Antes de que Mohamed abra la boca, ya sé que algún problema le ronda por la cabeza. Los ojos lo delatan. Sin embargo, jamás podría adivinar qué le preocupa. Supongo que ya te habrás enterado, Mrteh, de que mañana va a ser un caos. No por el barullo habitual que montan esos conductores tan distraídos. A eso ya nos hemos acostumbrado. Me refiero a los autobuses. Y no lo digo por mí, que yo me muevo en coche. Pero y mi hija ¿cómo se las va a apañar para ir mañana a clase? En taxi, claro, pero no puede permitirse ese gasto a diario. Y, además, casi no pasan por nuestro barrio, y los que hay, van en dirección al centro y no hacia la universidad. Mesquina, seguro que va a llegar tarde.

Mohamed me mira y, los ojos me delatan, comprende que no tengo ni idea de lo que me está hablando. Confirma su sospecha al escuchar mi pregunta, que le ha debido de parecer absurda: ¿Y por qué no va en autobús como siempre? Mis amigos a veces se sorprenden de que no me entere de alguna noticia de la que todo el mundo está hablando. Supongo que eso es lo está pensando Mohamed al oírme. Antes de hablar, guarda silencio un instante para asegurarse de que no le estoy tomando el pelo. Por fin, comienza con la explicación.
El problema es de la gente, si cuidaran los autobuses un poco, seguro que no nos veríamos en esta, pero parece que disfrutan rompiéndolo todo. Da pena verlos. Hay que ir de pie porque faltan la mitad de los asientos. En vez de cristales, han puesto chapas para que no vuelvan a romperlos. Esta noche termina el contrato de la empresa actual, y ha dicho que no quiere renovarlo, que no le compensa trabajar en esta ciudad llena de salvajes. Ni esta ni ninguna otra quiere hacerse cargo. Así que, amigo, prepárate para lo que se avecina. Lo de mañana va a ser lo nunca visto.

Nos quedamos en silencio mirando lo autobuses que pasan por la avenida con las lunas agrietadas. Y a pesar de todo, los echaremos de menos.

Amanece Kenitra envuelta en una densa niebla. Ni siquiera el sol quiere saber qué haremos. En cambio, yo siento curiosidad. La mañana libre me permite salir a descubrir cómo lo está llevando la gente. He decidido quedarme en un banquito que hay frente a una rotonda de la avenida. Soy un niño de nuevo, que espera a que se descorran las cortinas rojas del cine Rex. ¡Que comience el espectáculo! El semáforo se pone en verde y arrancan primero los taxistas, como si sus vidas dependieran de cada segundo, les sigue una horda de motoristas, coches, carros de todo tipo y esos minibuses que llevan al personal a las fábricas de la zona franca. Ni rastro de los autobuses azules, pero por lo demás, no hay una gran diferencia con otros días. Tampoco esperaba que se desatara el fin del mundo, pero esto me parece lo de siempre. Cualquier conversación de un café me resulta más interesante. Decido dejar a medias la película.
El resto de la semana me olvido por completo del asunto. Mi trayecto diario de casa a la estación lo realizo por calles estrechas por las que no circulan autobuses. Pero Mohamed me lo recuerda en nuestro siguiente encuentro. Supongo que te has enterado de lo que ha ocurrido. Mis ojos responden por mí. ¡Un auténtico milagro! Igual lo tenían todo amañado desde el principio. ¡A saber! Desde el primer día, en cuanto desaparecieron los autobuses, surgieron como por arte de magia centenares de minibuses que nadie sabe muy bien de dónde han salido. Se ve que normalmente los utilizan para otra cosa porque llevan unos carteles con logotipos de empresas. Pero han puesto al lado otro más pequeño con el número de la línea que recorren. Al principio la gente protestó porque el billete cuesta cinco dírhams y no los tres y medio de antes. ¡Pero no hay color! Los asientos están en buen estado y nadie va de pie. Tampoco se cuelan sin pagar porque solo hay una puerta, donde se sienta el revisor. ¡Y qué frecuencia! Antes que te hartabas de esperar a que llegara el autobús, y ahora aún no se ha ido uno y ya ves el siguiente. ¡Mira, mira!

Observamos durante un buen rato esta inesperada invasión de minibuses blanquecinos. Mohamed no calla, parece estar repasando los números del uno al cien.
Qué buen recuerdo ese del cine Rex!
Mil gacias por tus imágenes. Un beso.
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Gracias a ti por pasarte a saludar.
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Hola, Alberto.
Cada relato que escribes vale la pena. Tendré que recuperar…
Te imagino en el banco, expectante, como en el hammam, y la «decepción» ante la normalidad que ni el sol ni tú esperabais. Me gusta la simetría de los ojos que delatan y son, como siempre, impecables el principio y el final.
Mil gracias por tu regalo de jubilación. ¿Llegaste a verlo terminado?
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Muchas gracias Teresa por tu comentario y por tu entusiasmo. Me alegro mucho de que te guste.
El regalo de tu jubilación pude apreciarlo en foto y acabé compartiendo un café con el dibujante.
Un abrazo.
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Bonita historia, ya me hace ver la realidad en mi amado Marruecos.
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Me alegro mucho de que así sea.
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El hombre mata su conveniencia y otro crea enseguida un negocio. Abrazote.
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Siempre hay quien sabe aprovechar la ocasión.
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Hola Alberto.
Mira un buen golpe de efecto, sentido empresarial.,
Un abrazo
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Me alegro de que te haya gustado. Un fuerte abrazo.
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Hola Alberto
La economía ‘alternativa’ aparece siempre de la forma más inesperada. Con la crisis de Grecia de hace unos años, aparecieron ‘bancos de tiempo’ como setas.
Un abrazo
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Yo todavía estoy que no me creo lo bien que funciona la solución improvisada.
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Que bueno Alberto, nada pasa en vano y siempre hay algo bueno como consecuencia de la cosa que parecía «mala»
Gracias por el artículo
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Te lo creas o no, llevo un par de semana hablando de este tema con todo el mundo.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
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