Justo cuando la treintena de niños, donde hay solo alguna niña, ha terminado de calentar, comienza el concurso de padres hinchando manguitos, que se los ponen a los que todavía no saben nadar bien. Algún privilegiado lleva gafas de natación para evitar que le molesta la sal del mar, aunque ellos presumen de ver el fondo en HD. Los más pequeños visten traje de neopreno porque el agua está fría y los padres se quieren evitar esa excusa para no asistir a la clase que imparte Abderrazaq Lharim a los chicos de la medina de Rabat. Comienza entonces el desfile de la chavalería que salta de roca en roca con sorprendente agilidad. Hay uno, que odia el agua, que se quiere escapar. ¡Cogedlo! Un padre que anda cerca se ofrece para agarrarlo. El niño grita cuando se siente atrapado. El hombre, para hacer una broma, lo pone boca abajo y lo amenaza con llevarlo así hasta el agua, pero el chaval, muerto de miedo, se retuerce hasta conseguir escabullirse y salir huyendo por el espigón.

El resto en cambio está encantado de zambullirse, algunos lo hacen por ellos mismos y a otros los tira Abderrazaq al grito de: Allah hua akabar! Los chavales tienen que nadar hasta una boya amarilla que se encuentra a unos cincuenta metros. Vistas así todas esas cabezas en el agua, parecen un montón de garbanzos cociéndose en una olla. Sigue llegando algún retrasado y el monitor le vocea para que se dé prisa, retrepa por las rocas para cogerlo y que así se bañe cuanto antes, mientras su padre se apura con los manguitos. El niño de turno acaba arrojado al agua como un trozo de pollo al guiso. Cuando la mayoría está ya en el agua, el propio Abderrazaq se tira de cabeza para refrescarse, avanza unos metros a braza como si hiciera una exhibición y vuelve a su atalaya.

El padre del polo amarillo lleva a su hijo de cinco años para bañarse por primera vez este verano y lo lanzan al agua mientras el gentío lo celebra a coro: Allah hua akabar! El niño se asusta y mira a su padre desde el agua aterrado, pero sin echarse a llorar. Su padre no le pierde ojo y le grita shufia, shufia y pone los brazos en cruz para que lo imite. El niño obedece y comienza a jugar con otros compañeros. La mayoría de los padres termina dándose un chapuzón. Las madres son más de mirar el espectáculo desde alguna roca. A unos metros del grupo hay ropa tendida al sol. Pertenece a unos jóvenes que también han madrugado para bañarse. Mientras se secan, observan a los niños del cursillo y recuerdan cuando, hace casi veinte años, el mismo Abderrazaq les enseñó a nadar.

Entre tanto cuerpo bronceado destaca la blancura de la piel de una pequeña pelirroja que está haciendo todo lo posible por no meterse al agua. Su padre la lleva en brazos mientras su mujer no para de decirle desde una roca que tenga cuidado. La niña, muy a su pesar, acaba en el agua. Comienza a llorar a grito pelado hasta que consigue que todo el mundo la mire mientras Abderrazaq y el propio padre insisten: shufia, shufia, pero la niña no quiere estirar los brazos, quiere salir del agua, y no para de llorar hasta que consigue que la saquen. La llevan hasta donde se encuentra su madre que la abraza protegiéndola con la toalla. Su padre la amenaza con la mano: uajja alik! ¡Ya te cogeré!

El grupo va llegando a nado desde la boya guiados por un señor mayor que los anima cantando algo en francés y comienzan a salir del agua. ¿En qué idioma escribes? En español. ¿Eres doctor? Parece letra de médico. Aprovecho la curiosidad de un amigo de Abderrazaq para saber más sobre él. Las clases son a diario durante los meses de verano, menos los lunes y los jueves, que tiene cosas que hacer. Nos interrumpe un aplauso colectivo. El niño que antes había huido ha regresado para meterse al agua, pero no quiere que nadie lo empuje. Dejadme a mí solo. Allah hua akabar. ¿Cuánto cuesta la clase? FAVOR! En realidad, Abderrazaq es peluquero, esto lo hace por los niños. Lo observo desde la distancia, está hablando con un recién llegado. ¿Ahora vienes? Pero si ya ha terminado la clase. Vuelve la próxima semana, que esta tenemos la fiesta del cordero.

Me ha encantado. He recordado mi niñez y a Adolfo lanzandonos a la piscina, cosa que a mí me aterrorizaba, jeje. Dejé de ir a clase y aprendí a nadar después.
(creo que hay un mini error en el niño que es lanzado con pollo en vez de como pollo? ) Qué gusto leerte, un besazo!!!
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Yo nunca conocí al tal Adolfo, pero ahora que lo dices, me suena un poco el nombre.
Corregido el asunto avícola. Gracias por el aviso.
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