¡Aya, Aya, Aya! A cada pedalada Mostafa repite para sus adentros el nombre de la muchacha que conoció ayer. La espera apoyado en la muralla de la antigua alcazaba de Azmur, donde muchas tardes observa a los que por allí pasan, pero esta tarde se encuentra ensimismado en sus pensamientos. Revisa mentalmente la historia que ha preparado para satisfacer la curiosidad de la joven sobre los dragones que decoran la plaza de su pueblo natal.
Esto en cuanto a Mostafa, en lo que se refiere a Aya, la joven ha estado nerviosa durante toda la mañana. Su tía la observaba deambular por la casa con cierta preocupación, de la cocina al patio, y de allí a la azotea. Incapaz de sentirse a gusto en ningún lugar. Aya misma se ha preguntado qué le impedía sentarse a leer cómo solía hacer los días ociosos.

Mostafa se incorpora en cuanto la ve llegar y, tras saludarla, le pregunta si todavía sigue interesada en escuchar la historia del dragón de Azmur. ¡Pero si justo a eso es a lo que he venido! Entonces no perdamos más tiempo, acomódate junto a mí, que comienzo.
Para empezar, el dragón de Azmur no era en realidad un dragón, y ni siquiera era de aquí, sino de las montañas del Medio Atlas. Hace mucho tiempo, mucho antes de que los abuelos de nuestros abuelos hubieran nacido, había un yin terrible que vivía escondido en los bosques de cedros cerca de Azro. Se dedicaba a devorar corderos en las noches de invierno y a atemorizar a los campesinos en las tardes de verano. Una vez al año, cuando el frío bajaba desde las cumbres nevadas, un fuego irrefrenable le ardía en el vientre y entonces se transformaba en un espeso humo negro. Se colaba por el ojo de la cerradura de alguna casa para poseer a la joven que allí encontrara durmiendo. Las muchachas vivían aterradas ante la idea de ser asaltadas de forma tan salvaje y aún más de quedarse encinta de aquella bestia.

Sus temores no estaban infundados, pues ya habían sido tres las criaturas que habían nacido de aquellos ataques nocturnos y en las tres ocasiones las madres, avergonzadas por lo ocurrido, habían abandonado a sus hijas en el bosque, no sin antes haberse asegurado de que su descendencia no era humana. Esas tres hermanas habían sobrevivido gracias a los cuidados de los monos de berbería y permanecían ocultas entre los cedros, siempre alerta a las idas y venidas de su padre para poner en aviso a los habitantes de la región. Cuando la ocasión lo requería se transformaban en algún insecto y zumbaban en el oído de campesinos o pastores que dormían al sol para despertarlos y advertirles de la llegada de su progenitor, el tan temido yin de Azro.

El esforzado empeño de las tres hermanas había conseguido que su padre se alejara cada vez más de su escondite en el bosque. Un otoño especialmente ventoso, fruto de su último ataque, una joven de Jenifra dio a luz a un varón, mitad niño, mitad yin. La muchacha, aunque sus familiares le rogaron que lo matara, en el último momento se apiadó de él. Así que caminó a solas para abandonarlo a su suerte en un cestillo de mimbre que dejó en la fuente del Um Rabia y la corriente hizo el resto. Sus hermanas, que habían visto toda la escena desde las copas de los árboles, se transformaron en peces de colores para acompañarlo río abajo.

Al poco, el bebé ya demostró que había heredado la peor sangre de su progenitor y se convirtió en una bestia marina que iba atemorizando ora a las lavanderas que lo descubrían desde la orilla, ora a los pescadores que lo atisbaban desde sus barcas. Las aguas bravas se fueron calmando hasta llegar a las praderas de la región de Dukkala, donde el yin descubrió una pequeña ciudad resguardada por una tremenda muralla. Intuyó a los niños corretear por la plaza de la mellah y se fijó en las jóvenes que paseaban junto al río. Sus tres hermanas, que lo seguían de cerca, comprendieron que se le habían despertado los dos apetitos y temieron por los habitantes de Azmur.

Oye, Aya, ¿no se te está haciendo ya un poco tarde? Será mejor que lo dejemos y continuemos mañana. Pero Mostafa, ¡no serás capaz de dejarme de nuevo con la miel en los labios!
Me encantó, justo ya la medianoche y me dió sueño.
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Muchas gracias Jonathan. He disfrutado mucho contando esos relatos.
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Sherezade vuelve cada noche.. Una semana o una noche son una eternidad cuando llega el odiado «continuará..Hoy soy Aya esperando el próximo encuentro y no quiero romper el encanto de la historia de Mostafá, pero tengo que conocer la historia del dragón de Azro, que está en sus suelos, en el bordado de la ropa, en las postales del zoco… Aya tiene razón,, el dragón es un personaje importante
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Quizás Aya sepa más de lo que finge saber. Creo que pronto terminará Mostafa de contarnos su historia.
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Qué maravilla, a mí también me tienes en ascuas! Gracias por tus preciosas historias.
Besos
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Así mismo me deja Sherezade cada noche cuando apunta el alba.
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