarlos sin pernoctar allí ni pedir que Ibrahim nos guíe hasta la cumbre como aquella vez? ¡Qué apuro! Seguro que insisten, pero ya hemos alquilado otro sitio. Será mejor que me pase dentro de un par de días, cuando regresemos, cuando ya no haya remedio. Un último vistazo despierta los recuerdos.

Un merecido descanso medio adormilado en un butacón de la terraza que sirve de mirador, un dulce té con hierbabuena, que me sirven sin levantarme, como si hubiera regresado de la guerra, risas en la habitación porque alguien se ha chocado con el dintel de la puerta al salir de la ducha, un increíble trasiego en el camino antes y después del rezo y esta maravillosa sensación de agotamiento.

Ascendemos y regresamos en una aventura fabulosa. Hemos tenido incómodos contratiempos, discusiones con el hombre de Armed, descubrimientos tenebrosos en Sidi Shamharush, música bereber inesperada, risas por calcetines que sirven de guantes y por botas que se caen a cachos. De nuevo el bendito agotamiento nos aplaca, caemos dormidos mientras nos preparan un tallín. Mientras comemos, planeamos futuros viajes. Muhsin, tenemos que volver aquí el próximo verano. No, mejor descubramos otro lugar. Hay que hacer cosas nuevas.
Inolvidable aquel primer día en Imlil…el comienzo de todo
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¿Verdad que sí? Ya verás, si vuelves por allí, como te asaltan los recuerdos.
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