Donde guardan tu ropa

Yamal dielna, por fin regreso a Uled Atia para ver a tu familia. Había prometido venir mucho antes, para el ramadán del año pasado, pero ¡no sabes cuántas cosas han ocurrido! Casi no me puedo creer que haya tardado año y medio en volver. Incluso me cuesta recordar exactamente dónde se encuentra el aduar. Desde la carretera, miro cada rincón intentando reconocer las caballerizas vecinas a vuestra casa. Por fin distingo la esplanada dónde te vi por última vez aquel 15 de enero. Avanzo por el camino de tierra mientras me observan unos hombres que descansan bajo una jaima. ¿Estarán de boda o de funeral? Parecen preguntarse qué se le habrá perdido a un gauri por aquí.

La casa junto a las caballerizas

Llamo a la puerta. Shkun? Qarib. Me abre una mujer cuyo rostro me resulta familiar. ¿Será tu hermana pequeña? Me saluda por mi nombre y me invita a pasar. En el patio encuentro a una mujer que rondará los ochenta. Cuando voy a presentarme, me interrumpe diciendo que sabe que soy amigo tuyo. En sus brazos duerme el hijo de tu hermano Mayid. ¿No es extraño que el niño esté casi igual que la última vez que estuve aquí?

Como tu tía Fatna me trata con total familiaridad, enseguida me siento como en casa y me tumbo a descansar a su lado. Mahyuba, tu querida madre, sale al poco del interior. Al acercarme para darle la mano, me doy cuenta de que mi mera presencia hace que se le empañen los ojos. No puede evitar emocionarse porque le recuerdo a ti. Tu tía intenta consolarla sin éxito y yo, al notar que también voy a echarme a llorar, decido subir a la azotea. Solo ahora que estoy aquí soy consciente de cuánto te echo de menos.

Mahyuba y Kamal

Al bajar, ya está preparado el desayuno. Me saludan tu hermana Atiqa, que tanto se parece a ti, y los demás. Otra vez necesito que me aclaren quién es hijo de quién y ríen porque mezclo los nombres de unos y de otros. Los pequeños se arremolinan a mi alrededor a la espera de que les haga alguna broma mientras los mayores insisten en que coma: kul, kul, ma kliti uelu. Ya sabes cómo funciona aquí, al final me veo obligado a desayunar primero en tu casa y más tarde en la de tu vecino Mansor. Después de comer, nos tumbamos un rato para descansar, pero me despiertan las abundantes moscas.

Decido acercarme al cementerio. Pretenden acompañarme, pero insisto en ir solo. Por el sendero es difícil caminar. El calzado se clava en la arena y cuesta avanzar, me obliga a bajar el ritmo y a perderme en los recuerdos y en los planes que pretendíamos hacer. Tu madre se piensa que te acompañé en ese último viaje tuyo a Shauen. No he querido desmentírselo. Mejor así, quizás algún día incluso yo mismo lo recuerde y me diga: ¡Qué bien lo pasamos juntos! 

Olor a romero

De vuelta a casa, me encuentro con tu madre y tu tía sentadas en el patio. Es el momento de pedirle algo, pero cuando comienzo a explicarle que me haría ilusión algún recuerdo de ti, tu madre cree adivinarlo y le comenta a su hermana que no se siente capaz de darme una fotografía tuya. No era eso lo que pretendía, pero ahora pienso que es mejor no seguir con el tema. Min ahsan skut. De todos modos, insisten y, al final, me atrevo: Me gustaría tener una camisa de Yamal. Tu madre me dice que sí, pero de inmediato se vuelve a emocionar. La buscará más tarde.

Fatna y Mahyuba

Pretendía marcharme esta misma tarde, pero ya veo que será mejor que me quede a dormir.  Por la mañana, madrugo y leo un rato en las escaleras que suben a la azotea. Al bajar, recojo las mantas y me topo con tu madre que me entrega un par de prendas: un pantalón corto y una camiseta. No las reconozco, hubiera preferido alguna camisa de las que llevas en alguna foto, pero los ojos de tu madre lo llenan todo de emoción. Me quedo mirando las ropas en mis manos y luego la sigo hasta la habitación para darle las gracias, pero me la encuentro llorando desconsolada, apoyada en la puerta del armario donde guarda tu ropa. Mientras estoy en Uled Atia, no existe más mundo que este. Incluso parece que en cualquier momento vas a aparecer por la puerta y sueltes uno de esos barakalaufik tuyos. ¿Sabes que pienso en ti cada vez que oigo esa expresión?

Donde guardan tu ropa

20 comentarios sobre “Donde guardan tu ropa

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  1. He llegado aquí de rebote.
    Soy mujer de un migrante más. He ido por primera vez a Marruecos a presentarle a su familia a nuestro hijo. Él se ha tenido que quedar en España, sigue sin papeles.
    Que dura realidad la que transmites en tus palabras eso si, haciendo ver la enorme gratitud de su cultura.
    Una seguidora más ❤️

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    1. A ratos no me parece que sean consciente de la dureza de la situación ni de lo extraordinario que es que me abran la puerta como si fuera un familiar más.
      Ainhoa, gracias por pasarte por el zoco y por tu comentario. ¿A qué zona de Marruecos has viajado con tu niño?

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  2. Hola Alberto.
    Me ha costado leer esta entrada, es tan intensa y se ve la emoción que te produjo le visita a la casa de tu querido amigo Yamal, que he tenido que releer la.
    Bueno, me ha venido a la memoria un dicho muy sabio.
    » Mientras la gente te recuerde. Las personas no mueren jamás.
    Gracias por tus relatos.
    Un abrazo.

    Le gusta a 1 persona

  3. Querido Alberto, me has hecho llorar. Hacía tiempo que no te leía, porque no me atrevía a leer sobre Marruecos, echo tanto de menos instantes como los que cuentas, en los que entras en una casa y te sientes parte de la familia…. Es lo que más echo de menos, la vida en pausa… Y las miradas tan limpias de los niños, como la de Kamal en esta foto tan bonita que has escogido. Gracias. Precioso, como siempre.

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