
Mucho antes de residir en Marruecos, ya me advirtieron de las significativas diferencias entre el dariya del norte y el del resto del país. En ese momento, todo se resumía en que unos usaban antina para interpelar tanto a un hombre como a una mujer, pero los otros decían anta a Mohamed y anti a Fatima. Me resultaba práctico utilizar la misma forma para todo el mundo y no tener que distinguir según el género, pero como terminé viviendo en Kenitra, me acabé acostumbrando y al final antina hasta terminó por sonarme exótico. En mis visitas a Tánger, descubría durante la charla con mi amigo Mohamed que, aun siendo correcto, mi resumen para diferenciar las variedades locales del dariya pecaba de simplista. Poco a poco, me iba topando con nuevos matices. Un día me daba cuenta de que tenían siempre la ق en la boca y así decían qulia y no gulia, y por eso me resultaba tan cómico cuando me preguntaba por novedades. Su charla estaba además ensortijada de palabras en seudoespañol. Al mechero no le decía brica como en Kenitra, sino moshera, y a la sandalia, la llamaba shancla, y no sandala. ¡Descubra las siete diferencias!

Sin un motivo concreto, llegué a la conclusión de que el habla de Marruecos se dividía en dos variantes, separadas precisamente por la antigua frontera entre los protectorados. Así estuve creyéndolo durante mucho tiempo. Memoricé que, al zumo de naranja, en el norte lo llamaban asir diel litshin, al oírlo siempre pensaba en naranjas de la China, pero que en Rabat debía pedir un asir diel limona. Entonces me preguntaba cómo demonios era posible que al limón lo llamaran hamed y a la naranja, limona, y no al revés. ¿Quién había creado semejante trampa? Puro abono de innecesarias confusiones. Para más inri, una mañana es Fes pedí, usando la expresión que funcionaba en mi ciudad, un zumo de limón con miel para suavizar el dolor de garganta y terminaron trayéndome el típico zumo de naranja. Perplejo, intenté que me lo aclarara un amigo de la medina y me explicó que debería haber pedido un asir diel limon lhamed, que en mi cabeza se traducía como un zumo de naranja de limones, pero que yo había solicitado por error un zumo de naranjas, sin especificar de qué cítrico… No daba crédito. No me extraña que las guías turísticas recomienden no tomarlos en puestos callejeros. Aseguran así evitar posibles diarreas, pero me temo que no quieren reconocer que no sabrían indicar al lector cómo pedirlo.

Concluí erróneamente, como acostumbro, que la diferencia fundamental entre el habla de las distintas regiones se resumía en el uso de léxico diferenciado y en la pronunciación de algunas letras. Incluso memoricé un par de trucos para poder aventurar la procedencia de interlocutores recién conocidos. Por ejemplo, en la zona de Marrakesh no pronuncian la ت, y la sustituyen por una ط. Me resultaba divertido imitarlos: Hatta anta briti atei? En Fes hacen algo raro con la ر, pero todavía no me he aprendido ninguna frase que me sirva de regla nemotécnica. Y así iba yo tan contento con mi lento avance para segregar orígenes, hasta que la semana pasada atisbé lo perdido que en realidad me encontraba. Todo ocurrió en un tren.
Iba camino de Rabat en la navette, el cercanías que tomo a diario, un lugar ideal para escuchar conversaciones ajenas por puro divertimento. El vagón estaba a rebosar y la gente se chocaba entre sí al intentar avanzar, provocando brevísimas conversaciones de disculpa: smahli, meshi mushkil. Tras una de esas, el hombre sentado a mi lado le preguntó a un desconocido si era argelino. Soy de Ujda, le aclaró, justo en la frontera con Argelia. ¿Cómo podía conocer su procedencia apenas con una frase? Así se lo dije, y me lo aclaró como si fuera obvio: por su acento. Entonces interpelé al otro hombre para provocar que hablara y así poder buscar la clave, pero no fui capaz de encontrarla. Lo confesé en voz alta y todos se rieron. Ya en mi papel de bufón, les pedí a uno y a otro que repitieran la misma frase. Nada, no los diferenciaba. Pero recordé que ya sé reconocer a los tangerinos porque su acento es idéntico al de Fatima Zohra. En términos españoles, solo distingo el acento vasco y aún confundo a coruñeses con gaditanos. Pues no voy a parar de conversar hasta que lo logre. Digamos que tengo margen de mejora…

Hay un intercambio entre la lengua española y la dariya marroquí en el dominio de los cítricos; los hispanofonos utilizan naranja importada del árabe نارنج ،y limón الليمون. En Marruecos parcialmente usan lchin لتشين, el plural de lchina لتشينة , está palabra de origen español ,la china , o sea , la fruta que pertenece a la china .
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En español se utiliza la expresión «naranjas de la China», que se utiliza para negar rotundamente.
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Marruecos es un crisol de razas. Que nos da una diversidad cultural y lingüística. En Mequinez usamos Limón para referirse al naranja y Hamed para referirse a Limón «amarillo»
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Me encanta la aclaración de lo del limón amarillo. Gracias Mohamed
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Una observación: lo de “lshin” (o mejor dicho ltshin) para naranja no es del norte. Es común en todo Marruecos, salvo aparentemente la zona Rabat-Fes. En Marrakech, Agadir. Swira etcétera siempre se dice ltshin a la naranja, nunca limon.
Eso sí, el limón l’hamd, sí.
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Una observación: lo de « lshin » (o mejor dicho ltshin) para naranja no es del norte. Es común en todo Marruecos, salvo aparentemente la zona Rabat-Fes. En Marrakech, Agadir. Swira etcétera siempre se dice ltshin a la naranja, nunca limon.
Eso sí, el limón l’hamd, sí.
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Hola Ilya,
es verdad lo de ltshin, esa tsa apenas la oigo y mi cerebro no lo registra…
Y gracias por la aclaración de su uso, ¡nunca deja uno de aprender!
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Hola Alberto
Para un extranjero en España, el acento gallego no se parece en nada al andaluz; ni el catalán al vasco.
A veces incluso, parecen países distintos. No sé porque no tendría que pasar algo parecido en otros lugares de este planeta.
Un abrazo
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Yo tampoco lo entiendo, pero no pienso parar hasta que me resulte evidente.
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Pues hala, a darle a la húmeda, hay trabajo…
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No lo sabes tú bien.
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