
Llevo semanas echando la vista atrás con el propósito de recordar cuándo oí hablar por vez primera del bereber. He llegado a la conclusión de que debió de ser en la misma clase en la que descubrí la diferencia entre el árabe marroquí y el clásico. Ya ese impacto había sido doloroso, así que mi reacción en aquel momento fue la de obviar cualquier otro idioma que se hablara en Marruecos. De esa manera tan fría se produjo mi primer contacto con el bereber, y la verdad es que me pareció más bien un estorbo. Después he recordado que, antes de aquello, ya había aprendido una palabra en bereber durante nuestra ascensión al Tubkal. Nuestro paciente guía me había enseñado a decir ishua, que significaba bien, y me tomaba el pelo confundiéndolo a propósito con la marca de mi mochila, pero en aquel momento aún no sabía si aquello era árabe o bereber, simplemente lo asociaba al sabor del té con hierbabuena.

En cuanto me trasladé a Marruecos, decidí huir del francés para conseguir que me hablaran solo en dariya. En cambio, de la existencia del bereber ni siquiera fui consciente. Algunas veces veía escritos unos símbolos a base de circulitos y me preguntaba qué era aquello, pero durante años no se cruzó nadie en mi camino que me despertara la curiosidad. Quizás incluso había oído que el bereber ya era un idioma oficial en Marruecos y de alguna manera lo asociaba a un asunto institucional completamente desvinculado de las personas. Y cuando leía sobre las gentes del Rif que defienden con orgullo su habla rifeña, de alguna forma seguía imaginándome que se trataba de algo excepción, una mera anécdota tirando a pintoresca.

Hace aproximadamente un año viajé hasta el desierto, y estuve durante unos días conviviendo con los nómadas que se dedican a pastorear. La mayoría no sabían ni una palabra de dariya y me frustraba no poder comunicarme con ellos. No había experimentado algo así desde mis primeros días en Marruecos. Cada vez que quería hablar con un anciano del grupo, tenía que venir alguien que hubiera pasado temporadas en Mhamid trabajando con los turistas para hacerme de traductor. En cuanto los chavales terminaban sus clases, me ponía a charlar con el maestro y no dejaba de preguntarle por todo lo que venían mis ojos. ¿Cómo se dice camello? ¿Cómo se dice sol? ¿Cómo se dice estrella? Brahim me respondía entre risas, como emocionado por mi súbito interés: araam, tafukt, titrit. Y en cuanto tenía la oportunidad, soltaba lo que había aprendido al primero que pasaba. Al principio se sorprendía, pero de inmediato comenzaba a hablarme sin parar, creyendo que ya podía comunicarse conmigo sin problemas. Enseguida se daba cuenta de que no había sido más que un espejismo, pero ese brillo efímero en su mirada me llenaba de alegría y me animaba a preguntar por nuevas palabras, aunque las olvidara a las pocas horas. A pesar de todo aquello, seguí creyendo que aquel idioma era una pura anécdota, y que era necesario adentrarse durante dos horas en un cuatro por cuatro hasta dar con alguien que no hablara ni una palabra de árabe.

Sin embargo, pasaron muy pocos meses hasta que en un nuevo viaje se me abrieron definitivamente los ojos. Y fue de nuevo con aquel maestro del desierto. Habíamos bajado hasta Sidi Ifni por la costa y había planeado regresar cruzando las montañas del interior, con la excusa de pasar a saludarlo en Uled Berhil, un pueblecito cercano a Tarudant. Estuvimos encerrados en casa durante varias horas para protegernos del calor estival, huíamos del abrasador tafukt veraniego. El padre de Brahim no dejaba de indicarnos con gestos que comiéramos y le obedecíamos sin rechistar. Entonces se olvidaba un rato de nosotros y se ponía a jugar con algún nieto. Y yo quería hablar con él para conocer su visión del mundo, pero no era posible porque el hombre no sabía ni una palabra de dariya y se limitaba a señalarme el plato colocado en la mesa. Y al poco descubrí a la madre preparando una enorme tetera y en cuanto la saludé, llamó a gritos a sus hijos para que me tradujeran. Y en ese mismo salón comprendí que el dariya se me estaba haciendo pequeño y que no quería perderme la charla con gente como los padres de Brahim y, completamente inconsciente de las dificultades, decidí que había llegado el momento de aprender tamazight.

Caro tocayo: te cuento que cuando viví en Rabat organizamos (en el Instituto Cervantes) un curso de iniciación a la lengua y la cultura bereberes, Fueron apenas 20 horas de clase (asistí a todas) y me quedé con las ganas de más. Tuvimos como profesor a un gran intelectual bereber: Rachid Raha.
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Me pones los dientes largos, tocayo. Me encantaría profundizar en el idioma y la cultura bereber.
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No sabes como te entiendo, me he sentido muy identificada. Estoy realizando un trabajo sobre mujeres y me he paseado los últimos años por el Rif, el Atlas y el desierto. Y como bien dices, mi dariya no era suficiente. En un primer contacto con la lengua nunca lo pensé, hice eso mismo, descartarlo. Gracias
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Pues me alegro de descubrir que hay más personas que han tenido la sensación de que a veces el dariya no es suficiente. Un abrazo y gracias.
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Hola Alberto
Bicheando por la red, parece ser que bereberes tiene la misma raíz que bárbaros.
https://es.wikipedia.org/wiki/Bereberes#Etimolog%C3%ADa
Es decir, los pueblos que estaban en los límites de los imperios de turno (griego, romano). En el mismo artículo se puede leer que los bereberes se llamaban a si mismos ‘imazighen’ (hombres libres).
Es curioso cómo se ve la historia desde cada lado de la frontera.
Un abrazo
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Gracias por el comentarios. En algunas ocasiones, llamarlos bereberes resulta un problema porque algunos se sienten ofendidos, aunque etimológicamente no debería suponer ningún problema.
Sin embargo lo de hombres libres me encanta.
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Hola Alberto, te admiro por tu interés en aprender un nuevo idioma, en todo el tiempo que viví en Marruecos nunca pensé en aprender tamazight. Mucho ánimo! Un abrazo desde el otro lado del Atlántico.
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Supongo que en la zona en la que te moviste había poca presencia del tamazight, sin embargo yo ahora me lo encuentro cada dos por tres y se ha despertado mi curiosidad. Largo es el camino, me temo. Te mando igualmente un abrazo enorme desde este lado del Atlántico.
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¡Hola Alberto!
Muchas gracias por este texto entrañable.
Yo también creo que no hay mejor pasarela o (puente) hacia cualquier pueblo que su idioma. Con el efecto bumerang, enriquecen a la persona que lo establece.
Después de Darija,
¡Bienvenido al mundo de timmuzgha y de la lengua Tamazight!
Rkia
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Muchas gracias por tu calurosa bienvenida, por trazar puentes y por abrirme la puerta.
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Precioso, Alberto, de los textos tuyos que más me han gustado. Aprender un idioma para hablar con los ancianos de Mhamid y no perderse conversaciones cotidianas, maravilloso. La sencillez que se desprende de ello me ha encantado. Te envidio profundamente, y voy a imitarte, para convertir la envidia en algo positivo. Yo también siento ésa necesidad de aprender tamazight para acercarme a las mujeres que viven en Mallorca, que no hablan dariya y mucho menos, español. Aprender un idioma es aprender de las personas y su mundo.
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Estoy completamente de acuerdo con lo que dices. Aprende idiomas para hablar con la gente. Es que me gusta mucho charlar.
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A mí también, pero creo que últimamente me gusta más escuchar.
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Precisamente hoy estaba pensando algo parecido.
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Pues nada, otra lengua al saco…
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De momento es solo una pulsión.
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