La vida en el aduar de Mulay Buali transcurre despacio y los cambios resultan casi inapreciables para sus habitantes. Incluso el paso de estaciones resulta monótono, y terminan acostumbrándose a la eterna escasez de agua. Cuando llega alguna novedad, suelen ser malas noticias, como cuando los bulliciosos cafés se silencian súbitamente por el paso de una multitud que acompaña a un muerto en su marcha definitiva al almacabra. Este año, las chumberas enfermaron sin motivo aparente y han llenado de miseria los senderos. Esas plantas moribundas en los márgenes de las fincas parecen preguntarles: ¿Serás tú el siguiente?

A Kebira, la matriarca, le molesta que la enfermedad le haya hecho variar su rutina matutina. Mira el artilugio con el que solía recoger los higos y se pregunta cuándo volverá a utilizarlo. En cambio, su nieta Fatima vive ajena a esa preocupación. Echa de menos la madrasa, aunque en verano pueda bañarse en el canal. A veces se pregunta cuánto queda para que recomiencen las clases, siente que estos meses sin lecciones son una pérdida de tiempo. Su hermano Bilal, en cambio, abraza las vacaciones como un preso que huye de la cárcel. Pasado el disgusto de sus padres por los malos resultados escolares, tiene por delante meses de pura diversión.


Fatima se despertó en mitad de la noche y se quedó mirando las estrellas, ya que en verano suelen dormir al aire libre en el patio interior. Por la mañana llegará su tío Hamza, que viene desde España, y la emoción de volver a verlo le impide dormirse. Se pregunta qué novedades traerá esta vez. Se levanta antes que sus hermanos y mira cómo su madre ordeña las vacas, luego acompaña al abuelo hasta el hanut para venderla. Cuando regresan, ayuda a su tía a preparar el pan en el horno. Para cuando sirve el desayuno a sus hermanos, Fatima ya lleva un par de horas dando vueltas con los mayores. Ha olvidado la miel y retorna a la cocina para traerla en un platito. Al regresar, descubre a su tío Hamza en la puerta esperando que vayan a saludarlo. Sus primas pequeñas se le adelantan. Las niñas se abrazan a las piernas del recién llegado, Bilal se abalanza hacia las bolsas y las maletas y Fatima por fin siente el olor de su tío. Se pregunta por qué tendrá que haber una despedida por cada reencuentro. Su hermano Bilal grita triunfalmente. Ha encontrado una camiseta de Barça casi nueva y ya se la está probando mientras celebra un gol imaginario.

A pesar del calor sofocante, Hamza viste un plumífero propio del invierno del que no se despega. Su hermano Said lo bautiza con sorna como Mul Yaqueta. El apodo es acogido entre risas por los niños que no dejan de repetirlo. A Mul Yaqueta le divierte esa algarabía infantil. Después del desayuno propone hacer una excursión en coche hasta las cascadas de Uzud. Todos gritan entusiasmados, pero las plazas son limitadas, primero los padres, después su hermano Said, y solo queda hueco para un pequeño. Bilal es el afortunado, que se introduce en el coche antes de que cambien de idea. Fatima se queda en casa con las mujeres, lava mantas, barre el patio y cuida de sus primas.

Por la tarde, cuando regresan, le pide a su tío que le enseñe las fotos. Las cascadas son espectaculares y Fatima sueña con ir a verlas algún día. Mul Yaqueta se sienta a su lado y le pregunta por su día. La niña asegura haberlo pasado bien en casa, pero no puede evitar un sutil gesto de tristeza. Mul Yaqueta aprovecha la puerta entreabierta y continúa: ¿Es normal que siempre venga Bilal con nosotros y tú nunca? Claro, él es un chico. Pero es más pequeño que tú y ni siquiera es buen estudiante. Dime, Fatima, ¿es normal mia fil mia que siempre venga él? Fatima calla un instante, agobiada por las cuestiones complicadas. Finalmente responde: No es normal que vaya siempre Bilal. Eso me parecía a mí. Te he traído un regalo. Mul Yaqueta le coloca una pulserita que compró en un puesto de las cascadas. La niña se mira la muñeca, medita un instante sobre lo que dijo su tío y presiente que esa rabia por no haber podido ir a Uzud la acompañará un buen tiempo. Pero intuye que será positivo. Besa la mejilla de Mul Yaqueta y le da las gracias, fingiendo que es tan solo por la pulsera.
Precioso y tierno relato, como todos los tuyos, caro tocayo.
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Querido Alberto,
con eso de tierno me has hecho recordar que en un trabajo me llamaban «el blandito», pero entonces me parecía un rasgo negativo de carácter y ahora ya no pienso lo mismo.
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Gracias Alberto, me encanta y me conmueve tu relato. A veces, vivimos tan metidos en nuestro mundo occidental que olvidamos otras costumbres, otras «leyes» y encima nos quejamos de nimiedades cuando en otras partes del mundo la vida es mucho más dura o quizás no, quizás es una vida más cálida, aunque sí seguro, más injusta.
Espero que esa semilla que siembra su tío, haga crecer en Fátima su fuerza de mujer y le haga darse cuenta que ella, es la dueña de su vida.
Mil gracias por compartir Alberto.
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Yo también deseo que todas las Fatigas con las que me cruzo sean conscientes de que las dueñas de sus vidas.
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Hola Alberto
A pesar del machismo con que se trata a Fatima, el relato transmite una calma (slow dirían en markertiano) que desearía más de un urbanita.
Un abrazo
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Me gusta mucho eso que dices de que transmite calma.
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Bienvenido Mr. Marshall
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Un poco, sí.
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