El julio pasado mi amigo Sergio Barce me dio una buena alegría. Acababa de terminar Una puerta pintada de azul, un libro de relatos ambientados en Larache, y me invitaba a ser lector piloto. Sabe que me gustaron los de Paseando por el Zoco Chico. Imprimí el texto en cuanto lo recibí y lo dejé un instante aparcado porque no me sentía bien, pensando que lo comenzaría al día siguiente, pero después empeoré y me fue imposible leerlo a tiempo. Mientras me recuperaba, Sergio publicó el libro en una edición fabulosa. Lamenté haber faltado a mi palabra.
Una puerta pintada de azul, de Sergio Barce
Este julio, un año después, de vuelta en Marruecos, pretendo ponerle remedio. Desde la primera página, ya sé que regresaré a Larache para perseguir las sombras de sus personajes por sus calles. Cuando llego, decido caminar desde la estación hasta el centro para adentrarme poco a poco en Larache. En la avenida Mohamed V busco dónde trabajó Zoubida, pero no hay rastro ni de ella, ni del profesor Mustapha Lahchiri. Por suerte, tampoco de Aziz. Me parece intuir el Jardín de las Hespérides, pero me temo que ha mudado de nombre.
Después de comer algo de pescado, me instalo, por recomendación de Laabi, en la Maison Haute, sobre el Zoco Chico y, tras descansar un rato, me dispongo a pasear. Camino por esa estrecha calle que llega hasta la fortaleza Kabibat intentando localizar la librería Juan Goytisolo. Pensaba rodear las ruinas para ver el atardecer desde el Balcón del Atlántico, pero esas terrazas que miran al Lukus son tan atractivas, que me quedo leyendo mientras Ayub me sirve un té con hierbabuena. Peligrosa baqa amara, dice una mujer a mi espalda, y miro al frente para comprobar que la playa al otro lado del río sigue repleta de bañistas. Para cuando me doy cuenta, ya llega el toque de queda.

Por la mañana madrugo, cruzo el Zoco Chico y tuerzo por la calle Real, igual que Ahmed, para ir hasta el puerto a ver la subasta de pescado recién cogido. De camino, no soy capaz de encontrar el hammam donde trabaja Sahida. Aunque el espectáculo de la lonja es fascinante, me tengo que marchar al poco porque he quedado a desayunar en el Valencia con Hasan, el dueño de la Maison Haute. Pedimos huevos, aceitunas, queso, zumo de naranja y té con hierbabuena y, mientras nos sirven, le digo a Hasan que su alojamiento sale mencionado en el libro que estoy leyendo. Se lo muestro y lo lee divertido, aunque no se sorprende del todo, dice que la Maison Haute aparece siempre en las mejores guías de viajes. Intento explicarle que Una puerta pintada de azul no es una guía de viajes y me dice que entonces por qué la llevo cuando paseo.

Después de una breve visita al cementerio, cruzo por la Plaza y veo los puestos donde asan sardinas a la brasa, y creo adivinar que Dris y su amigo siguen haciendo de las suyas. Sin pretenderlo, luego me topo de bruces con los restos del cine Avenida. Ningún cartel lo anuncia, pero así se llama un puesto de bocadillos que hay junto a él. Las taquillas cerraron hace tiempo, ahora unas lonas tapan los antiguos carteles de películas de Bollywood y algunos cristales ya están rotos. Entiendo tu desconsuelo al pasar por aquí.

Regreso al Zoco Chico, ahora ya en ebullición y he de darle la razón a Abdeslam, las tiendas tradicionales bajo los pórticos son poco accesibles por culpa de los tenderetes de baratijas que se colocan sobre los adoquines de la plaza. Además, ya no queda ninguna joyería de las de antes. Callejeo por la medina protegiéndome del sol y de nuevo aparezco en la calle Real. Justo enfrente, creo reconocer la antigua sinagoga en la que rezan juntos José y Habiba. Para asegurarme, le pregunto a un chaval. No tiene ni idea de qué había antes aquí, así que le pregunta al dueño de una peluquería cercana. Ah, kant quenisa. Había una iglesia, o eso le han dicho. Como Rashida, la desmemoriada, las gentes de Larache han olvidado su pasado y no parece importarles. Les da igual que las puertas pintadas de azul se oxiden o pierdan su color. Ya no distinguen una iglesia de una sinagoga, y eso es lo que quería decirte, Sergio, tus melancólicas historias de convivencia entre gentes que ven el mundo de maneras diferentes hacen más llevadero este triste paseo por Larache y que eres, como Antonio Lozano, un referente moral.
