Abdelghani está nervioso por lo que le aguarda la mañana siguiente: su gran oportunidad. Lleva tiempo esperando que algo así ocurra. Ha recorrido un largo camino desde el campo hasta la gran ciudad para triunfar en la deslumbrante avenida. Se imagina cómo se sienten los actores antes de pasar una gran audición en Broadway. Está cansado, pero no consigue dormir. Se levanta del camastro en el que está tumbado y hace unas flexiones en la estrecha habitación del hostal donde se aloja. Años empalmando trabajuchos agrícolas le han premiado con una excelente condición física. Comienza a sudar y recuerda otra situación en la que la frente también se le perlaba por el esfuerzo físico. Cierra los ojos y fantasea que su novia se mueve al compás cuando desciende su torso. Tensa su cuerpo al tocar la alfombra. Finalmente vuelve a echarse sobre el colchón que se deforma bajo su pesado cuerpo. Mañana será un gran día, se dice antes de dormirse.

En la avenida, a esas mismas horas nocturnas, comienza una prueba de selección bien distinta a la de Abdelghani. Cada farola sin excepción ilumina a una mujer idéntica a la anterior: melena rizada y suelta, ropa ceñida, cara pintarrajeada y gesto obsceno. Dresscode de meretriz. Comienza la audición. Un coche de gran cilindrada gira en la rotonda y baja la velocidad para dedicarle su tiempo a cada candidata. El conductor se reajusta el bulto de la entrepierna, viene caliente de casa. Esta cambia el peso de una cadera a otra, esa sonríe pícaramente consciente de su sensual belleza, y aquella se acaricia el pecho con descaro, no está dispuesta a pasar otra noche en blanco. El coche avanza sigiloso como una fiera a la caza de su presa. Frena junto a su favorita, baja la ventana, pero no disminuye la estruendosa música que impide la conversación. La muchacha finge sentirse atraída por aquel hombre, y empieza su actuación. Bogos anta!


Abdelghani se despierta empapado en sudor. Se ha quedado dormido. Ya son más de las ocho y debería haber llegado a la avenida antes de las seis. Eso es lo que le dijo su tío, que las mejores oportunidades surgen a primera hora. Se marcha de la habitación y decide saltarse el desayuno. Está dispuesto a poner todo de su parte para conseguir su objetivo. Lo que se ahorra por no pasar por una mahlaba, se lo gasta en un petit taxi que lo lleva a su destino. Pero cuando desciende del vehículo, la dura realidad lo abofetea sin miramientos. Docenas ¿centenares? de peones tienen su mismo sueño. Desde lo alto de la avenida que desciende hasta la estación de autobuses, la acera derecha está atestada de hombres que buscan trabajo. Cada bolsón de herramientas corresponde a uno distinto, que espera tener suerte para conseguir el jornal. Ya antes de que amaneciera la mayoría intuía que tendría que protegerse del sol apoyándose en la tapia en la que ahora descansan sus espaldas. Colocan su bolsa sobre un bloque de hormigón a modo de escaparate y utilizan otro para sentarse. Parece una exhibición de arte moderno: un fontanero ha clavado una tubería en el suelo simulando que brotará agua milagrosamente, los pintores han desplegado sus escaleras y cuelgan los rodillos a modo de metáfora, y los albañiles improvisan esculturas clavando la paleta en el madero del mango de alguna otra herramienta.

Una furgoneta asoma por la avenida. Desciende la velocidad para observar detenidamente a cada obrero. Necesitan albañiles y algún pintor, así que hoy obvian a los fontaneros y a los faltos de herramientas. Los hombres se levantan al verlos pasar y se colocan junto a su bolsa, enseñando niveles, rasas y paletas. Los unos, simulan pasar el rodillo por una pared imaginaria, los otros apurar el cemento que han colocado en un ladrillo ficticio. El patrón busca a jóvenes fuertes, pero que tengan experiencia. No le importa coger también a algún cincuentón que no esté demasiado cascado, porque los años los curten y suelen resolver los problemas con picardía. Los jóvenes se remangan para mostrar sus músculos, los añejos mueven la cabeza mostrando su docilidad. La furgoneta frena y el patrón desciende: anta, anta, anta uanta. Safi baraka. Los perdedores vuelven a sus sitios. Abderrahim se sienta en su moto, Mohamed junto a su bicicleta y Abdelghani en una piedra sobre la que ha colocado un cartón. Se dice que vendrá a las cinco la próxima vez. No tiene saldo para llamar a su novia.
Qué jodida es la vida…
Me gustaMe gusta
Y qué hermosa al mismo tiempo.
Me gustaMe gusta
Hola Alberto
Salvando las diferencias, no es muy distinto de la búsqueda de freelances en la red. Solo que al ser la búsqueda virtual, se nota menos.
Un abrazo
Me gustaMe gusta
No lo había pensado…
Me gustaMe gusta
A veces parece que la cruda realidad nos golpea en la cara y que hemos soñado con algo que no existe.
A veces parece que somos mercancía que otros eligen…
En todos los casos, desde mi punto de vista, la actitud de la persona que espera es mucho más importante que sus habilidades o capacidades, ¿cual puede ser la actitud del elegido? ¿a quién elegirías tú si fueses el conductor de la furgoneta? En el caso del coche, prefiero no pensarlo.
O mucho mejor, ¿qué puedes hacer para salir de es océano rojo de competencia y diferenciarte haciendo algo diferente?
Gracias por compartirlo Alberto y por enseñarnos esa realidad desconocida para muchos de nosotros.
Me gustaMe gusta
Esta realidad, la de los trabajadores, era totalmente desconocida para mí también hasta hace algunas semanas. Después he preguntado y aparentemente son más o menos comunes en casi todas las ciudades, sobre todo para labores del campo. La diferencia es que en esta ciudad ocurre en la avenida principal de la ciudad y resulta mucho más visible.
Lamentablemente en Marruecos apenas existe esa cultura de diferenciarse de la masa.
Me gustaMe gusta