Ahora que, por la Copa de África, reaparecen los puestos callejeros donde se venden camisetas de la selección, recuerdo con nostalgia aquellos días deslumbrantes de ilusión contagiosa.

España – Marruecos (Mabruk alina)
He quedado con Ghizlan para ver juntos el partido en un restaurante de Agdal en el que sirven tapas españolas y cerveza marroquí. De camino veo multitudes que rebosan las cafeterías. La ciudad se muestra radiante, solo les falta saludarme con un Aid mobarak said. Un muchacho sostiene un enorme racimo de globos rojos, vaticinando el desenlace: ¡Va a ser un día de fiesta!

Ghizlane y sus amigas me esperan en una mesa frente a una de las pantallas. Los vecinos de asiento se giran al oírnos charlar y me revisan de arriba a abajo: ¡Cuidado con este, que habla español! ¿No vendrá a espiarnos? Les respondo quitándome el abrigo para mostrarles la camiseta del maghreb que he comprado en la medina esta misma mañana. Sin embargo, ahora sí que me miran con recelo: ¿Por qué no apoyará a su propio país? Justo cuando suena el himno español, entra un grupo de músicos callejeros para animar el local y así sacarse unas monedas.
Los larguísimos ciento veinte minutos de empate a cero le quitarían la afición al más forofo. Nos la jugamos entonces a los penaltis y, para mi sorpresa, soy incapaz de permanecer sentado, invadido por la emoción. Grito de alegría tras los chutes de Sibari y Ziyech y aplaudo a rabiar las paradas de Bono. Llega el turno de Hakimi. Si marca, habremos ganado. Su gol desata gritos de euforia y abrazos entre desconocidos y de inmediato salimos a celebrarlo.
La avenida está ardiendo bajo un incontrolable incendio de alegría y cláxones que resuenan sin descanso. Nos montamos en el coche para disfrutar del bullicio del centro, pero avanzamos a trompicones, paralizados por el desbordante jolgorio. Sonrío emocionado mirando a todas partes, contagiado por los gritos y cánticos del gentío eufórico que acaba coreando un exultante Mabruk alina. ¡Bravo por nosotros!

Portugal – Marruecos (Lmaghreb iyemaana)
Por la mañana en clase no paraban de repetírmelo: no va a haber sitio, ya verás como no lo encuentras. No se habla de otra cosa que no sea el partido que se juega esta tarde, así que en cuanto da la una, salgo pitando directo al restaurante Haroun Errachid y ¿qué me encuentro en la segunda planta? Una sala completamente vacía con las mesas alineadas y las sillas mirando hacia la televisión. Tomo asiento al fondo, junto a la ventana, y reservo un sitio a Amina.

Amina está viajando en el Boraq desde Tánger tras su recién terminado rodaje y, mientras llega, el restaurante se va llenando. Hicham me llama para preguntarme si quiero ver el partido con ellos y me cuenta que en soq sabat la gente no para de hacer promesas como si se tratara de una competición: Si ganamos el mundial, voy a sacrificar un cordero. ¡Pues yo una vaca! Incluso ahora, que ha pasado más de un año de aquella llamada, no puedo evitar sonreír al recordar las ocurrencias del personal de la medina.
Junto a mí se ha instalado un trío de personajes que llaman mi atención: una periodista de Joribga, un fotógrafo palestino que la acompaña a todas partes y director de cine que, cuando finalmente llega Amina, descubre que tienen un montón de amigos en común. Acabamos hablando entre todos mientras esperamos a que comience el partido como si nos conociéramos de toda la vida. Cuando comento lo heterogéneo que ha resultado el grupo recién formado, el fotógrafo me enseña una expresión que decidí atesorar: Lmaghreb iyemaana (المغرب يجمعنا), Marruecos nos reúne. Eso parece, de hecho, ya está de nuevo el restaurante a rebosar.

Comienzo mirando el partido con cierto desinterés, más bien curioso por su vertiente folklórica y me muero de risa con el súbito estallido de gritos cuando el televisor se apaga durante medio nanosegundo, y acabo tan metido en el juego que mando callar a unos advenedizos que a última hora se ponen a discutir sobre otro tema. ¡Oigan, que no me dejan ver cómo regatea Boufal! Finalmente, durante los minutos añadidos, me tengo que sentar porque siento que me mareo. Final del partido, Cristiano llora, y de nuevo una riada colorada salta eufórica a la calle para celebrar algo que jamás pensó que ocurriría: Marruecos está en semifinales en el mundial de fútbol. Si acabamos ganando, pienso sacrificar un cordero. ¡Pues yo una vaca!
En cuartos más de lo mismo, pero con incluso mejores resultados. Esta vez Marruecos se ponía por delante al final del primer tiempo con un cabezazo marca de la casa de Youssef En-Nesyri. Defensa numantina y los portugueses no consiguieron empatar. Marruecos era la primera semifinalista africana de la historia de los mundiales. Enhorabuena otra vez!
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Regragui planteó un partido de octavos muy inteligente, maximizando las escasas posibilidades de éxito de Marruecos: bloque bajísimo y salidas veloces tras recuperar el balón. Contra pronóstico consiguió llegar a los penaltis, donde una picaresca de Bono ayudo a llevarse la victoria histórica. Enhorabuena!
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Bueno, a mí lo que más me interesa es el baile de Boufal con su madre.
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