El zoco de Sidi Taibi

Para desplazarme en coche hasta Rabat, lo más rápido en tomar la autovía, pero he cogido la costumbre de ir por la nacional. Así me ahorro los trece dírhams del peaje y además siento que descubro las entrañas del país. A mitad de camino hay un pueblecito llamado Sidi Taibi que está partido en dos por la carretera. Cada vez que lo cruzo, al ver el gentío del zoco pegado al asfalto, me digo que debería pararme para echar un vistazo, pero siempre me pilla con otro asunto entre manos y lo voy dejando para otra ocasión.

Sandias (Instalación)

Hoy, a mi regreso de Rabat, era tal la algarabía, que me ha sido imposible resistirme a la tentación. Aparco enfrente del mercado, donde se han instalado unos vendedores de sandías. Padre e hijo las cogen en brazos y las colocan cuidadosamente sobre unas hueveras de cartón, como si estuvieran montando una exposición de arte moderno. Miro hacia el mercado situado a la sombra de unos soberbios eucaliptos. Nos separa la ajetreada carretera donde se alternan taxis apresurados, carros de caballos que circulan en sentido contrario cuando les conviene y camiones que van y vienen a las fábricas cercanas. Cruzo imitando a los locales, como si no temiera por mi vida.

La ley del más fuerte

Ya estoy junto al zoco, pero antes de adentrarme en la zona más concurrida, me acerco a una callejuela lateral con menos trasiego y puestos más despejados. El de aceitunas parece salido de algún museo. ¿Qué pensará Jilali Gharbaoui de estos brochazos de harisa? Un anciano coge una aceituna, la machaca con los dedos y la huele antes de marcharse poco convencido. El panadero espanta distraído las abejas que sobrevuelan los dulces mientras saluda a un cliente. Ara shocolati, ara petipan. Me sorprende que no prefiera el milui recién hecho. De fondo se oye un radio que salmodia el Corán y, justo al lado, unos pollos aún vivos compiten en bullicio con el jolgorio del zoco.

Aceitunas a lo Gharbaoui

Como para tirarme de cabeza a una piscina, tomo aire y me sumerjo en la muchedumbre. Intento obviar el griterío y me concentro en lo que me asalta a la vista: coloridos puestos de fruta cuidadosamente colocada, un montón de hierbas sobre un inmenso madero, un sonriente vendedor de tayines y platos de barro, carretillas sobrecargadas de hogazas de pan, telas que ocultan huevos en canastas, comerciantes que exponen sus baratijas en el suelo sobre una manta, una mujer que vende leche en botellas de agua, un hombre inmóvil tirado en la tierra al que todos esquivan, vestido con ropa descolorida y apoyado sobre un mullido saco para hacer más llevadero el día, imitando a los guardias que dirigen el tráfico desde la mediana, hay un chaval que da paso a una joven para mirar mejor su cintura ceñida por un simple cinturón y ver cómo se adentra en el gentío hasta perderse de vista, como los alacranes en la arena del desierto.

En el zoco de Sidi taibi

Me saca de mi ensimismamiento un taxista que machaca el claxon con insistencia y ahora me percato del griterío que me rodea. Decido perderme de nuevo en el zoco utilizando los cinco sentidos. Me abro paso esquivando empujones. Un niño pretende venderme una bolsa de plástico. Pero ¿no estaban prohibidas? ¿Qué ha quedado del zero mica? La, la, shukran. Un caballo resopla agotado por la carga que soporta y asusta a una niña a la que su madre estaba dando leche. Me tropiezo con un vendedor de alubias pintas. Bshal lubia? Me asalta un intenso olor a fresas. ¿A cuánto estará el kilo? Mia urbain!  El precio varía según el comprador. No importa. Atini nos kilo. Los vendedores juran a gritos que su mercancía es la más fresca. Un joven incluso vocifera desde lo alto de su camioneta, como si así se le fuera a oír más que al resto. Llega un carro y se coloca justo delante de un puesto de fruta. El dueño le pide que se marche, que ha madrugado para coger un buen sitio, pero el recién llegado se resiste. Comienzan a discutir haciendo que todos se giren hacia ellos para ver qué ocurre. ¿Se van a pelear? Entre unos pocos tenderos los separan y todos vuelven a sus puestos. Un niño asoma a la espalda de su madre que se ha parado a comprar hierbabuena. Le cubre un arrullo bordado en azul como los de Mulay Idris. Tienen los ojos abiertos como platos. Parece que todo le deslumbra tanto como a mí.

Desfile diario en Sidi Taibi

18 respuestas a “El zoco de Sidi Taibi

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  1. No me extraña que ese país te haya atrapado. Lo que cuentas invita a organizar un viaje por todos esos lugares. ¿Cuándo podremos hacerlo?

    Las fotos que adjuntas son una gran postal, realmente como tú dices, una obra de arte. Da pena que esas sandías puedan ser atropelladas. Puedo guardármelas en mis archivos.

    Sigue contándonos historias de Marruecos.

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    1. Siempre me han atraído muchísimo estos lugares populares y concurridos. Este gentío bullicioso me tiene totalmente atrapado. Lo echo mucho de menos.

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  2. Gracias por sumergirnos en ésa cotidianeidad marroquí, que ahora se echa tanto de menos. Los zocos, con sus ruidos y sus olores penetrantes, envueltos en humo del carbón del tayín,….las irresistibles aceitunas, …qué sensaciones. Te sigo para que no se me vayan de la memoria los recuerdos.

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  3. Es un placer disfrutar a través de tus impresiones de un lugar tan especial y colorido, Alberto. Esa forma de ofrecer sandías es singular, bella y artística 😁, ¡y son enormes!
    ¡Saludos y gracias por tus siempre entretenidos relatos!

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