Para llegar a la arboleda de Sidi Bughaba, lo más directo es caminar desde la parada de taxis de Mehdia, pero Said y yo hemos conseguido engatusar a Muhsin y convencerlo de que es más rápido desde la gasolinera de Sidi Taibi. Lo engañamos por distintos motivos. Said quería aprovechar el domingo para dar una buena caminata y yo ansiaba revivir ese trayecto por el que hace tiempo pasaron los protagonistas de una novela que dejé aparcada.
Mis amigos, que prácticamente se han conocido hoy, se burlan de mí con sorprendente complicidad cuando no los entiendo bien. Tan solo el avistamiento del mar desde la loma consigue callar sus risas y nos obliga a pararnos para contemplar la naturaleza: la tranquila laguna rodeada por la juguetona carretera, los esquivos flamencos y los imponentes eucaliptos.

Caminamos por el asfalto bajo el sol abrasador y, al ver el morabito de Sidi Bughaba, tomo el sendero que lleva hasta la entrada sin consultarles. Me atraen estos lugares cuyo origen todavía no he comprendido. Soy el primero en deambular por las ruinas para hacer fotos del interior. Let’s them rest in peace. Said habla en inglés cuando me dice algo importante.
Una última foto con el lago al fondo me hace darme cuenta de una inscripción que la cal no ha conseguido tapar. Sé que se trata de alguna prohibición porque reconozco la primera palabra, mmnua. Les pido ayuda para entender el resto. Prohibido asomarse al pozo. ¿Qué pozo? Pues el de Sidi Bughaba. ¡Menuda prohibición más extraña! ¿Aún no conoces la historia de Sidi Bughaba? Era un hombre que adivinaba el futuro. Por eso venía tanta gente a verlo. Murió ahogado en el pozo y ahora se aparece en el reflejo del agua, transformado en algún conocido del que se asoma.

¡Qué tontería! ¡Mira que sois supersticiosos! ¿Cómo podéis creeros semejante historia? Ni siquiera hay ningún pozo por aquí. Pero tan pronto como acabo la frase, yo mismo descubro algo junto al lago. Desciendo a zancadas hasta allí y compruebo que efectivamente se trata de un pozo. Nos sentamos los tres en silencio, mirándonos a los ojos, como preguntándonos si queremos conocer nuestro futuro.
Muhsin se levanta y se asoma al pozo. Del fondo surge el estruendo de un mar embravecido. Se echa hacia atrás asustado y nos invita a acercarnos. Las olas barren mi incredulidad. En el fondo se aparece una playa iluminado por la luna llena. Un joven amarra una patera llena de chalecos salvavidas. Muhsin parece reconocerlo en cuanto oye su voz. Muhsin, no viajarás con nosotros. Volverás a casa, te acostarás y al amanecer decidirás no volver a contactarme. Después te encontrarás ante tu encrucijada, por un lado, tu primo te consigue un contrato en Italia y, por otro, tu boda y un amigo te propone montar un negocio juntos. Te toca decidirte.

Las aguas se calman y se esfuma la aparición. Nos retiramos pensativos hasta que Said se vuelve a asomar. De improviso un viento huracanado le obliga a retirarse. Nos agarramos al hormigón y observamos atentos. Said se emociona al ver a su Yedda. A mí también se me empañan los ojos al reconocer esa forma cariñosa de hablarle. Querido Said, escucha a tu abuela. Comprarás una bicicleta y viajarás hasta Jemiset y hasta donde desees. Alquilarás una pequeña habitación sin ventanas, un cuartucho que será tu propio espacio. Abandonarás la oscuridad y empezarás a soñar. Mi pequeño Said, volarás tan alto como quieras, tan solo te falta darte cuenta de tus enormes alas.
El viento amaina y volvemos a sentarnos. Es mi turno. Estoy nervioso por saber qué me depara. En cuanto me asomo me sorprende el eco de unos cristales rotos. Es Francesca, que está rompiendo su espejo. ¡Ya era hora, Mrteh! Nos tienes aquí completamente olvidados y así no podemos continuar con nuestra vida. Intento justificarme, pero no me deja hacerlo. ¡Cállate y escúchame! Volverás a leer el Jacaranda con un bolígrafo rojo en la mano. Podarás el ramaje que le sobra a la novela. Corregirás nuestras actuaciones para que se nos entienda y por fin dejarás que te contemos el final de la historia. Oirás un sonido a lo lejos que ya sabes lo que significa.

Nos retiramos, aún sobrecogidos y, justo cuando íbamos a marcharnos, nos atraen de nuevo unas voces. Al asomarnos, tan solo vemos nuestro propio reflejo. Volveréis los tres para pasar el día juntos en Sidi Bughaba.
Deja una respuesta